¿Por qué?
Creo que ya va siendo hora de volver a hablar de mis magníficas clases de interpretación.
En estos mismos momentos (23.15 h) me encuentro eufórico. Tengo mañana mi segunda improvisación del año. No sabéis la adrenalina y energía que me producen este tipo de estímulos. Ay, ¡estoy nerviosísimo! En esta nueva ronda de improvisaciones hemos metido dos elementos cruciales: espacio imaginario y ¡preparación propia! Me da escalofríos lo de la preparación propia... Hasta ahora llegabas, salía el antagonista de clase (luego viceversa) y comenzabas a hacer una profundización sicológica sobre el trabajo del personaje (concretando y estimulando a éste, pasando de la superficie de los asuntos a lo más profundo de ellos) a través del profesor (Carlos), que te guiaba, preguntaba, cuestionaba y te hacía replantearte los aspectos más íntimos de tu personaje. Es como una voz que te guiaba (pues en la preparación estabas metafóricamente solo). Pero ahora, ¡se acabó! Preparación propia... Estoy temblando.
Os cuento el plan hasta mañana: esta noche voy a estar, sin duda, haciendo la profundización del personaje a través del esquema que propone Layton y a través de un esquema que propone Stanislavski, pues creo que me mueve bastante. Mañana tengo clase a las 9.00 h, pero me voy a levantar a las 7.00 h para estar allí a las 8.00 h, de forma que me de tiempo a preparar el espacio (pues como he dicho pasa a ser imaginario, estando en mi improvisación en el salón de unos amitos). Cogeré un par de sofás, alguna estantería y mantas, muchas mantas por el suelo. Y una vez esté todo preparado, trataré de investigar en lo más profundo de mi personaje. Para ya, llegado el momento, hacer la improvisación. ¡Deseadme suerte!
Siento una energía interior deslumbrante, de verdad. Pero miedo, mucho miedo de que no salga bien.
El martes hice la primera improvisación del año. Creo que ha sido la escena más cómica y absurda que ha presenciado mi clase en todo lo que llevamos de curso (no es una etiqueta negativa lo de absurdo, lo contrario). Imaginad a mi compañero ensayando una prueba militar (por orden de dirección no podía dirigirme la palabra) y a mí, vestido de Harry Potter cutre (la sábana que usé como capa dio mucho juego). Yo, al principio, sentí por mi parte bastante escucha. No podía parar de reírme por lo que veía en escena. Pero tras ver que mi compañero me ignoraba completamente, me entró un nerviosismo y un fuego interior tremendo, hasta el punto de fingir un ataque de ansiedad completamente exagerado e increíble (una de mis estrategias que no tenía pensado sacar). Fue increíble (de no creíble), entre otras cosas, porque no dejaba de reírme en escena, de verdad que la situación era muy cómica. Y, a pesar de parecer una improvisación completamente medida y pensada, aseguro que me dejé llevar por la situación.
En fin, fue una situación muy extraña. No fue una buena improvisación según los elementos técnicos que debería haber habido en ella, pero yo tampoco me sentí forzado.
Que, a propósito, la preparación de esta improvisación fue bestial. ¡Acabé escupiendo como 15 veces seguidas, y a mi profesor no le bastaba! Pero eso no fue lo mejor. Lo mejor fue el momento del por qué. Metí en la improvisación un tema que sabía que me podía afectar, pero que pensaba que no iba a llegar a afectarme. Fue algo como (voy a inventar mis respuestas, pues no quiero hablar de temas personales aquí):
¿Por qué necesitas el dinero? Por mi abuelo.
¿Por qué? Porque lo necesita.
¿Por qué? Porque está mal de dinero.
¿Por qué? Porque lo perdió todo en una apuesta.
¿Por qué? Porque estaba borracho.
¿Por qué? Porque es alcohólico.
¿Por qué? [...]
