Arte y Vida

Arte y Vida

domingo, 30 de octubre de 2011

El cuerpo poético.

Obsesionado estoy con el cuerpo y la máscara. Y más aumenta mi obsesión mientras leo la obra que da título a mi actualización, de Jacques Lecoq, gran pedagogo francés que desarrolló su teoría a lo largo del siglo XX, dándole especial importancia al lenguaje corporal a través de la máscara teatral.

Hace dos semanas, en un estado de embriaguez mental lo vi, lo sentí. Sentí que en la máscara subyace algo más trascendental que la forma en sí, una esencia mágica que estremece a quien la contempla. La máscara se une al cuerpo y ambos forman ahora un todo extremadamente estilizado, mágico, fantástico. Ese objeto constriñe tu yo y lo transforma, casi de inmediato, en un ser diferente. Es algo impresionante.

Estuve buscando información sobre teoría de la máscara teatral o algo similar, pero no encontré nada. Creo que esto ocasiona una forma de teatro más mágica, menos ordinaria, menos común y unos personajes alegres a la vez que tristes, quienes buscan identificarse en el espectador por medio del contacto mutuo, sin barreras absurdas. ¡Miren cómo soy! ¿Os reconocéis vosotros?

Es la forma más fácil de transformarse, pues la máscara tiene un poder tan fuerte que te arrastra involuntariamente. Lecoq utiliza al comienzo de su pedagogía lo que él denominó "máscara neutra", una máscara pre-expresiva, tranquila, calmada, equilibrada. Sólo para, a través de conocer el colchón donde descansa toda expresión, poder saltar a conocer las máscaras expresivas. Sólo existe el movimiento con el no-movimiento y el sonido con el silencio. El contraste, amigos.

De ahí que me atraiga tanto la Commedia dell´arte.

Lecoq propone diversos juegos para profundizar en el comportamiento de la máscara neutra, y entre ellos destaca el uso de los cuatro elementos (agua, fuego, tierra y aire), a los que también tengo acceso en mis amadas clases. Y, como la máscara, son elementos que te arrastran instintivamente, casi involuntariamente si consigues liberar la mente y dejarte reaccionar a esos impulsos tan primitivos como lo son el agua, el fuego, la tierra y el aire. Y Lecoq dice:

- "La tierra es a la vez lo que se puede modelar, amasar, pero también el árbol, que para mí es el mayor elemento simbólico de la tierra, puesto que está enraizado en ella. Para un actor es de lo más importante trabajar el árbol. Debe poder estar plantado en el suelo de verdad, con el cuerpo en equilibrio". Sentir cómo la energía fluye desde las raíces, ancladas al suelo, a través de la savia y notar cómo esa energía prestada ha de ser devuelta en el mismo proceso, ahora inverso, es acercarse a comprender lo que nos sustenta. Suerte tengo de poder trabajar el árbol en mis clases de Expresión Corporal.

- "Intentamos acercarnos a las diferentes dinámicas del agua bajo todas sus formas, desde las más tranquilas a las más violentas".

- "Podría decirse que el viento furioso es el símbolo de la cólera pura, de la cólera sin objeto, sin pretexto. Los grandes escritores de la tempestad [...] han amado este matiz: la tempestad imprevisible, la tragedia física sin causa. [...] Viviendo íntimamente las imágenes del huracán se aprende lo que es la voluntad furiosa y vana. El viento, en su exceso, es la cólera que está en todos lados y en ninguna parte, que nace y renace de sí misma, que gira y se revuelve. El viento amenaza y ulula, pero sólo toma forma cuando se encuentra con el polvo: visible, se convierte en una triste miseria", esta vez de Gaston Bachelard en El aire y los sueños.

- "Y por último, el fuego es el fuego: el más exigente de todos los elementos porque no es más que él mismo".

Imágenes, imágenes, imágenes...

Qué bonito el cuerpo, la mente y el objeto, sólo cuando este último se sabe utilizar, porque nos ayuda a transformarnos.

Me despido recomendándoos esta cosa tan preciosa y a la vez extravagante del director de escena Robert Wilson (o Bob Wilson), a quien accedí gracias a mi absorbente profesora de inglés, Diana Luque.

Sergio

martes, 18 de octubre de 2011

Alguien tiene que morir para que los demás sepamos apreciar la vida.

Es el contraste. Los opuestos.

He de reconocer que nunca me ha gustado especialmente leer teatro. Decir lo contrario sería mentir. He preferido siempre leer una novela o algo similar. Pero mentiría ahora si dijera que esos personajes escritos en papelillos me tienen frío. Que me aburren o que me tienen indiferente. Y sé que la novela también tiene personajes, pero la posibilidad que me brinda el teatro de poder ser el personaje es algo muy, muy especial.

Hoy, en clase de Interpretación, hemos estado estudiando las escenas que vamos a trabajar posteriormente. A mí me ha tocado, no por azar, Descalzos por el parque con Paul. Pero más allá de estudiar técnicamente la escena, hemos profundizado humanamente en el fondo de los personajes. Dios mío, "el hombre es un abismo y me da vértigo mirar dentro". Y los personajes no son sino hombres literarios.

Me constriño y me revuelvo cuando trato de conocer a esas sombras literarias. Me da miedo. Miedo porque los personajes, como nosotros, son máscaras dentro de otra, que es la que se pone el actor. Y también mienten, actúan e incluso desconocen sus verdaderos deseos.

El problema es que el espectador sólo ve un 10% de la vida que hay en escena. Igual que nosotros, ingenuos, que muchas veces sólo vemos la fachada de quien nos habla. Pero el personaje no solo es fachada. Tiene un subtexto, un inconsciente, un pensamiento que no cuenta pero que le altera y acciona. A veces pienso que es más real que el actor.

