Arte y Vida

Arte y Vida

miércoles, 31 de agosto de 2011

La belleza exterior no es más que el encanto de un instante.

Leyendo Estética. Historia y Fundamentos de Beardsley y Hospers, no hago sino encontrar grandes y profundos hoyos que merecen un largo tiempo de reflexión.

Hablando sobre la belleza, lo sublime y los problemas del gusto, encuentro cosas más que interesantes que no se pueden pasar por alto. Lo que encuentro es que todo ello desemboca en "la mente libre". Es muy interesante, de verdad.

Hace tiempo que pienso en ello de una forma bastante obsesiva. Tras interesarme por la definición que daba Rudolf Steiner sobre la libertad ("ser libre es ser capaz de pensar los propios pensamientos"), me di cuenta gracias a mi profesor de Historia de que es imposible conseguir un estado de libertad mental pensando tus propios pensamientos,  pues ello no deja de ser otro pensamiento.

Si tuviéramos que hablar de una libertad mental seguramente hablaríamos de una mente "voladora". Pensaba en el autobús: dando por verdadero que el ser humano pende de hilos invisibles que vienen del cielo, la aproximación  más directa sería decir que estos no hacen sino anclarse en la cabeza, en la mente, quien impide el paso de los hilos a anclarse en una zona más vital y profunda del ser humano, el alma. Así, la mente funcionaría como una especie de barrera que separaría la vía vital entre el alma y el cielo, siendo así la mente la única controladora del cuerpo. Sin embargo, es el momento en que conseguimos un estado de libertad mental, de abertura, cuando la mente precisamente deja paso a esos hilos, los cuales tratan de, si no anclarse, sí rozar el alma. Y es en ese momento cuando la mente se hace libre y "vuela", cuando los hilos imaginarios pasan a controlar el alma. Y digo controlar, pero no es la palabra más acertada, pues en el momento en que la mente se hace libre, el cuerpo pasa a ser un cúmulo de masa receptivo e impulsivo, no controlado.

Quizá sea ese, para mí, el estado más puro, transparente y vulnerable del ser humano.

Cuando alcanzamos un estado de sublimidad contemplando un objeto bello, el ser humano está de alguna forma abriéndose, volando, contemplando desinteresadamente (de esto ya he hablado) el objeto, sin más. Prueba de ello es que, como dice la palabra, careces de intereses, de pensamiento. Solo contemplas.

Y me atrevería a decir, aún a riesgo de equivocarme, que el actor ha de tratar de conseguir ese estado de libertad mental, porque es entonces cuando solo queda el cuerpo y el objeto. O, lo que es lo mismo, el personaje activo a reaccionar a los "objetos" exteriores. La única diferencia es que la mente "deja de funcionar" y evitamos así cualquier tipo de bloqueo.

Pero, ¿cómo conseguir un estado de libertad mental? Es difícil. Grotowsky, por ejemplo, propone una liberación de la mente a través del trabajo físico. Es duro, pero sirve. No obstante, la escucha es otra forma de reacción a estímulos externos, pues al centrar tu atención (que no concentración) en el exterior, si no es que abras tu mente, si la desvinculas del cuerpo.

No obstante, y volviendo al libro comentado al principio, se me ha caído el mito de la liberación de la mente. Leyendo a los filósofos ingleses de la segunda parte del XVIII me encontré con Archibald Alison, quien defiende que el placer del gusto se debe a la asociación: "La púrpura, por ejemplo, ha adquirido cierto carácter de dignidad por su accidental vinculación con el atuendo de los reyes". Algo más que interesante cuando, tras haber estado estudiando el Arte del siglo XX, me doy cuenta de que precisamente lo que este trata de hacer es eliminar cualquier asociación que pueda hacer el espectador (es decir, este arte afirma la existencia de asociaciones), haciéndolo a través del distanciamiento y consiguiendo así que el espectador no disfrute de sí mismo (la asociación se da dentro de la mente, de forma personal, interior y onanista) sino que disfrute del espectáculo en sí, sin introducirse en sí mismo (el espectador centra la atención fuera y no dentro).

Y diréis, ¿por qué es incompatible la asociación y la mente libre? Pues miren, desde mi más profunda humildad -porque no tengo conocimientos sólidos de estética, más bien están líquidos. O gaseosos-, creo que si la asociación viene dada por la mente, y de eso no me cabe gran duda, ésta ya no está volando, ni está libre. Está de por medio.

Entonces, ¿cuál es el estado puro de contemplación de la belleza? ¿Por qué algo nos gusta o no nos gusta?