Como podéis observar, tendemos a mostrar la superficie de las cosas. Pero cuando me hizo llegar a lo más profundo de mi razón más importante para conseguir dinero, lloré. Y esto es algo raro en mí, pues ante gente me cierro mucho. Me sentí desprotegido ante mis compañeros, como si estuviera mostrando una cara de mí que no quería que saliera, pero que no podía remediarlo. La verdad es que conecté bastante. Fue curioso.
Sergio
Arte y Vida
miércoles, 26 de enero de 2011
domingo, 23 de enero de 2011
Solo la belleza puede salvarnos.
¿De quién? De nosotros mismos.
¿Cómo es el verdadero estado de contemplación de la belleza? Continuando con la actualización del 11 de enero, hablaré hoy de la experiencia estética desinteresada, fruto de la mirada estética desinteresada.
Kant sitúa a tres individuos que, tras contemplar una puesta de sol en la playa, ocurre esto:
- El primero se vuelve loco por lo que ve, queriendo revolcarse por la arena, meterse al mar... Le interesa probar y disfrutar.
- El segundo es un comerciante que, tras ver el panorama, ve el lugar perfecto para situar un chiringuito y sacar dinero. Interés económico.
El tercero, sin embargo, se queda extasiado contemplando el lugar sin dar pie a querer hacer nada con él. Simplemente contempla. No existe ningún tipo de interés.
¿Sabéis ya en qué consiste la mirada desinteresada? Es una mirada a través de la cual se cercena completamente la voluntad del individuo, evitando el querer hacer, llegando a un estado de éxtasis a través de una mirada vibrante que se mantiene límpida. Es un estado de transición a la esencia más profunda del objeto o ser a contemplar (mirada anagógica). Solo se contempla, dejando de lado cualquier interés mental. Y es a través de ésta cuando podemos llegar a la experiencia estética de lo bello que, por cierto, se produce muy pocas veces en la vida, a veces ninguna, decía Platón.
¿Nunca habéis entrado en este estado?
Y hablando de la subjetividad u objetividad de la belleza, diré que para Kant, la experiencia estética de lo bello era, ante todo, un sentimiento, de forma que una persona puede llegar a entrar en ese estado de transición contemplando esa puesta de sol, mientras otra puede entenderlo como una experiencia estética fea. Es decir, al contrario de lo que pasaba antes de Kant (donde la belleza se medía a través de unos cánones establecidos, de forma objetiva), a partir de él, la belleza se concibe como algo subjetivo. Como hablaba en mi segunda actualización, el arte en el siglo XX no busca una obra artística bella a través de cánones establecidos para que el público salga contento del teatro, sino que busca una obra de arte, y fin. La belleza ha de ser encontrada por el público (sí, la mirada desinteresada se educa, aunque es algo dificultoso, pues no es fácil bloquear la voluntad).
Distinguir así entra la belleza sensible (una escultura bonita creada a través de unos cánones específicos) y una Belleza invisible (con mayúscula), que supera con creces todo canon, y que es de la que estoy hablando. Y como decía en la actualización del 11 de enero, en todas las épocas vienen a decir lo mismo pero con palabras diferentes pues, para los medievales, Dios era la máxima Belleza.
¿Os acordáis de ese "estado creativo" de Stanislavski, en mi actualización anterior? Resulta que tiene mucho que ver con la mirada desinteresada. ¿Tenéis en mente la imagen de algún bebé cuando de repente se queda perplejo por algo que ve? Mira desinteresadamente, entre otras cosas, porque aún no es capaz de desarrollar ideas complejas en su mente dejándose llevar, en otras palabras de lo dicho anteriormente, por un estado de aquí y ahora, apartando cualquier tipo de interés o pensamiento racional de la mente.
Y es que, como decía al principio, mirar desinteresadamente a los objetos y personas que nos rodean es una puerta abierta a nuestra más profunda humanidad, a la esencia más profunda de lo que nos rodea, una puerta hacia la más profunda comprensión, que lo necesitamos. Sí, soy de los que piensa que el ser humano llevará al desastre al ser humano y al resto de seres, pero esto es otro debate aparte.
