Arte y Vida

Arte y Vida

martes, 1 de mayo de 2012

No hay nada que desespere tanto como ver mal interpretados nuestros sentimientos.

No sé ya cómo dirigirme a este pequeñito espacio que creé hace año y medio con la ilusión y entusiasmo que un pequeño emprendedor a actor puede tener. Porque, aunque me repita, es eso y sólo eso: la ilusión, el amor, la pasión, el entusiasmo y otros mil sinónimos lo único necesario para salir adelante y parar por los cuernos a un toro de quinientos kilos. El problema viene cuando estos amables compañeros fallan.

Y es que parece que acercarse a estas fechas tan intensas sea un peligro. No quiero ponerme a despotricar, entre otras cosas porque ahora me encuentro algo confuso y no sé si lo haría con fundamento, pero tampoco voy a cercenar lo que siento. Y es que a la vez que entiendo lo afortunado que soy (no todo el mundo tiene la posibilidad de poder estudiar lo que realmente ama), no entiendo por qué llegadas estas fechas mi visión sobre la ilusión de mi vida se oscurece: lo que debería ser un regalo para mí pasa a ser un peso y lo que debería conformar mi desahogo se convierte en un ahogo.

No tengo tiempo para llevar a cabo todo lo que tengo que hacer y mucho menos para hacerlo como lo tengo que hacer. Mi cuerpo ya no camina, sólo vaga. Pero voy a dejar de hablar de lo que me pasa y voy a confesaros por qué creo que me pasa: la cantidad de trabajo que tengo entre las manos hace que no sepa administrar bien mi tiempo para poder llegar a todo. Y ya llevo un tiempo sintiéndome literalmente fracasado como estudiante de Interpretación en todos los aspectos, pero en particular en cuanto a mi personaje de Hamlet se refiere. Ese personaje que tanto admiraba y que he tenido la oportunidad de investigar se ha quedado en nada, o esa es mi impresión. Todo lo grande que me he sentido en mis clases, aprendiendo y aprendiendo, se ha quedado en un granito de arroz. Me siento verdaderamente fracasado, retrocedido en el proceso. Y os aseguro que no es una buena sensación para una persona que, por lo que parece, ama lo que estudia.

Y lo cierto es que este momento de atasco sería mucho más fácil pasarlo con vaselina, pero parece también que esta escasea. Y es que mi sensación a veces es que estoy en una Escuela donde el objetivo no es formar a personas amantes de la Interpretación sino formar a robots. Entiendo que al espectador que vaya a verme a un Teatro le vaya a importar más bien poco mi vida, pero también entiendo que un profesor no es un mero espectador. Y si estuviéramos hablando de Matemáticas, entiendo que los sentimientos de la persona importan más bien poco para resolver un problema, pero hablando de Arte Dramático, una carrera donde el actor deja en la olla sus sentimientos y su cuerpo, creo que no se puede pasar por alto el fuero interno del mismo. Y si se muere mi perro, claro que importa. Importa porque no soy un robot y no sé hacer desconexión territorial durante el tiempo que a mí me apetezca. Y creo que se debería tener en cuenta. Una escena no sólo atraviesa al personaje, también atraviesa al actor.

Que la sociedad es despiadada y que no exige de nosotros un cúmulo de masa sensible y humano es obvio. Que estoy en contra de formar parte de ese grupo robótico, también. Estudio porque me encanta lo que hago. Y me encanta a mí como persona, no a mí como robot.

Siento, padezco, sufro y me alegro. Y lo hago porque -repito estrepitosamente- amo el teatro. Y no lloro ni río como resultado de un frío cálculo sino que lo hago desde mi más profundo corazón, y es que estoy aprendiendo lo que es la frustración. La frustración de no poder con lo que tienes delante, de sentirte pequeñito, de no estar por encima del listón que te marcas -o que te marcan-, de decepcionarte a ti mismo y de sentir fracasar ante lo más valioso que he encontrado hasta el momento: esta cosa abstracta que algunos llaman teatro.

La frustración de no ser un chico diez, no ante mí ni ante el resto. Ante lo que ha sido mi pasión.

He querido ser honesto.

Sergio

lunes, 9 de abril de 2012

El amor es mucho más exigente que cualquier autoridad.

