Arte y Vida

Arte y Vida

domingo, 31 de julio de 2011

El conflicto que hay entre la materia y el espíritu.

No conozco mucho su biografía. No sé cómo escribe ni cómo piensa. Solo sé que defiende cosas que no comparto. Pero hoy me he topado con un artículo de él en XLSemanal más que interesante. Hablo de Juan Manuel de Prada.

Un artículo preocupante, por cierto. Pero más que verdadero, algo que afirmo con mayor insistencia tras haber leído La ciencia y la vida de Valentín Fuster y José Luis Sampedro, dos personalidades más que envidiables (por cierto, recomiendo encarecidamente a todo Ser gustoso de leer Arte y Vida que se lea este gran ejemplar. No como escrito, sino como ejemplo y/o modelo, digo).

El artículo habla sobre la enorme y preocupante expansión de las telecomunicaciones y, por rebote, de la enorme y preocupante expansión de lo automático: "esa expansión de las telecomunicaciones ha discurrido paralela a una reducción o encogimiento de las posibilidades de comunicación estrictamente humanas, según esa ley infalible de la biología que nos enseña que, a medida que aumenta lo automático, decrece lo auténticamente vivo".

¡Eh! A medida que aumenta lo automático, decrece lo auténticamente vivo.

¿No es preocupante leer e incluso notar que nos estamos dejando caer en una alienación difícilmente tratable? Me noto en una cuesta muy empinada en la que es muy difícil escalar para salvarse de caer a la Nada.

Ya no nos movemos. Estamos perdiendo una facultad natural primaria propia de cualquier ser, que es la comunicación. Estamos sustituyendo a nuestros allegados más queridos por máquinas automáticas. Los niños ya no juegan, ni corren, ni saltan, se dice en La ciencia y la vida. Comemos con la televisión encendida para evitar intercambiar palabras incómodas con mamá. Nos comunicamos con nuestras mejores amistades a través de vías virtuales estrictamente inhumanas y devastadoras. ¡Más de la mitad de nuestra vida la pasamos entre pantallas!

De Prada ejemplifica un hecho que a primera vista no tiene cabida en semejante artículo. Habla de la fe cristiana, la religión, el evangelio (me tomaré ciertas libertades para diferenciar a mi gusto mayúsculas y minúsculas). Pero, sin embargo, es curioso que una de las más grandes historias jamás contada en la trayectoria occidental, que durante ya más de veinte siglos lleva haciendo un continuo hincapié en el Ser humano, fuera contada, como dice su autor, "de corazón a corazón", de boca a boca, no con "megafonía" o, en nuestro caso, por televisión o internet.

Estamos cayendo, de verdad, en un mundo me atrevería a decir robotizado. Y cuando caigamos... Entonces grandes temas como la Libertad, que tanto nos gusta, o la Razón, no serán nada.

Quizá esto explica por qué el teatro que, como la fe cristiana, lleva gozando de gran popularidad durante más de veinte siglos, cayó en el pasado de forma estrepitosa.

Lo que está claro es que, si de algo se diferencia el teatro del cine o la televisión es que, como decía Jerzy Grotowsky, el teatro nos brinda una relación humana que ninguno de los otros dos medios nos brinda. De actor a espectador. Bueno, no. De persona a persona. Quizá por ello creo que, si algo tuviera que explotar en mi futura vida profesional como actor -esperemos-, ese algo sería la relación con las personas que se sientan en las butacas. Bajar del escenario y mirarles a la cara. Tocarles. Activarles, a poder ser. Sólo para que ellos lo hicieran también. Miraran, tocaran y activaran. Y así, posiblemente, poder comunicarnos.

De eso trata el teatro, ¿no? De comunicar...

Sergio

lunes, 4 de julio de 2011

Es vulnerable el cuerpo cuando la mente es libre.

Algo así nos decía Shakespeare. Algo así me digo yo.

Hoy he tenido una experiencia genial, de las que no se encuentran fácilmente, y ha sido gracias a Gonzalo Catalinas Gállego -creo que se merece ser nombrado por la gratitud que ahora mismo le debo y por ser no sólo un apasionado de las artes performativas y la danza Butoh sino también una persona con muchas ganas, amor e ilusión (preciosa combinación, por cierto)-. Hoy he recibido una clase gratuita de danza Butoh. En plena Naturaleza, además, entre árboles y árboles de, para quien lo conozca, el Parque Grande de Zaragoza.

Momentos como los de hoy refuerzan mis ideas a cerca del actor y su función y, en definitiva, de las personas y su función. Hoy me he fusionado con la Naturaleza. Ella y yo éramos uno. Esto, que a simple vista parece una auténtica "ida de cabeza", es desde mi punto de vista lo más primitivo, lo más ancestral, lo más verdadero y lo más potente que el ser humano sabe pero ha olvidado hacer.

La danza Butoh, de la que no puedo contaros mucho, es una danza creada por Kazuo Ohno que consiste, entre otras cosas, en entrar en consonancia con uno mismo y con lo más básico del ser humano, la Tierra y el Cielo. Ambos son los dos extremos de los cuales pende todo ser viviente, el cual se nutre de la energía generada por la Tierra para alimentarse de ella y, finalmente, entregársela al Cielo. No olvidemos que el ser humano en su más puro concepto no es nada más que un cúmulo de materia cuya energía es prestada, que no dada, por lo que ha de ser devuelta.

Se nos dice así que hemos de estar agradecidos de tener el cuerpo que tenemos y de poder valernos de todo lo que nos rodea que, repito, no es más que Naturaleza. Porque ella es la que nos sustenta.

Encontrar el centro corporal para trabajar desde ahí usando la respiración como base principal, la cual penetra en nosotros por las piernas, desde la Tierra, como si de raíces se tratara para desaparecer por la cabeza, hacia el Cielo; notar como la vida y la muerte generan un ciclo infinito de transformación de la energía; evocar lo primitivo, el instinto, el impulso y erradicar lo artificial, el intelecto, el bloqueo, la convención, las resistencias, etc. como forma de volver al Origen en que la mente, libre, da paso a un cuerpo desnudo, transparente, vulnerable en definitiva, un cuerpo viviente, no pensante; escuchar las formas, ritmos, pausas, olores, etc. de la Naturaleza como forma de entrar en consonancia con ella quien, superior a cualquier Ser, dicta las normas sobre las que vivir, normas con las cuales ha de convivir el ser humano aceptándolas como llegan, sin querer superponerse a ellas. La Gallina no prevalece sobre el huevo.

Finalmente, una pequeña improvisación grupal en la que, tomando como estímulo la Naturaleza con sus árboles, o agua, o césped, o piedras, no hacemos sino movernos en consonancia con ella, rozando suavemente las joyas que nos son prestadas, bailando al fin y al cabo con ellas. Dejando, eso sí, que marquen ellas la coreografía. Pero sin olvidar que no dejamos de ser sino pura materia colgando de unos hilos celestes que vive en tanto que se nutre de la energía terrenal. Nada más.

No necesitamos nada más. Nada más. De verdad, nada más.

Claro que, a estas alturas, ¡cuánta astucia supone la fuga genial!, nos recuerda Ortega. Qué costoso nos resulta. Qué difícil. ¡Qué doloroso!

¡Pero si sólo hemos de saber olerla, tocarla, saborearla, verla y escucharla!

Claro. Pero no es fácil volver a aprenderse lo olvidado.

Sergio