Por último, aclarar que todo esto es información que he recogido de mi clase de Historia y algo de reflexión propia. Madre mía, siento que acabaré volviéndome loco. Mi profesor de Historia me advierte: "Sergio, tengo un amigo que era pintor. Se introdujo en el mundo de la estética por puro interés, pero luego, cuando quiso bajar de nuevo al mundo de la creación, le fue imposible". Pero, ¿por qué? "Quizá el problema de la caverna sea que, a fin de cuentas, no es del todo incómoda".
Sergio
¿De quién? De nosotros mismos.
¿Cómo es el verdadero estado de contemplación de la belleza? Continuando con la actualización del 11 de enero, hablaré hoy de la experiencia estética desinteresada, fruto de la mirada estética desinteresada.
Kant sitúa a tres individuos que, tras contemplar una puesta de sol en la playa, ocurre esto:
- El primero se vuelve loco por lo que ve, queriendo revolcarse por la arena, meterse al mar... Le interesa probar y disfrutar.
- El segundo es un comerciante que, tras ver el panorama, ve el lugar perfecto para situar un chiringuito y sacar dinero. Interés económico.
El tercero, sin embargo, se queda extasiado contemplando el lugar sin dar pie a querer hacer nada con él. Simplemente contempla. No existe ningún tipo de interés.
¿Sabéis ya en qué consiste la mirada desinteresada? Es una mirada a través de la cual se cercena completamente la voluntad del individuo, evitando el querer hacer, llegando a un estado de éxtasis a través de una mirada vibrante que se mantiene límpida. Es un estado de transición a la esencia más profunda del objeto o ser a contemplar (mirada anagógica). Solo se contempla, dejando de lado cualquier interés mental. Y es a través de ésta cuando podemos llegar a la experiencia estética de lo bello que, por cierto, se produce muy pocas veces en la vida, a veces ninguna, decía Platón.
¿Nunca habéis entrado en este estado?
Y hablando de la subjetividad u objetividad de la belleza, diré que para Kant, la experiencia estética de lo bello era, ante todo, un sentimiento, de forma que una persona puede llegar a entrar en ese estado de transición contemplando esa puesta de sol, mientras otra puede entenderlo como una experiencia estética fea. Es decir, al contrario de lo que pasaba antes de Kant (donde la belleza se medía a través de unos cánones establecidos, de forma objetiva), a partir de él, la belleza se concibe como algo subjetivo. Como hablaba en mi segunda actualización, el arte en el siglo XX no busca una obra artística bella a través de cánones establecidos para que el público salga contento del teatro, sino que busca una obra de arte, y fin. La belleza ha de ser encontrada por el público (sí, la mirada desinteresada se educa, aunque es algo dificultoso, pues no es fácil bloquear la voluntad).
Distinguir así entra la belleza sensible (una escultura bonita creada a través de unos cánones específicos) y una Belleza invisible (con mayúscula), que supera con creces todo canon, y que es de la que estoy hablando. Y como decía en la actualización del 11 de enero, en todas las épocas vienen a decir lo mismo pero con palabras diferentes pues, para los medievales, Dios era la máxima Belleza.
¿Os acordáis de ese "estado creativo" de Stanislavski, en mi actualización anterior? Resulta que tiene mucho que ver con la mirada desinteresada. ¿Tenéis en mente la imagen de algún bebé cuando de repente se queda perplejo por algo que ve? Mira desinteresadamente, entre otras cosas, porque aún no es capaz de desarrollar ideas complejas en su mente dejándose llevar, en otras palabras de lo dicho anteriormente, por un estado de aquí y ahora, apartando cualquier tipo de interés o pensamiento racional de la mente.
Y es que, como decía al principio, mirar desinteresadamente a los objetos y personas que nos rodean es una puerta abierta a nuestra más profunda humanidad, a la esencia más profunda de lo que nos rodea, una puerta hacia la más profunda comprensión, que lo necesitamos. Sí, soy de los que piensa que el ser humano llevará al desastre al ser humano y al resto de seres, pero esto es otro debate aparte.