Sé que no tengo vergüenza, pero prometo que sacar este último mes una horilla para actualizar el blog ha sido sangrante. Aunque contento, he de decir (y lo hago sin exagerar) que el nivel de trabajo en el que me encuentro ahora mismo es impresionante. Acumulo cansancio físico desde hace bastante tiempo y mi cuerpo ya no responde como lo hacía antes. De veras, estoy comenzando a usar las reservas de energía. Espero que den de sí (aprovecharé esta santa semana para cargarlas).

He pasado por alto un mes intenso pero increíble a la vez, un mes turbulento, sin duda. Y ¡ay!, amigos, cuanto ha de desear un actor la turbulencia. Ha sido un mes, podría decir, feliz, pues la turbulencia se debe a la cantidad de dardos que me han estado pasando por las narices, y no sabéis lo divertido que ha sido intentar cogerlos todos. Y algunos he cogido, desde luego.

A destacar tres gigantes dardos:

- El proyecto en el que me involucré para el Día Mundial del Teatro el pasado 27 de marzo, sumergiéndome en una pequeñita versión de La ópera de tres centavos de Brecht en el que he de decir que, si es cierto que me ha estado robando mucho tiempo para mis principales preocupaciones (véase la carrera) también puedo decir que he aprendido mucho, he evolucionado mucho y, en particular, he profundizado más de lo que imaginaba en el ámbito de la voz del actor en todas sus variantes (creación de personaje; canto; etc.), tanto desde el punto de vista técnico como creativo. Cuando el cuerpo está involucrado al 100% en la acción, la voz aparece. Esta no es el resultado de ningún cálculo lúcido sino que lo es de la totalidad del cuerpo puesto en acción. En fin, mucho trabajo, pero desde luego satisfactorio.

- El paseo con mi amado Hamlet. Y no tan amado, perdónenme. He de reconocer que le he soltado varias veces de la mano durante este último mes. Y a mi pesar, porque prometo que ha sido inconscientemente (tantos dardos me han vuelto loco. Y el de Brecht era tan grande que me tenía absorbido). Pero aún así estoy descubriendo cosas fabulosas. Creo que por ello mi relación con Hamlet está siendo últimamente más amarga, porque -sí, señores- ¡¡¡no le entiendo!!! No entiendo nada de lo que hace, ni por qué lo hace. No hay dos cosas que se unifiquen en aras a un único camino sino que todas si bifurcan, y ni siquiera lo hacen en paralelo sino que además lo hacen en opuesto. "¡Estoy harto! Eso me ha vuelto loco." De veras, intento tomármelo con calma pero mi nivel de desesperación aumenta día a día.
Tengo algunas semanas más para ponerme en el nivel que he estado dejando pasar durante estas últimas semanas. ¡Claro, no todo en este blog iba a ser alegría! Estoy muy por debajo de donde debería estar y no pienso permitírmelo. No voy a pasar por alto mi viaje por este precioso y sangrante mundo porque no me lo perdonaría. "¿No querías ser actor? Pues te jodes", Sergio.

- Toda esta turbulencia no podía ser menos sin un gran acontecimiento que no hizo sino dejarme en standby, la visita de Blanca Portillo, Asier Etxeandía y José Luis Torrijo a mi Escuela. Pasaron por Valladolid con motivo de la representación de La avería, obra dirigida por Blanca Portillo, de la que fue ayudante de dirección mi profesor de Interpretación. Y, en fin, qué decir. Creo que Blanca Portillo es la mujer más enamorada y apasionada por lo que hace que conozco. Inteligente donde las haya, se sacrifica por su trabajo hasta decir basta, y se nota. Prometo no haber visto una obra de teatro textual mejor que La avería en la vida. Qué historia tan espeluznante y qué actorazos defendiéndola (y aquí tengo que hacer un especial apunte diciendo que, de lo que he visto hasta la fecha, Asier Etxeandía supera los límites. Fue increíble). Recomiendo a todo el mundo, si se tiene la oportunidad, ir a visitarla, de verdad.

Y podría estar hablando mucho más, pero no quiero aburrir. Además, estoy escuchando a Beethoven y no querría que pensase que no le estoy prestando mucho oído.

