Arte y Vida

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martes, 28 de febrero de 2012

El teatro no es cotidianeidad. Está hecho para la transgresión.

Realizando trabajo de mesa con las escenas que estamos trabajando de Shakespeare (Como gustéis, Mucho ruido y pocas nueces y Hamlet), no hago sino salir radiante de emoción por tener la oportunidad de descubrir esos bellos y delicados mecanismos que ponen en acción al personaje.

Con las dos primeras, comedias, no he podido divertirme más. Peor que un niño. Ver de primera mano lo que hacen los personajes (entenderlo), por qué lo hacen (a qué reaccionan) y para qué lo hacen (qué quieren conseguir o solucionar) es simplemente genial.

Pero me centraré en la escena que trabajo yo, la gran tragedia de Hamlet. Sonará un tópico y, de hecho, probablemente lo sea. Pero los tópicos son tópicos por algo, no porque sí. Y descubrir -o intentarlo, al menos- los frágiles y bellos mecanismos que activan y mueven a Hamlet es una tarea a la que acceden sólo unos pocos privilegiados y, qué ilusión, yo me encuentro entre ellos. Y no he podido conocer hasta la fecha mecanismo más complejo y enrevesado que el de este señor, desdichado donde los haya, situado por un autor con ganas de acción en el extremo, en el último centímetro del barranco. Qué fantástico.

Y es que ese malvado dramaturgo no hace sino poner a sus personajes en una tesitura de blanco o negro en la que, hagan lo que hagan, van a perder. Si Ofelia le confiesa a Hamlet que su padre Polonio y el Rey Claudio están tras la cortina escuchando la conversación, pues esta no ha sido sino una encerrona, traiciona a su padre y pierde. Si miente a Hamlet, que sabe que Polonio está tras la cortina escuchando, traiciona a su amado, el ser al que más quiere y pierde; por otro lado, Hamlet ya ha perdido. Lo que no sabemos hasta que no llega el final de escena es que el agujero era tan profundo. Las dos figuras a las que ama (Gertrudis, su madre y Ofelia, su amada, son dos auténticas putas: Gertrudis se casa con Claudio, hermano de su marido y asesino del mismo, sabiendo Hamlet la culpabilidad de Claudio; Ofelia deja a Hamlet por orden de su padre, devolviéndole todos sus regalos).

Hamlet trabaja en todo momento con un doble o triple sentido que Ofelia no entiende dando argumentos con completo sentido, aunque sin ser entendidos por el resto. Esta escena es la demostración de la cólera de Hamlet pues, si no puede clavarse un puñal a sí mismo porque tiene una misión que cumplir (vengar la muerte de su padre) y no puede inyectárselo a Ofelia porque aunque la odia, es el ser al que más ama en el planeta, sólo puede haber dos opciones: o su mecanismo explota por su propia cuenta o Hamlet estalla en cólera como forma de crear una vía de desahogo para eliminar toda esa tensión acumulada en ese frágil mecanismo a punto de pararse.

Qué afortunado me siento, de verdad, al tener en mis manos tal artefacto de oro. Aunque no creáis que es fácil o cómodo, porque es muy dificultoso. Y da miedo. Que a veces encuentras también cosas feas entre la estructura que hace vivir al personaje: cosas muy malvadas o cosas muy tristes que constituyen el tumor que va cobrando poco a poco la felicidad del personaje, hasta que lo rompe.

Pero la culpa no la tiene Shakespeare, no. El teatro no es cualquier cosa y el público quiere ver cómo solucionan los personajes una situación imposible o extrema. Ahora, estoy seguro de que si vierais esa compleja estructura, algo dentro de vosotros se rompería.

Porque se ven cosas inimaginables.

Sergio

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