Por último, aclarar que todo esto es información que he recogido de mi clase de Historia y algo de reflexión propia. Madre mía, siento que acabaré volviéndome loco. Mi profesor de Historia me advierte: "Sergio, tengo un amigo que era pintor. Se introdujo en el mundo de la estética por puro interés, pero luego, cuando quiso bajar de nuevo al mundo de la creación, le fue imposible". Pero, ¿por qué? "Quizá el problema de la caverna sea que, a fin de cuentas, no es del todo incómoda".
Sergio
domingo, 16 de enero de 2011
Cuando crezca, yo quiero ser un niño.
Hace poco me hicieron ver que todos los niños viven en una habitación sin nada, solo con un baúl. Un baúl cerrado. Y así, durante toda su infancia, pasa el tiempo mientras se preguntan: ¿Qué habrá dentro? Y a continuación, el sí mágico del que habla Stanislavski, ¿Y si hubiera un fantasma? ¿Y si hubiera un dragón? ¿Y si hubiera un tesoro? ¿Y si hubiera millones de chuches? ¿Que pasaría entonces? Y así, ellos solos, activan ese estado creativo de la mente del que luego hablaré.
El problema llega cuando pasada esa infancia, el niño abre el baúl y, desgraciadamente, se encuentra con un baúl vacío. Vacío de ilusiones, de magia, de creatividad... ¿Y quién es el culpable de que ese niño haya abierto el baúl? ¡Todo su alrededor! Los padres, los profesores, los amigos... ¡Ya madurarás, ya madurarás! ¿Qué problema tienen con madurar? ¿Por qué tenemos que salir de nuestra realidad para meternos en una en la que nos tenemos que crear varios estereotipos de personajes para poder sobrevivir? ¡Nos presionan a hacernos de hierro cuando no es necesario!
Y es que existe una barrera entre el mundo "creativo" del niño y el mundo "real" y "racional" de los adultos que insisten en romper. Y una vez rota, ¿qué? No es fácil volverla a crear, tratando de separar como si nada el mundo "real" del "creativo". Y si no, plantearos "¿Donde irán los sueños cuando no los conseguimos? Porque a algún lado tienen que ir. Aunque creo que al final, lo sueños no son más que una excusa. Pero una excusa muy gorda. Son la excusa para vivir. Por eso, a veces, también se convierten en la mirada nostálgica de lo que nunca fuimos. Que putada, asumir que nunca serás lo que siempre deseaste...". Creo, en definitiva, que los sueños no son más que estados de creatividad que anhelamos. Soñamos, al fin y al cabo, como lo hace el niño. La diferencia es que el niño vive porque sueña. Los adultos sueñan para vivir.
Como dice Michael Gambon, "Cuando estás en escena actuando, el teatro es la única realidad. Todo lo demás, lo que los civiles llaman el mundo real, no es nada más que fantasía". Y así os planteo una cuestión: ¿Cuál es la verdadera realidad? ¿El mundo "real" donde los adultos se empeñan en romper barreras o el mundo "creativo" del niño, el escenario del actor?
No sabría qué decir. Lo que está claro es que el actor debe saber jugar con ese mundo creativo.
Durante su vida, Stanislavski trató de averiguar por qué había noches en las que sobresalía en la representación de sus obras y otras en las que no conseguía sacar al personaje. Llegó a la conclusión de que el problema es que había noches en las que conseguía llegar a ese estado creativo de la mente, mientras que otras no. ¿Cuál era el problema? Stanislavski observó que los únicos seres humanos en el planeta que mantenían continuamente ese estado creativo de la mente eran los enamorados y los niños. ¿Por qué? ¿Quizá porque dejan de usar su mente racionalmente? ¿Porque dejan su cuerpo y mente en un estado de aquí y ahora, tomando como única realidad ese mundo en el que la creación y el sí mágico es la única razón posible?
Es curioso...
Sergio
Hace poco me hicieron ver que todos los niños viven en una habitación sin nada, solo con un baúl. Un baúl cerrado. Y así, durante toda su infancia, pasa el tiempo mientras se preguntan: ¿Qué habrá dentro? Y a continuación, el sí mágico del que habla Stanislavski, ¿Y si hubiera un fantasma? ¿Y si hubiera un dragón? ¿Y si hubiera un tesoro? ¿Y si hubiera millones de chuches? ¿Que pasaría entonces? Y así, ellos solos, activan ese estado creativo de la mente del que luego hablaré.