Tomaré los días que me quedan de esta santa semana para cargar pilas, porque no se es bueno ni malo; ni trabajador ni no trabajador; ni guapo ni feo; sólo se tiene amor (o no se tiene), como nos venía recordando Blanca Portillo al principio de esta entrada. Lo demás viene tras esa gran pasión.

Sergio

martes, 28 de febrero de 2012

El teatro no es cotidianeidad. Está hecho para la transgresión.

Realizando trabajo de mesa con las escenas que estamos trabajando de Shakespeare (Como gustéis, Mucho ruido y pocas nueces y Hamlet), no hago sino salir radiante de emoción por tener la oportunidad de descubrir esos bellos y delicados mecanismos que ponen en acción al personaje.

Con las dos primeras, comedias, no he podido divertirme más. Peor que un niño. Ver de primera mano lo que hacen los personajes (entenderlo), por qué lo hacen (a qué reaccionan) y para qué lo hacen (qué quieren conseguir o solucionar) es simplemente genial.

Pero me centraré en la escena que trabajo yo, la gran tragedia de Hamlet. Sonará un tópico y, de hecho, probablemente lo sea. Pero los tópicos son tópicos por algo, no porque sí. Y descubrir -o intentarlo, al menos- los frágiles y bellos mecanismos que activan y mueven a Hamlet es una tarea a la que acceden sólo unos pocos privilegiados y, qué ilusión, yo me encuentro entre ellos. Y no he podido conocer hasta la fecha mecanismo más complejo y enrevesado que el de este señor, desdichado donde los haya, situado por un autor con ganas de acción en el extremo, en el último centímetro del barranco. Qué fantástico.

Y es que ese malvado dramaturgo no hace sino poner a sus personajes en una tesitura de blanco o negro en la que, hagan lo que hagan, van a perder. Si Ofelia le confiesa a Hamlet que su padre Polonio y el Rey Claudio están tras la cortina escuchando la conversación, pues esta no ha sido sino una encerrona, traiciona a su padre y pierde. Si miente a Hamlet, que sabe que Polonio está tras la cortina escuchando, traiciona a su amado, el ser al que más quiere y pierde; por otro lado, Hamlet ya ha perdido. Lo que no sabemos hasta que no llega el final de escena es que el agujero era tan profundo. Las dos figuras a las que ama (Gertrudis, su madre y Ofelia, su amada, son dos auténticas putas: Gertrudis se casa con Claudio, hermano de su marido y asesino del mismo, sabiendo Hamlet la culpabilidad de Claudio; Ofelia deja a Hamlet por orden de su padre, devolviéndole todos sus regalos).

Hamlet trabaja en todo momento con un doble o triple sentido que Ofelia no entiende dando argumentos con completo sentido, aunque sin ser entendidos por el resto. Esta escena es la demostración de la cólera de Hamlet pues, si no puede clavarse un puñal a sí mismo porque tiene una misión que cumplir (vengar la muerte de su padre) y no puede inyectárselo a Ofelia porque aunque la odia, es el ser al que más ama en el planeta, sólo puede haber dos opciones: o su mecanismo explota por su propia cuenta o Hamlet estalla en cólera como forma de crear una vía de desahogo para eliminar toda esa tensión acumulada en ese frágil mecanismo a punto de pararse.

Qué afortunado me siento, de verdad, al tener en mis manos tal artefacto de oro. Aunque no creáis que es fácil o cómodo, porque es muy dificultoso. Y da miedo. Que a veces encuentras también cosas feas entre la estructura que hace vivir al personaje: cosas muy malvadas o cosas muy tristes que constituyen el tumor que va cobrando poco a poco la felicidad del personaje, hasta que lo rompe.

Pero la culpa no la tiene Shakespeare, no. El teatro no es cualquier cosa y el público quiere ver cómo solucionan los personajes una situación imposible o extrema. Ahora, estoy seguro de que si vierais esa compleja estructura, algo dentro de vosotros se rompería.

Porque se ven cosas inimaginables.

Sergio

jueves, 16 de febrero de 2012

Hay quien cruza el bosque y sólo ve leña para el fuego.

