Morir, dormir: dormir, tal vez soñar.
Sí, eso es. Estoy soñando. Pero es un sueño muy bonito. Creo, además, que se ha hecho realidad. A veces, los sueños se hacen realidad, estoy convencido. Mi sueño se llama Edimburgo.
Ahí estoy yo, entre preciosas y preciosas calles. Un poco tristes, que llueve mucho. Pero son preciosas. Y la gente, ¡ay la gente! Luego hablaré de la gente.
Hablar principalmente del Edinburgh Festival Fringe. Un festival que arrasa en la ciudad durante agosto. Un festival ejemplar, único, mágico, emocionante, encantador... Un festival para las artes: para el teatro, la música y la danza.
Caminar por las calles de esta magnífica ciudad y encontrarte con tumultos de gente feliz y emocionada, con los ojos bien abiertos alrededor de un pequeño o gran artista que trata de disfrutar haciendo lo que sabe hacer, jugar con el público. Pequeñas performance para divertir o para promocionar otro espectáculo mayor invaden las principales calles de Edimburgo. Y tengo la cartera llena. De propaganda, digo. Pero es genial. Baratísimo, además.
Tras el impacto callejero fui a ver Calígula, de Albert Camus. Menudo espectáculo. Con lo mínimo, hicieron una maravilla -y eso que me costaba entender, que era inglés-. ¡Pero qué actores!, poco más mayores que yo, por cierto. ¡Qué maravilla! Los pelos de punta.
No conforme con eso, entre actores y actores en la Royal Mile, la principal calle de Edimburgo, me topo con un mimo haciendo uno de estos espectáculos de propaganda. Lo único que hacía era no moverse hasta que alguien le cogía el papel de propaganda que tenía en la mano. Entonces se incorporaba como si de un robot se tratara, con movimientos súbitos, cogía otro folleto del montón que tenía en la mano contraria y volvía a su postura inicial. No pude parar de mirarlo durante más de media hora, lo aseguro. También aseguro que en esa media hora, el mimo -de unos 20 años- no parpadeó ni una sola vez. ¿Cómo es posible?
Da igual la técnica. Lo único que sé es que aprendí mucho de ese chico. No solo estaba quieto mirando a un punto fijo sin parpadear sino que, desde ahí, sabía jugar con el público y sabía qué es lo que quería el público. Sabía quién iba a cogerle un folleto y sabía qué quería ese alguien. Contactaba y jugaba, desde su mínima movilidad, con esos seres de dos patas. Era fantástico. Y cómo incorporaba a su personaje sus dificultades del momento. De verdad, insólito. Pero encantador. No estaba consigo, sino con los demás.
¿Y qué pasa con el espectador? Estoy apasionado, de verdad. Aquí, la gente camina con cuidado, está con los demás, agradece cualquier favor, aunque ni lo sea. Y eso, claro, lo transmiten al espectáculo. El espectador aquí no es parte del espectáculo. Es el espectáculo. Están dentro, con el actor o actriz, jugando con él, riéndose con él, llorando con él. En cada espectáculo que veo no pasa más de un minuto sin escuchar gritar al público junto al actor. Es un círculo fascinante, en serio. Les gusta jugar y juegan. Claro, que el que está en medio lo agradece con creces y no hace sino devolverlo multiplicado.
¿Sabéis cuanto me está emocionando ver a la gente sonreír y disfrutar activamente de cada espectáculo?
¿Sabéis cuanto me está emocionando estar dentro de un ambiente tan alegre y familiar?
Sí, sí. A veces, los sueños se hacen realidad, estoy convencido.
Sergio
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