Arte y Vida

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sábado, 14 de enero de 2012

Regálale al menos un meñique torcido al personaje.

Llegando al final con nuestro trabajo de escenas, pues poco queda para pasar a un abismal período, recapitulamos datos para nuestro trabajo en el aquí y ahora dentro de la situación imaginaria, desde el personaje.

Y tenemos ya bastantes posibilidades para la creación del mismo, el cual no puede existir en vano. Comenzando por el estudio de la realidad física de la obra, aplicándole al personaje todos los datos dados por el texto, hasta buscar otros elementos técnicos que le hagan ponerse en acción.

El pasado miércoles, por ejemplo, en mi clase de expresión corporal, realizamos un trabajo de casi dos horas de duración, sin paradas, un trabajo de imaginación a través del cual reaccionábamos a la realidad imaginaria propuesta por Socorro, la profesora. Pasamos de estar caminando por la arena de la playa (percibiendo imágenes y reaccionando a ellas) hasta que esta quemaba, produciendo obviamente un cambio físico en nosotros; a estar caminando por el césped o por el agua, con la que jugábamos; pasamos también por los cuatro elementos básicos: agua, tierra, aire y fuego, de los que poco he hablado y que constituyen un elemento técnico muy fuerte, al menos para mí, en la creación de un personaje (recuerdo el año pasado en mi asignatura de Principio Musicales y Movimiento cuando trabajé la tierra sólida, con un máximo antagonismo muscular, la barbaridad de personaje que apareció cuando me sentí como un auténtico loco desgarbado con ganas de violar a alguien. Concretos corporales como la lengua, la cual se movía lenta y peligrosamente hacían que mi mirada no fuera la de Sergio sino la de un extraño personaje creado a través únicamente de la técnica. Fue increíble); hasta llegar a estar caminando por un bosque, llegando a ver una puerta la cual abríamos para pasar a una extraña habitación en la que nos encontrábamos un objeto (en mi caso vi una puerta en forma de arco puntiagudo y blanca, pasando a dar a una habitación también blanca, algo vieja y con una ventana que seguía dando al bosque, viendo en el centro de la misma una bola de cristal muy curiosa la cual acababa dejando en una estantería); perder un tren, aumentando así el ritmo de la acción para tratar de cogerlo; ir por la calle andando buscando a una persona a la cual nunca encontramos u oliendo algo (bueno o malo) que nos hacía seguirlo con el olfato hasta que, de repente, desaparecía (es increíble notar cómo llega un momento en que hueles de verdad). Caminar mientras alguien nos llama por detrás pero nunca vemos quien o incluso dar un paseo mientras objetos más grandes o más pequeños van cayendo del cielo, teniéndolos que esquivar para no ser aplastados; etc.

Grata fue mi sorpresa cuando llegamos a trabajar en un terreno nuevo y aparentemente simple, los colores. ¿Cómo voy a darle a un personaje un color? ¿Me va a servir eso? Algo tan simple como un color puede aportarle al personaje una infinidad de características. No me fue lo mismo trabajar con el azul, por ejemplo, en que pasé a comportarme como una persona muy pura y libre que con el negro, en que me vi a mí mismo como la propia muerte tratando de llevarse un alma o el blanco, el cual me aportó la inmovilidad, pues lo relacioné inconscientemente con la nada. En el morado me vi como un misterioso mago tratando de presentar mis trucos, etc.

No podemos ser nosotros mismos en escena, entre otras cosas porque cuando lo somos las circunstancias imaginarias saltan y nos preguntan que qué narices hacemos nosotros ahí. Nos encontramos más cómodos dentro de un personaje, porque como ya dije al actor no le gusta mostrarse desnudo, sólo con máscara. Todo ser humano y hasta los personajes son capaces de mirar una simple mota de polvo que pasa por delante de sus ojos para simplemente no vender su interior, me dicen.

Y como poco me queda para entrar en ese abismal período del que hablaba anteriormente, pronto tendré que ofrecerle todo esto de lo que me voy nutriendo a un nuevo personaje, inmenso donde los haya, para ponerlo en acción. Qué ganas y qué miedo, madre.

Es que los personajes, pobres de ellos, están todo el rato en conflicto. Intentan jugar una solución para ganar pero nunca lo consiguen. Por eso nunca quieren hacer la escena. Querrían hacer su escena, pero no la ya escrita. Qué malvado es el dramaturgo... "Todo texto es una crisis de inelocuencia", por eso Shakespeare o Calderón, por ejemplo, escriben mucho pero no consiguen nada. Nunca lo harán sus personajes, no pueden. Hamlet o Fausto caminan alrededor de un círculo buscando una puerta para entrar, pero sólo consiguen llegar donde estaban. Sí, recorren el camino. ¡Pero que no! ¡No hay final!

Sergio

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