Qué mente, qué carácter, qué fuerza, qué vitalidad y cuantas ganas de seguir adelante las de José Luis Sampedro. Creo que es una de las personas a las que más admiro hoy día y desde luego no es para menos, porque cada vez que escucho sus palabras recibo una gran lección moral no sin ponerme los pelos de punta.

Estamos anclados. Mientras nuestros recursos y posibilidades avanzan a una velocidad espeluznante, nosotros aún estamos sentados, iba a decir esperando pero para qué decirlo si ni eso hacemos, observando conscientemente cómo el rollo de alfombra se acaba. Pero no llego a concluir una lógica equiparable a lo que ocurre, no lo consigo: al igual que es imposible comprender cómo una madre puede dejar morir a su niño cuando está en sus manos salvarle. Es algo que se me escapa.

Hace tiempo me pregunté a mí mismo a cerca de mis creencias. Sorpresa la mía cuando llegué a la conclusión de que me considero creyente, pero creyente de mi propia religión. Si hay un Ser superior que sustenta al Ser humano, algo o alguien que marca la línea por la que caminamos y del que no podemos prescindir, ese será la Naturaleza. De todo podemos prescindir que no sea el aire para respirar o el agua para vivir u otra serie de elementos primarios necesarios para sostenernos en pie. Incluso puedes prescindir de un brazo, pero no de la Naturaleza. Y es curioso que esto, un hecho tan palpable, objetivo y simple, no llegue a cuajar en nuestras cabezas: seguimos obcecados en no levantarnos del asiento, porque adornando de pulseras nuestro prescindible brazo, nos lo pasamos muy bien; colmando de cuentos nuestra cabeza, también (y hago un pequeño inciso: me parece muy bonito y atrayente que creamos depender de un Dios pero, por favor, no hagamos apología de ello. Ni siquiera centremos toda nuestra atención ahí porque no deja de ser un hecho para nada palpable que confunde lo verdaderamente obvio); o simplemente disfrutando del calor individual a expensas del trabajo de otros.

Hemos diseñado una estructura particular a la que hemos primado de importancia, de forma que mientras mi estructura sea punta de lanza, no hay de qué preocuparse. Pero no podemos olvidar que los recursos de los que se vale esa estructura están en aras del deshecho, de la contaminación, de la explotación, etc., y no se triplican. El despilfarro diario está constituyendo el destrozo del Medio Ambiente. Estamos agotando nuestro combustible, y no va a aguantar mucho tiempo. Las pretensiones de seguir abusando de todo aquello de lo que prescindimos para el único fin de darle brillo a nuestra inútil estructura individual van a estrellarse en un plazo que nosotros mismos vamos a contemplar. Y entonces ya no habrá vuelta atrás. Y  es que un avance para mí es un retraso para la Tierra. De todas formas, "cuando hayamos cortado el último arbol, contaminado el último rio y pescado el último pez, nos daremos cuenta de que el dinero no se puede comer."

Constituimos el principal tumor de este bello organismo que es la Tierra y un mismo cuerpo dividido no puede traer nada bueno. "La explotan los que tienen. [...] El 20% de la humanidad disfruta del 80% de los recursos de la tierra, mientras que el 80% de la humanidad no tiene más que el 20% para ella." Somos egoístas por naturaleza y nuestro ombligo va siempre por delante. No hemos sabido escuchar ni a ese 80% que nos grita ni a esos bellos recursos que nos sustentan: pero no nos preocupemos. Seguiremos dirigiendo todas nuestras fuerzas hacia nuestro ombligo, y mientras que el tumor vaya creciendo, nosotros estaremos demasiado ocupados en disfrutar de un banal partido de fútbol, de un banal programa de cotilleo o de un banal cuento mitológico -cuidado, muy respetables (pero nunca lo suficiente como para dirigir toda nuestra energía a ello. Y pasa)- viendo sólo lo que nos quieren enseñar.

Total, estamos hechos para la autodestrucción. Somos primitivos por naturaleza, nos picoteamos para sobrevivir. Nuestro ser más superficial se eleva a terrenos abominables mientras que lo más profundo de nosotros mismos está arraigado a algo muy primario sin posibilidad de cambio.