El problema llega cuando pasada esa infancia, el niño abre el baúl y, desgraciadamente, se encuentra con un baúl vacío. Vacío de ilusiones, de magia, de creatividad... ¿Y quién es el culpable de que ese niño haya abierto el baúl? ¡Todo su alrededor! Los padres, los profesores, los amigos... ¡Ya madurarás, ya madurarás! ¿Qué problema tienen con madurar? ¿Por qué tenemos que salir de nuestra realidad para meternos en una en la que nos tenemos que crear varios estereotipos de personajes para poder sobrevivir? ¡Nos presionan a hacernos de hierro cuando no es necesario!
Y es que existe una barrera entre el mundo "creativo" del niño y el mundo "real" y "racional" de los adultos que insisten en romper. Y una vez rota, ¿qué? No es fácil volverla a crear, tratando de separar como si nada el mundo "real" del "creativo". Y si no, plantearos "¿Donde irán los sueños cuando no los conseguimos? Porque a algún lado tienen que ir. Aunque creo que al final, lo sueños no son más que una excusa. Pero una excusa muy gorda. Son la excusa para vivir. Por eso, a veces, también se convierten en la mirada nostálgica de lo que nunca fuimos. Que putada, asumir que nunca serás lo que siempre deseaste...". Creo, en definitiva, que los sueños no son más que estados de creatividad que anhelamos. Soñamos, al fin y al cabo, como lo hace el niño. La diferencia es que el niño vive porque sueña. Los adultos sueñan para vivir.
Como dice Michael Gambon, "Cuando estás en escena actuando, el teatro es la única realidad. Todo lo demás, lo que los civiles llaman el mundo real, no es nada más que fantasía". Y así os planteo una cuestión: ¿Cuál es la verdadera realidad? ¿El mundo "real" donde los adultos se empeñan en romper barreras o el mundo "creativo" del niño, el escenario del actor?
No sabría qué decir. Lo que está claro es que el actor debe saber jugar con ese mundo creativo.
Durante su vida, Stanislavski trató de averiguar por qué había noches en las que sobresalía en la representación de sus obras y otras en las que no conseguía sacar al personaje. Llegó a la conclusión de que el problema es que había noches en las que conseguía llegar a ese estado creativo de la mente, mientras que otras no. ¿Cuál era el problema? Stanislavski observó que los únicos seres humanos en el planeta que mantenían continuamente ese estado creativo de la mente eran los enamorados y los niños. ¿Por qué? ¿Quizá porque dejan de usar su mente racionalmente? ¿Porque dejan su cuerpo y mente en un estado de aquí y ahora, tomando como única realidad ese mundo en el que la creación y el sí mágico es la única razón posible?
Es curioso...
Sergio
martes, 11 de enero de 2011
¿Cómo poder acceder a la Divinidad si ésta nos es inaccesible?
Durante la época Medieval, que recorre más de mil años de historia, se reconoce la absoluta trascendencia de Dios, apareciendo el cristianismo. Así, durante esta etapa, pensadores y teólogos comenzaron a investigar alguna forma de alcanzar la Divinidad, al menos aproximarse.
Se creía, como en Grecia y Roma, que entrar en contacto con un Dios, ya fuera mirándolo o tocándolo destruía a la persona. Según Aristóteles, estar ante un Dios podía causar la muerte por no estar preparado para estar ante un ser superior. Así, griegos y romanos, en las fiestas en honor a algún Dios trataban de llegar al éxtasis (éxtasis=estar fuera de sí, o lo que es lo mismo, entusiasmarse=théos, Dios, es decir, a través de estar fuera de sí (entusiasmarse), llegaban a estar dentro del Dios, o viceversa) a través del propio ritual y el vino (para estar fuera de sí se emborrachaban). Así, al día siguiente, "como consecuencia de haber estado dentro del Dios", llegaban los vómitos, etc. (resaca).
