La música es la armonía del cielo y de la tierra. En la música todos los sentimientos vuelven a su estado puro.
Gracias a mi profesora de arte, Charo Charro, estoy descubriendo que hay otras muchas formas de crear un personaje además de las corrientes técnicas interpretativas que ya conocemos. Y no hablo de una técnica ni nada por el estilo, simplemente de un medio a través del cual ampliar la capacidad imaginativa del actor: la pintura, la escultura y la arquitectura. Porque muchos artistas nos han ido contando a lo largo de los siglos cómo ha sido la sociedad de entonces, los intereses, los principales móviles, preocupaciones, ideales... Y todo a través de la expresión. Principalmente humana, además. ¿Por qué no apoyarnos, entonces, en estos grandes trampolines tan obvios y accesibles?
Cuando asistí hace poco a una exposición de Alonso Berruguete, escultor manierista, me di cuenta de que la madera o el lienzo trasciende del puro objeto. Y es que cuando me plantaba delante de esas grandes figuras mi cuerpo no podía mantenerse estático, porque esas miradas y esos cuerpos querían decirme algo. Y he soñado con esos trozos de madera cuando he leído tragedias y comedias. Todos los personajes que conozco están por ahí, estáticos, esperando a ser contemplados. Estoy seguro de que es un gran recurso para el actor.
Pero el gran tema a introducir hoy es la música, porque si las artes plásticas nos pueden ayudar a la creación de un personaje, no tengo palabras para explicar lo que nos puede aportar la música. Y aquí me gustaría hacer un pequeño inciso para nombrar a una gran profesora y persona, quien me ha abierto las puertas al mundo de la música. Hablo de Cristina Redrado, a quien tengo mucho que agradecer.
Gracias a ella no sólo he abierto mis oídos sino que también lo han hecho cada uno de los poros de mi piel, y es que cada vez que escucho a Palestrina, Haendel, Bach, Mozart, Stravinski y otros muchos, mis pelos se convierten en lanzas de acero. Me arriesgaría a decir, y lo hago rotundamente, que la música es quizá el arte más bello, puro y trascendental que hay. Cuando escucho una buena obra musical mi cuerpo se estremece, mi cabeza vuela y mi alma asciende a algún sitio imposible de escribir. No es capricho, es necesidad, es alimento.
¿Y no es precisamente lo que intentamos los actores? Dejar el cuerpo y la mente libre y, en fin, trascender del puro texto. Disfrutar.
Pero es que, además, una obra musical (como cualquier otra) no es percibida como si de un hecho objetivo se tratara. De hecho, es quizá la obra de arte más subjetiva con la que me haya podido encontrar, al menos desde mi punto de vista. Y las ideas, sensaciones, imágenes e impulsos que recibo, de una fuerza diría incluso que peligrosa, no puedo dejar de relacionarlas, para variar, con mi especialidad: el teatro, la interpretación. Porque una obra musical nos puede ayudar a desvincularnos de nuestro propio "yo" para poder pasar a ser pura masa en movimiento, receptiva e impulsiva, para poder crear a través de un estado de neutralidad y a través de imágenes subjetivas un personaje cualquiera. Estoy convencido de que a cada personaje le late interiormente una obra musical, o dos, o tres que le caracterizan y a través de la cual podemos recoger cosas interesantes para, después, dar el impulso a la creación del personaje.
Aunque es un mal ejemplo, pues podría decir que es para mí, de entre las obras que conozco, la obra que más directamente apele a nuestros instintos más básicos, nuestros instintos animales, La consagración de la primavera de Stravinski es una obra que me hace dar uno o varios pasos más allá, no sé adónde, pero bastante más allá. Cuando la escucho, yo dejo de ser "yo", paso a ser una simple masa móvil, receptiva y reactiva a un claro estímulo exterior: la música, que saca de mí el lado más agresivo y peligroso de mi alma. La superposición actor-personaje está al límite, de verdad, porque el personaje trata de tirar por el barranco lo poquito que queda del actor.
Así me he sentido hoy mismo cuando ¡ay!, inevitablemente he llegado a escuchar semejante maestría. Y como actor disfrutaba, porque no he encontrado nada más placentero en el mundo que sentir eso que algunos llaman interpretar. Pero, de verdad, da miedo. Y no quiero, al menos lo intento, aparentar más allá de lo que es, pues no tendría sentido. Pero yo lo percibo así, y es fantástico.
Qué genialidad y qué riesgo.
Dicen que quien no arriesga no gana. Entonces, yo voto por arriesgar.
Sergio
Arte y Vida
jueves, 17 de noviembre de 2011
jueves, 3 de noviembre de 2011
Fail better.
El siglo XX ha sido, para mí, el gran bache en el arte. Y digo bache porque es en ese huequecito donde han surgido infinidad de posibilidades artísticas. Con el antes podíamos generalizar unas características que más o menos unificaban un período en una sola teoría, pero con el ahora es difícil conseguir un marco en que acoger todo lo que nos rodea. Y esto tiene muchas connotaciones positivas (aunque también negativas).