Quizá esté mezclando dos cosas diferentes. Porque por un lado tenemos ese estado puro de contemplación, cuando algo sublime se nos viene encima, nos quedamos sin aliento, sin habla, sin ¡pensamientos! y solo contemplamos desinteresadamente (¿no, Kant?); y por otro lado tenemos el estado crítico que se encuentra justo un segundo después de que finalice el estado de contemplación. Es ese momento en que la mente vuelve a cerrarse, corta los hilos y vuelve a controlar al cuerpo. Y así nos volvemos malos y, finalmente, decidimos lo que nos gusta y lo que no. En este caso, mente libre y asociación (por ese orden) son compatibles.

Un proceso más que válido para mí, aunque fastidioso. Y es que si lo tuviéramos que delimitar temporalmente, nos daríamos cuenta de que del 100% del tiempo, solo el 1% corresponde a la contemplación libre y, por tanto, desinteresada.

¡Ay!

Sergio

jueves, 18 de agosto de 2011

Morir, dormir: dormir, tal vez soñar.

Sí, eso es. Estoy soñando. Pero es un sueño muy bonito. Creo, además, que se ha hecho realidad. A veces, los sueños se hacen realidad, estoy convencido. Mi sueño se llama Edimburgo.

Ahí estoy yo, entre preciosas y preciosas calles. Un poco tristes, que llueve mucho. Pero son preciosas. Y la gente, ¡ay la gente! Luego hablaré de la gente.

Hablar principalmente del Edinburgh Festival Fringe. Un festival que arrasa en la ciudad durante agosto. Un festival ejemplar, único, mágico, emocionante, encantador... Un festival para las artes: para el teatro, la música y la danza.

Caminar por las calles de esta magnífica ciudad y encontrarte con tumultos de gente feliz y emocionada, con los ojos bien abiertos alrededor de un pequeño o gran artista que trata de disfrutar haciendo lo que sabe hacer, jugar con el público. Pequeñas performance para divertir o para promocionar otro espectáculo mayor invaden las principales calles de Edimburgo. Y tengo la cartera llena. De propaganda, digo. Pero es genial. Baratísimo, además.

Tras el impacto callejero fui a ver Calígula, de Albert Camus. Menudo espectáculo. Con lo mínimo, hicieron una maravilla -y eso que me costaba entender, que era inglés-. ¡Pero qué actores!, poco más mayores que yo, por cierto. ¡Qué maravilla! Los pelos de punta.

No conforme con eso, entre actores y actores en la Royal Mile, la principal calle de Edimburgo, me topo con un mimo haciendo uno de estos espectáculos de propaganda. Lo único que hacía era no moverse hasta que alguien le cogía el papel de propaganda que tenía en la mano. Entonces se incorporaba como si de un robot se tratara, con movimientos súbitos, cogía otro folleto del montón que tenía en la mano contraria y volvía a su postura inicial. No pude parar de mirarlo durante más de media hora, lo aseguro. También aseguro que en esa media hora, el mimo -de unos 20 años- no parpadeó ni una sola vez. ¿Cómo es posible?

Da igual la técnica. Lo único que sé es que aprendí mucho de ese chico. No solo estaba quieto mirando a un punto fijo sin parpadear sino que, desde ahí, sabía jugar con el público y sabía qué es lo que quería el público. Sabía quién iba a cogerle un folleto y sabía qué quería ese alguien. Contactaba y jugaba, desde su mínima movilidad, con esos seres de dos patas. Era fantástico. Y cómo incorporaba a su personaje sus dificultades del momento. De verdad, insólito. Pero encantador. No estaba consigo, sino con los demás.

¿Y qué pasa con el espectador? Estoy apasionado, de verdad. Aquí, la gente camina con cuidado, está con los demás, agradece cualquier favor, aunque ni lo sea. Y eso, claro, lo transmiten al espectáculo. El espectador aquí no es parte del espectáculo. Es el espectáculo. Están dentro, con el actor o actriz, jugando con él, riéndose con él, llorando con él. En cada espectáculo que veo no pasa más de un minuto sin escuchar gritar al público junto al actor. Es un círculo fascinante, en serio. Les gusta jugar y juegan. Claro, que el que está en medio lo agradece con creces y no hace sino devolverlo multiplicado.

¿Sabéis cuanto me está emocionando ver a la gente sonreír y disfrutar activamente de cada espectáculo?

¿Sabéis cuanto me está emocionando estar dentro de un ambiente tan alegre y familiar?

Sí, sí. A veces, los sueños se hacen realidad, estoy convencido.

Sergio