Es vulnerable el cuerpo cuando la mente es libre.
Algo así nos decía Shakespeare. Algo así me digo yo.
Hoy he tenido una experiencia genial, de las que no se encuentran fácilmente, y ha sido gracias a Gonzalo Catalinas Gállego -creo que se merece ser nombrado por la gratitud que ahora mismo le debo y por ser no sólo un apasionado de las artes performativas y la danza Butoh sino también una persona con muchas ganas, amor e ilusión (preciosa combinación, por cierto)-. Hoy he recibido una clase gratuita de danza Butoh. En plena Naturaleza, además, entre árboles y árboles de, para quien lo conozca, el Parque Grande de Zaragoza.
Momentos como los de hoy refuerzan mis ideas a cerca del actor y su función y, en definitiva, de las personas y su función. Hoy me he fusionado con la Naturaleza. Ella y yo éramos uno. Esto, que a simple vista parece una auténtica "ida de cabeza", es desde mi punto de vista lo más primitivo, lo más ancestral, lo más verdadero y lo más potente que el ser humano sabe pero ha olvidado hacer.
La danza Butoh, de la que no puedo contaros mucho, es una danza creada por Kazuo Ohno que consiste, entre otras cosas, en entrar en consonancia con uno mismo y con lo más básico del ser humano, la Tierra y el Cielo. Ambos son los dos extremos de los cuales pende todo ser viviente, el cual se nutre de la energía generada por la Tierra para alimentarse de ella y, finalmente, entregársela al Cielo. No olvidemos que el ser humano en su más puro concepto no es nada más que un cúmulo de materia cuya energía es prestada, que no dada, por lo que ha de ser devuelta.
Se nos dice así que hemos de estar agradecidos de tener el cuerpo que tenemos y de poder valernos de todo lo que nos rodea que, repito, no es más que Naturaleza. Porque ella es la que nos sustenta.
Encontrar el centro corporal para trabajar desde ahí usando la respiración como base principal, la cual penetra en nosotros por las piernas, desde la Tierra, como si de raíces se tratara para desaparecer por la cabeza, hacia el Cielo; notar como la vida y la muerte generan un ciclo infinito de transformación de la energía; evocar lo primitivo, el instinto, el impulso y erradicar lo artificial, el intelecto, el bloqueo, la convención, las resistencias, etc. como forma de volver al Origen en que la mente, libre, da paso a un cuerpo desnudo, transparente, vulnerable en definitiva, un cuerpo viviente, no pensante; escuchar las formas, ritmos, pausas, olores, etc. de la Naturaleza como forma de entrar en consonancia con ella quien, superior a cualquier Ser, dicta las normas sobre las que vivir, normas con las cuales ha de convivir el ser humano aceptándolas como llegan, sin querer superponerse a ellas. La Gallina no prevalece sobre el huevo.
Finalmente, una pequeña improvisación grupal en la que, tomando como estímulo la Naturaleza con sus árboles, o agua, o césped, o piedras, no hacemos sino movernos en consonancia con ella, rozando suavemente las joyas que nos son prestadas, bailando al fin y al cabo con ellas. Dejando, eso sí, que marquen ellas la coreografía. Pero sin olvidar que no dejamos de ser sino pura materia colgando de unos hilos celestes que vive en tanto que se nutre de la energía terrenal. Nada más.
No necesitamos nada más. Nada más. De verdad, nada más.
Claro que, a estas alturas, ¡cuánta astucia supone la fuga genial!, nos recuerda Ortega. Qué costoso nos resulta. Qué difícil. ¡Qué doloroso!
¡Pero si sólo hemos de saber olerla, tocarla, saborearla, verla y escucharla!
Claro. Pero no es fácil volver a aprenderse lo olvidado.
Sergio
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