"Tenéis, no el derecho a la vida, el deber de vivir. Nos han dado una vida y tenemos que vivirla [...] y dar vida a esa vida que tenemos. [...] Y, al mismo tiempo, contribuir a la educación, abrir los ojos de tanta gente a que piensen más libremente. [...] Trabajar como en federación, por grupos pequeños que se dedican a lo que les gusta (porque trabajar en lo que a uno le gusta no es trabajo, es vida). [...] Que se dediquen a lo que sea pero que lo hagan siempre pensando en orientarnos. [...] Tenemos que querer que el mundo se civilice, porque con toda su tremenda técnica, la humanidad sigue matándose los unos a los otros como hace dos mil años [...] y que podamos vivir juntos."

"Es increíble que la Naturaleza pida a gritos ayuda, pero más increíble es que nadie la escuche."

Sergio

sábado, 28 de enero de 2012

No puedes conectar los puntos hacia delante. Solo puedes conectarlos hacia atrás.

Esta ha sido una semana especialmente dura, pero gratificadora en todos los aspectos. Tengo que hacer un poquito de propaganda del grupo de teatro profesional Valquiria Teatro, formado por ex alumnos de mi Escuela, quienes estrenaban este fin de semana en Valladolid su primer proyecto, dirigido por mi profesor Carlos Martínez Abarca, El premio del bien hablar, de Lope de Vega.

Me pidieron el favor de que grabara, junto a una compañera, la obra de teatro este fin de semana, y lo hice verdaderamente encantado. Tras acercarme un par de días durante esta semana a los ensayos de la obra, no podía salir de otra forma sino alegre y maravillado por lo que veía.

Necesitaba asentar los pies y echar raíces al suelo recordando el motivo por el que estoy aquí estudiando Arte Dramático, porque pasa una cosa y es que cuando pierdes el rumbo, cuando tu objetivo se emborrona y no sabes dónde dirigirte, el camino se hace más duro y complicado. Pero vaya, que estos ensayos fueron verdaderamente esclarecedores para mí, ¡vaya que si lo fueron! Contemplar a antiguos compañeros trabajar a fondo en lo que aman para llevar a escena un gran montaje, es simplemente fantástico.

Yo he hecho teatrito desde los cinco años y hasta entrar en la carrera y, aunque parezca mentira, ese nosequé que se crea cuando estás montando una obra de teatro y, finalmente, acabas presentándola, se me había olvidado, pues llevo dos años sin sentirlo. Y, de verdad, que he sentido esta obra como mía, porque cuando veía a mis compañeros no veía sino la imagen de lo que, con un poco de suerte, quiero intentar alcanzar de aquí a un par de años.

Además de que los ensayos fueron espectaculares, pues hasta ahora no había estado en un ensayo de teatro profesional, y desde luego la diferencia con mis clases es abismal, entre otras cosas porque nos encontramos en un punto en que nuestro principal cometido es encontrar simplemente la organicidad en escena: el trabajo de escucha; de reacción; de uso del texto para conseguir; etc., siempre desde la creación de personaje. Pero lo que vi, obviamente, no solo se basaba en un trabajo técnico personal sino que estaba enfocado al resultado, a la muestra ante un público: estaba ante un proceso creativo donde vi radicar todas las competencias que estoy adquiriendo, cohesionar todos esos puntos que vamos dejando en el camino. Adjunto tres breves vídeos sobre el proceso de ensayos de danza, lucha escénica y un pase del tercer acto. Motivador, ¿eh?

Y, aunque suene exagerado, me quedo con la misma o mejor sensación con que me quedé hace un año viendo otro proyecto de ellos, Escenas Mínimas, e insisto en que si cuando termine la Escuela salgo con esas capacidades, puedo sentirme muy afortunado. No es fácil ver proyectos de tan buena calidad, en ninguno de los aspectos (o yo, al menos, no me topo con ellos).

El espectáculo fue, sin duda, impresionante. Y los actores, desde el parecer de un chico de segundo de Interpretación, geniales. Muchas gracias por habernos hecho disfrutar de vuestro trabajo.

¡Y mucha suerte!

Sergio

sábado, 14 de enero de 2012

Regálale al menos un meñique torcido al personaje.

Llegando al final con nuestro trabajo de escenas, pues poco queda para pasar a un abismal período, recapitulamos datos para nuestro trabajo en el aquí y ahora dentro de la situación imaginaria, desde el personaje.