¿Alguien desea la muerte como quien desea un zumo de naranja? Desear la muerte es una apuesta muy elevada, una apuesta al límite. La cabeza, el corazón, el alma de quien desea la muerte han de estar marchitos, confusos, a punto de explotar. Y a los personajes también les pasa. Un personaje es exteriormente otro más, pero por dentro la bomba cuenta marcha atrás.

Paul, mi personaje, es víctima de una relación amor-odio. Porque el amor, sin él saberlo (¿cuántos somos inconscientes cuando estamos enamorados de ello?), está siempre de la mano del odio, y viceversa. Va a separarse de la persona a la que más ama por odio, pero por amor. "Te odio porque amándote no haces lo que yo quiero". Pero sólo se dará cuenta, como hacemos los de carne y hueso, cuando lo pierda.

Siempre nos fijamos en lo que nos falta cuando ya no está. Es el contraste.

Todos gritamos, aunque el contraste nos obligue a aparentar que todo va bien. O que no va tan mal. Y ellos también lo hacen.

Siento que estoy a medio camino entre un mundo de ficción y un mundo real. Los personajes son aparentemente tinta, pero lo que les pasa lo he visto dibujado también en la vida, y creo que nos podemos acercar más al ser humano entendiendo a esas figuras de papel.

Para entonces, me habré vuelto loco.

Sergio

lunes, 10 de octubre de 2011

La máscara es el tejido que nos cubre el alma.

Es curioso que la palabra "persona" venga del latín "persōna", que significa máscara.

Si seguimos esto al pie de la letra, algo que no sería tan descabellado, hablaríamos de persona como máscara o personaje, no de persona como neutralidad y claridad.

Ya cité, al comienzo de mi blog, unas frases de Declan Donellan, quien asegura que el niño se comporta por imitación, por mímesis de lo que ve. De no ser así, el bebé no tendría nada a lo que agarrarse, por lo que no sería. Todos nos agarramos a algo a través de lo que empujarnos. ¿De dónde se agarra sino el artista para crear? Se crea a través de lo que se ve, por mímesis, imitación, que no copia.

Siguiendo con el interesantísimo tema de la "persona", ¿quién es esta sino una mezcla infinita de cosas y cosas que ha visto y vivido? Muchos actores tienen en boca "me es muy difícil o incluso imposible hacer un personaje nervioso y extrovertido porque yo soy muy calmado y tímido". Pero a mí me gusta pensar, y creo que estoy en lo cierto, que todos tenemos todo. En mayor o menor medida, más escondido o más visible, más arraigado o más desprendido de nosotros, pero ahí está. Sólo hay que saber buscarlo para, posteriormente, usarlo. ¿No tiene acaso la persona más encantadora del mundo momentos desagradables? ¿O el más fuerte momentos de debilidad? ¿O el asustadizo de valentía?

Y si estoy en lo cierto, me regocijo apoyándome en la definición que da el latín a la palabra "persona", pues me afirma que esta no es sino pura máscara, nada de claridad. ¿No os habéis sentido diferentes en según qué situaciones? ¿No os habéis asustado cuando vuestro cuerpo ha reaccionado de forma inesperada delante de una persona en concreto? ¿Acaso hay alguien que no se haya sentido ridículo delante de la persona a quien quiere? ¿No nos hemos hecho nunca los valientes? ¿O los interesantes? ¿O los ingenuos?

Cambiamos de máscara, inconscientemente y a veces involuntariamente según nuestra mente o cuerpo lo requiere. Y lo hacemos básicamente para sobrevivir. No existe la falsedad, porque todos cambiamos de máscara minuto a minuto. Y el bebé hará lo mismo, porque está aprendiendo a sobrevivir en un mundo donde las personas son simples máscaras móviles.

¿Qué pasa entonces cuando hablamos de un "estado de claridad"? Ése sí es el estado, para mí, más difícil que puede alcanzar cualquier persona o, permítanme, cualquier máscara. Y el artista tiene las puertas abiertas a ello. Porque una persona, para interpretar a un personaje, tiene que quitarse antes las mil y una máscaras que tiene encima, desecharlas por un rato, y quedarse -ahora sí- claro, desnudo, transparente y sincero. Sólo para, a continuación, vestirse de nuevo y ponerse otra máscara diferente.

Hace poco me preguntaron que qué era para mí arte. En fin, la pregunta es tan amplia y tan interesante que podría pegarme horas hablando de ello. Pero hasta ahora, creo que una buena definición sería decir que el arte es el medio que tiene cualquier persona para quitarse la máscara y presentarse tal y como es (¿?), como el agua cristalina de un río. Siendo y no pareciendo.

Os preguntaréis que qué dificultad tiene entonces ser actor, ¿no se supone que toda persona tiene la capacidad de cambiar de máscara?

La verdad es que ser actor no es más que mimetizar lo que pasa diariamente. Con medios más o menos estilizados (pues sino no sería arte), pero mimetizando. Pero es que subirse a escena e imitar es difícil, pues al contrario que en la vida, que como ya he dicho esto se da de forma inconsciente y hasta involuntariamente, en escena hay que hacerlo consciente y voluntariamente. Y eso es muy, muy difícil. Porque entran en juego muchos tipos de resistencia, bloqueos y demás...

Y porque desnudarse no es fácil. Ni cómodo. No nos gusta mostrarnos tal y como somos. Cosa del ser humano, supongo...

¿De tanto tenemos que avergonzarnos?

Sergio