Volviendo al Medievo, ¿cómo poder entonces encontrarse con Dios sin sufrir?
Fue Dionisio de Areopagita quien, en el s. V, comienza a indagar en el alma humana (pues si hay algo en el hombre que se parezca a la Divinidad, será el alma). Y será San Agustín quien más tarde hablará de éste alma, diciendo que se mueve: o de forma circular, o de forma rectilínea o de forma helicoidal.
En el movimiento circular, el alma se cierra dando círculos en torno a sí misma (se cierran los sentidos), preguntándose por Dios y descubriéndose a ella misma como ajena a todo lo que cambia, ajena al cuerpo (el mundo sensible).
Y mientras seguía explicando mi profesor de Historia, yo pensaba: Según el movimiento circular del que hablaba San Agustín, el alma llega a lo Divino a través de cerrarse al mundo sensible. Sin embargo, por lo que me explicó antes de vacaciones, Kant habla de un tercer espectador que contempla un cuerpo sensible bello, quedándose completamente embelesado (suspendido de sentidos), interiorizándose en sí mismo y desconectando automáticamente con el mundo sensible a través de la belleza que le cautiva. Y pensaba: Para cerrarse a lo sensible, ¿no podría ser quizá a través de ello, usándolo como puente?
¡Justo eso explica el movimiento rectilíneo del alma! En vez de entrar el alma en sí a través de cerrarse al mundo sensible, lo hace desde las cosas que la rodean, elevándose a lo superior a través de ellas, pues el mundo sensible en su totalidad, simboliza el mundo Divino (como decía Platón, en el mundo de las ideas reside la perfección, siendo la cúspide del mundo sensible, es decir, en el mundo de las ideas reside la perfección de las cosas que habitan el mundo sensible).
¡Y es que vienen a decir lo mismo! Divinidad, mundo de las ideas, belleza...
La cuestión es que a través de lo que percibimos con los sentidos (véase Tocata y Fuga de Bach, por ejemplo) podemos llegar a ese estado "x" de placer máximo, placer máximo que se interioriza en lo más profundo de nuestro alma, dejando de ser conscientes entonces de todo lo que nos rodea.
Sergio
Durante la época Medieval, que recorre más de mil años de historia, se reconoce la absoluta trascendencia de Dios, apareciendo el cristianismo. Así, durante esta etapa, pensadores y teólogos comenzaron a investigar alguna forma de alcanzar la Divinidad, al menos aproximarse.
Se creía, como en Grecia y Roma, que entrar en contacto con un Dios, ya fuera mirándolo o tocándolo destruía a la persona. Según Aristóteles, estar ante un Dios podía causar la muerte por no estar preparado para estar ante un ser superior. Así, griegos y romanos, en las fiestas en honor a algún Dios trataban de llegar al éxtasis (éxtasis=estar fuera de sí, o lo que es lo mismo, entusiasmarse=théos, Dios, es decir, a través de estar fuera de sí (entusiasmarse), llegaban a estar dentro del Dios, o viceversa) a través del propio ritual y el vino (para estar fuera de sí se emborrachaban). Así, al día siguiente, "como consecuencia de haber estado dentro del Dios", llegaban los vómitos, etc. (resaca).
Volviendo al Medievo, ¿cómo poder entonces encontrarse con Dios sin sufrir?
Fue Dionisio de Areopagita quien, en el s. V, comienza a indagar en el alma humana (pues si hay algo en el hombre que se parezca a la Divinidad, será el alma). Y será San Agustín quien más tarde hablará de éste alma, diciendo que se mueve: o de forma circular, o de forma rectilínea o de forma helicoidal.
En el movimiento circular, el alma se cierra dando círculos en torno a sí misma (se cierran los sentidos), preguntándose por Dios y descubriéndose a ella misma como ajena a todo lo que cambia, ajena al cuerpo (el mundo sensible).