Y tenemos ya bastantes posibilidades para la creación del mismo, el cual no puede existir en vano. Comenzando por el estudio de la realidad física de la obra, aplicándole al personaje todos los datos dados por el texto, hasta buscar otros elementos técnicos que le hagan ponerse en acción.

El pasado miércoles, por ejemplo, en mi clase de expresión corporal, realizamos un trabajo de casi dos horas de duración, sin paradas, un trabajo de imaginación a través del cual reaccionábamos a la realidad imaginaria propuesta por Socorro, la profesora. Pasamos de estar caminando por la arena de la playa (percibiendo imágenes y reaccionando a ellas) hasta que esta quemaba, produciendo obviamente un cambio físico en nosotros; a estar caminando por el césped o por el agua, con la que jugábamos; pasamos también por los cuatro elementos básicos: agua, tierra, aire y fuego, de los que poco he hablado y que constituyen un elemento técnico muy fuerte, al menos para mí, en la creación de un personaje (recuerdo el año pasado en mi asignatura de Principio Musicales y Movimiento cuando trabajé la tierra sólida, con un máximo antagonismo muscular, la barbaridad de personaje que apareció cuando me sentí como un auténtico loco desgarbado con ganas de violar a alguien. Concretos corporales como la lengua, la cual se movía lenta y peligrosamente hacían que mi mirada no fuera la de Sergio sino la de un extraño personaje creado a través únicamente de la técnica. Fue increíble); hasta llegar a estar caminando por un bosque, llegando a ver una puerta la cual abríamos para pasar a una extraña habitación en la que nos encontrábamos un objeto (en mi caso vi una puerta en forma de arco puntiagudo y blanca, pasando a dar a una habitación también blanca, algo vieja y con una ventana que seguía dando al bosque, viendo en el centro de la misma una bola de cristal muy curiosa la cual acababa dejando en una estantería); perder un tren, aumentando así el ritmo de la acción para tratar de cogerlo; ir por la calle andando buscando a una persona a la cual nunca encontramos u oliendo algo (bueno o malo) que nos hacía seguirlo con el olfato hasta que, de repente, desaparecía (es increíble notar cómo llega un momento en que hueles de verdad). Caminar mientras alguien nos llama por detrás pero nunca vemos quien o incluso dar un paseo mientras objetos más grandes o más pequeños van cayendo del cielo, teniéndolos que esquivar para no ser aplastados; etc.

Grata fue mi sorpresa cuando llegamos a trabajar en un terreno nuevo y aparentemente simple, los colores. ¿Cómo voy a darle a un personaje un color? ¿Me va a servir eso? Algo tan simple como un color puede aportarle al personaje una infinidad de características. No me fue lo mismo trabajar con el azul, por ejemplo, en que pasé a comportarme como una persona muy pura y libre que con el negro, en que me vi a mí mismo como la propia muerte tratando de llevarse un alma o el blanco, el cual me aportó la inmovilidad, pues lo relacioné inconscientemente con la nada. En el morado me vi como un misterioso mago tratando de presentar mis trucos, etc.

No podemos ser nosotros mismos en escena, entre otras cosas porque cuando lo somos las circunstancias imaginarias saltan y nos preguntan que qué narices hacemos nosotros ahí. Nos encontramos más cómodos dentro de un personaje, porque como ya dije al actor no le gusta mostrarse desnudo, sólo con máscara. Todo ser humano y hasta los personajes son capaces de mirar una simple mota de polvo que pasa por delante de sus ojos para simplemente no vender su interior, me dicen.

Y como poco me queda para entrar en ese abismal período del que hablaba anteriormente, pronto tendré que ofrecerle todo esto de lo que me voy nutriendo a un nuevo personaje, inmenso donde los haya, para ponerlo en acción. Qué ganas y qué miedo, madre.