Los artistas experimentan por nuevos medios y con nuevos objetivos, generándose así diversas formas de transmitir al espectador, esencia base para cualquier arte. Y es aquí cuando surgen opiniones, desde mi punto de vista erróneas, a cerca de lo que este nuevo arte plantea: "Esto yo también lo sé hacer"; "Esto es muy aburrido"; "No entiendo nada"; "Gran tomadura de pelo"; etc.
Lejos de querer entrar ahora mismo en el debate de qué es y qué no es arte, sí aclararé, antes de entrar en el tema que hoy me ocupa, un par de cosas: Nos disgusta y nos aburre lo que no entendemos. Esto es así porque la sensación de que las cosas se nos escapan no nos gusta. El ser humano, se da por hecho, ha de estar por encima de la gran obra. Y si la obra me pisotea, es una mierda. Para esto, amigos, recomiendo que se informen sobre lo que ven, porque medios hay; por otro lado, ¿saben ustedes pintar un punto rojo en medio de un lienzo vacío? Perfecto, no lo dudo, háganlo. ¿Por qué no lo han hecho antes? Recuerden, excelentísimos, que a alguien se le ocurrió hacerlo antes. Y esa persona no lo hizo porque sí. ¿Que por qué lo hizo? No sé, infórmense.
Me valgo de esto para introducir a Samuel Beckett con su teatro del absurdo, siglo XX. He tenido hoy una gran clase de inglés en la que hemos estado hablando sobre este gran personaje y no he podido resistirme a escribir lo que Diana nos ha contado.
El teatro del absurdo es absurdo, sí. Pero, ¿acaso no lo somos nosotros diariamente? Fíjense en lo que piensa Ionesco cuando dice que "si es absolutamente necesario que el arte o el teatro sirvan para algo, será para enseñar a la gente que hay actividades que no sirven para nada y que es indispensable que las haya". El teatro del absurdo no apele el intelecto sino que hace referencia a algo mucho más instintivo del ser humano, que es el sentimiento. Beckett da importancia a la forma respecto al mensaje. Hay mucho mensaje escrito ya, ¿no? Pero, ¿cómo está escrito?
El teatro del absurdo busca un lenguaje novedoso hasta la época pero no exento a nuestro ser. Es algo tan arraigado a nosotros como cualquier otro tipo de comportamiento. Y es así como Beckett nos dice en Esperando a Godot que la ridiculez humana roza los límites de lo inimaginable. ¿Por qué Vladimir y Estragón en Esperando a Godot no hacen sino esperar a un personaje que nunca llega? Sinceramente, no lo sé. Pero sí sé que nosotros estamos viviendo esperando nada. Y que mientras esperamos, como Vladimir y Estragón, nos comportamos lo más absurdamente posible. Cuando se decidió interpretar esta obra en lenguaje de clown en una prisión, los presos acabaron llorando. Porque estos están esperando algo que aparentemente nunca llega, su libertad. Y nosotros, aunque nos movamos en un círculo más amplio, no dejamos de ser unos presos que pasan el tiempo mientras esperan nada. ¿No es acaso una rutina lo que vivimos, como les pasa a los personajes de esta obra? Viva aquí o allá, siempre duermo, me despierto, me visto y miro el sol, las nubes, los coches... Lo único que nos salva es la forma en que lo hagamos.
El absurdo, en definitiva, no explora sino la esencia humana. Porque somos un cúmulo de energía puesto aquí o allá. Esto mejor os lo explica Blaise Pascal: " Cuando considero la corta duración de mi vida, absorbida en la eternidad precedente y siguiente, el pequeño espacio que ocupo e incluso que veo, abismado en la infinita inmensidad de los espacios que ignoro y que me ignoran, me espanto y me asombro de verme aquí y no allí, porque no existe ninguna razón de estar aquí y no allí, ahora y no en otro tiempo. ¿Quién me ha puesto aquí? ¿Por orden y voluntad de quién este lugar y este tiempo han sido destinados a mí?". ¿No os produce angustia, desazón y malestar escuchar esto? ¿No es acaso lo que sienten esos personajillos de Beckett?
Sin embargo nos cuesta identificarnos con ellos, creamos una resistencia empática con los personajes que nos convierte en espectadores mortales, estando aparentemente muy alejados a estos. Alejados porque, al contrario que ellos, nosotros somos lógicos, conscientes, importantes... Reales. Pero sólo aparentemente...
Esto hacen los personajes de Beckett y esto hacemos nosotros. El dramaturgo solo nos lo recuerda:
"Even tried. Even failed.
No matter. Try again.
Fail again. Fail better".