Es que los personajes, pobres de ellos, están todo el rato en conflicto. Intentan jugar una solución para ganar pero nunca lo consiguen. Por eso nunca quieren hacer la escena. Querrían hacer su escena, pero no la ya escrita. Qué malvado es el dramaturgo... "Todo texto es una crisis de inelocuencia", por eso Shakespeare o Calderón, por ejemplo, escriben mucho pero no consiguen nada. Nunca lo harán sus personajes, no pueden. Hamlet o Fausto caminan alrededor de un círculo buscando una puerta para entrar, pero sólo consiguen llegar donde estaban. Sí, recorren el camino. ¡Pero que no! ¡No hay final!

Sergio

sábado, 31 de diciembre de 2011

Ser o no ser.

"Últimamente, no sé por qué, he perdido la alegría, he dejado todas mis actividades; y lo cierto es que me veo tan abatido que esta bella estructura que es la tierra me parece un estéril promontorio. Esta regia bóveda, el cielo, ¿veis?, este excelso firmamento, este techo majestuoso adornado con fuego de oro, todo esto me parece nada más que una asamblea de emanaciones pestilentes e inmundas. ¡Qué obra maestra es el hombre! ¡Qué noble es su raciocinio! ¡Qué infinito en sus potencias! ¡Qué perfecto y admirable en forma y movimiento! ¡Cuán parecido a un ángel en sus actos y a un dios en su entendimiento! ¡La gala del mundo, el arquetipo de criaturas! Y sin embargo, ¿qué es para mí esta quintaesencia del polvo? El hombre no me agrada; no, tampoco la mujer."

El hombre no me agrada y tampoco la mujer, es cierto. Y sin embargo me invade cierta conmoción cuando veo sufrir a estas pequeñas bestias, porque están sumidas en un inmenso mar de dolor, y el nado continuo por salir de él es costoso. Pero no puedo hacer nada. O no quiero. Siento asco y repugnancia de mí mismo por ser quien soy y por sentirme también una pequeña bestia, mala donde las haya y contemplativa de este espectáculo macabro.

"¡Ah, qué innoble soy, qué mísero canalla! [...] Mas yo, vil desganado, me arrastro en la apatía como un soñador, impasible ante mi causa y sin decir palabra. [...] ¿Soy un cobarde?"

Vivir sumido en la oscuridad sin capacidad alguna para decir basta y poner punto final al desastre me vuelve más bestia. Mi lugar de descanso está entre los árboles, entre las montañas. El ruido de las ramas agitándose o el de los pájaros piando me tranquiliza, porque me recuerda que hay algo verdaderamente bello en esta gran masa gigante, algo vivo e inofensivo. Algo que sólo ve, oye y siente.

"¿Parece, señora? No: es. En mí no hay "parecer". No es mi capa negra, buena madre, ni mi constante luto riguroso, ni suspiros de un aliento entrecortado, no, ni ríos que manan de los ojos, ni expresión decaída de la cara, con todos los modos, formas y muestras de dolor, lo que puede retratarme; todo eso es "parecer", pues son gestos que se pueden simular. Lo que yo llevo dentro no se expresa; lo demás es ropaje de la pena".

Y esas ramas y esos pájaros me recuerdan que "soy" y que la máscara o capa negra sólo ocultan mi ser, no lo muestran, no lo imitan, no lo copian. No pueden. Porque si hay algo verdaderamente bello por lo que estamos en esta gran cáscara de nuez es porque tenemos la capacidad de ser y, por tanto, estar. Toda estilización más allá de ello está de más para vivir. Porque, a estas alturas, aún no hemos aprendido a vivir.

"Actúa, cerebro. He oído decir que unos culpables que asistían al teatro se han impresionado a tal extremo con el arte de la escena que al instante han confesado sus delitos. [...] Haré que estos actores reciten [...]. Observaré sus gestos, le hurgaré la herida. Al menor sobresalto ya sé qué hacer. [...] el teatro es la red que atrapará la conciencia."

Tengo un arma y voy a usarla. Si lo palpable se nos escapa puedo echar mano del reflejo. Pero pienso sustraer toda impureza del ensuciado ser de las personas, aunque tenga que permanecer yo en la cueva. Hay que ponerle voluntad a la pureza. No podemos permanecer impasibles ante el sufrimiento de nuestros semejantes. Ni ante el nuestro. Hay que salir fuera y luchar, porque sólo hay tres opciones: ser bueno o ser malo o no ser nada.

Yo soy malo.

Sergio, con Hamlet