Sergio
El siglo XX ha sido, para mí, el gran bache en el arte. Y digo bache porque es en ese huequecito donde han surgido infinidad de posibilidades artísticas. Con el antes podíamos generalizar unas características que más o menos unificaban un período en una sola teoría, pero con el ahora es difícil conseguir un marco en que acoger todo lo que nos rodea. Y esto tiene muchas connotaciones positivas (aunque también negativas).
Los artistas experimentan por nuevos medios y con nuevos objetivos, generándose así diversas formas de transmitir al espectador, esencia base para cualquier arte. Y es aquí cuando surgen opiniones, desde mi punto de vista erróneas, a cerca de lo que este nuevo arte plantea: "Esto yo también lo sé hacer"; "Esto es muy aburrido"; "No entiendo nada"; "Gran tomadura de pelo"; etc.
Lejos de querer entrar ahora mismo en el debate de qué es y qué no es arte, sí aclararé, antes de entrar en el tema que hoy me ocupa, un par de cosas: Nos disgusta y nos aburre lo que no entendemos. Esto es así porque la sensación de que las cosas se nos escapan no nos gusta. El ser humano, se da por hecho, ha de estar por encima de la gran obra. Y si la obra me pisotea, es una mierda. Para esto, amigos, recomiendo que se informen sobre lo que ven, porque medios hay; por otro lado, ¿saben ustedes pintar un punto rojo en medio de un lienzo vacío? Perfecto, no lo dudo, háganlo. ¿Por qué no lo han hecho antes? Recuerden, excelentísimos, que a alguien se le ocurrió hacerlo antes. Y esa persona no lo hizo porque sí. ¿Que por qué lo hizo? No sé, infórmense.
Me valgo de esto para introducir a Samuel Beckett con su teatro del absurdo, siglo XX. He tenido hoy una gran clase de inglés en la que hemos estado hablando sobre este gran personaje y no he podido resistirme a escribir lo que Diana nos ha contado.
El teatro del absurdo es absurdo, sí. Pero, ¿acaso no lo somos nosotros diariamente? Fíjense en lo que piensa Ionesco cuando dice que "si es absolutamente necesario que el arte o el teatro sirvan para algo, será para enseñar a la gente que hay actividades que no sirven para nada y que es indispensable que las haya". El teatro del absurdo no apele el intelecto sino que hace referencia a algo mucho más instintivo del ser humano, que es el sentimiento. Beckett da importancia a la forma respecto al mensaje. Hay mucho mensaje escrito ya, ¿no? Pero, ¿cómo está escrito?
El teatro del absurdo busca un lenguaje novedoso hasta la época pero no exento a nuestro ser. Es algo tan arraigado a nosotros como cualquier otro tipo de comportamiento. Y es así como Beckett nos dice en Esperando a Godot que la ridiculez humana roza los límites de lo inimaginable. ¿Por qué Vladimir y Estragón en Esperando a Godot no hacen sino esperar a un personaje que nunca llega? Sinceramente, no lo sé. Pero sí sé que nosotros estamos viviendo esperando nada. Y que mientras esperamos, como Vladimir y Estragón, nos comportamos lo más absurdamente posible. Cuando se decidió interpretar esta obra en lenguaje de clown en una prisión, los presos acabaron llorando. Porque estos están esperando algo que aparentemente nunca llega, su libertad. Y nosotros, aunque nos movamos en un círculo más amplio, no dejamos de ser unos presos que pasan el tiempo mientras esperan nada. ¿No es acaso una rutina lo que vivimos, como les pasa a los personajes de esta obra? Viva aquí o allá, siempre duermo, me despierto, me visto y miro el sol, las nubes, los coches... Lo único que nos salva es la forma en que lo hagamos.
El absurdo, en definitiva, no explora sino la esencia humana. Porque somos un cúmulo de energía puesto aquí o allá. Esto mejor os lo explica Blaise Pascal: " Cuando considero la corta duración de mi vida, absorbida en la eternidad precedente y siguiente, el pequeño espacio que ocupo e incluso que veo, abismado en la infinita inmensidad de los espacios que ignoro y que me ignoran, me espanto y me asombro de verme aquí y no allí, porque no existe ninguna razón de estar aquí y no allí, ahora y no en otro tiempo. ¿Quién me ha puesto aquí? ¿Por orden y voluntad de quién este lugar y este tiempo han sido destinados a mí?". ¿No os produce angustia, desazón y malestar escuchar esto? ¿No es acaso lo que sienten esos personajillos de Beckett?
Sin embargo nos cuesta identificarnos con ellos, creamos una resistencia empática con los personajes que nos convierte en espectadores mortales, estando aparentemente muy alejados a estos. Alejados porque, al contrario que ellos, nosotros somos lógicos, conscientes, importantes... Reales. Pero sólo aparentemente...
Esto hacen los personajes de Beckett y esto hacemos nosotros. El dramaturgo solo nos lo recuerda:
"Even tried. Even failed.
No matter. Try again.
Fail again. Fail better".
Sergio
Suscribirse a:
Entradas (Atom)