Y mientras seguía explicando mi profesor de Historia, yo pensaba: Según el movimiento circular del que hablaba San Agustín, el alma llega a lo Divino a través de cerrarse al mundo sensible. Sin embargo, por lo que me explicó antes de vacaciones, Kant habla de un tercer espectador que contempla un cuerpo sensible bello, quedándose completamente embelesado (suspendido de sentidos), interiorizándose en sí mismo y desconectando automáticamente con el mundo sensible a través de la belleza que le cautiva. Y pensaba: Para cerrarse a lo sensible, ¿no podría ser quizá a través de ello, usándolo como puente?
¡Justo eso explica el movimiento rectilíneo del alma! En vez de entrar el alma en sí a través de cerrarse al mundo sensible, lo hace desde las cosas que la rodean, elevándose a lo superior a través de ellas, pues el mundo sensible en su totalidad, simboliza el mundo Divino (como decía Platón, en el mundo de las ideas reside la perfección, siendo la cúspide del mundo sensible, es decir, en el mundo de las ideas reside la perfección de las cosas que habitan el mundo sensible).
¡Y es que vienen a decir lo mismo! Divinidad, mundo de las ideas, belleza...
La cuestión es que a través de lo que percibimos con los sentidos (véase Tocata y Fuga de Bach, por ejemplo) podemos llegar a ese estado "x" de placer máximo, placer máximo que se interioriza en lo más profundo de nuestro alma, dejando de ser conscientes entonces de todo lo que nos rodea.
Sergio
domingo, 2 de enero de 2011
Si la gente quiere ver sólo las cosas que pueden entender, no tendrían que ir al teatro. Tendrían que ir al baño.
En mi segunda actualización comenté que más adelante hablaría de una "anécdota" que me ocurrió viendo una obra de teatro en Valladolid. La obra de teatro era Fin de partida, de Samuel Beckett. Este señor es un autor experimental del siglo XX. Más concretamente escribía teatro del absurdo. ¿Teatro del absurdo? ¿Qué absurdez es esta?
El teatro del absurdo es un género dramático que surge como medio de reacción a la situación política y social de la época (entre otras cuestiones, la devastación de las dos guerras mundiales). Así, se caracteriza por tramas aparentemente carentes de sentido, ilógicas, incoherentes... En fin, un teatro difícil. Os recomiendo que busquéis información sobre ello porque es un teatro muy profundo e interesante.
Volviendo a Fin de partida, aún tengo en mente cómo la gente se levantaba de las butacas a mitad de la obra y se iba o, mucho peor, esperaban a que terminara la obra para irse (mientras los actores saludaban) sin aplaudir, como símbolo de desprecio. Y no quiero hacerme el entendido, porque a mí la obra me aburrió extremadamente. Lo que no quita para que el público pudiera apreciar el gran trabajo de los actores, el cual, desde mi punto de vista, fue bastante bueno.
Salí del teatro indignadísimo por la reacción de la gente, de verdad que no me la esperaba. Con lo que cuesta una entrada para ir al teatro, ¿no se supone que el público debe estar medianamente informado de lo que va a ver? ¡Pues no! Tras comentarlo con mi profesor de Historia me aclaró que el espectador no se preocupa de lo que va a ver, deja sorprenderse. Quizá pueda haber una pequeña intención de informarse pero la cosa no sobrepasa la sinopsis. En el cine hay tráiler, documentación sobre el género... En el teatro no. En el teatro hay imagen en cartelera y sinopsis. Y la sinopsis no te cuenta que vas a ver una sucesión de escenas absurdas. Te cuenta, por encima, el trasfondo de la obra (hablo de teatro del absurdo). Y esto me parece un tema interesante.
El arte a partir del siglo XX exige al espectador. Ya no hablamos de un arte solo pasivo sino que debe ser, en algunos casos, también activo. El público no solo se sienta, observa y se va. El público se informa, se sienta, observa, piensa, se va, sigue pensando y se vuelve a informar (o esto debería pasar). Enfoco estas ideas sobre todo a resultados artísticos como los de Becket o John Cage (tengo pendiente una larga actualización dedicada a este compositor). Porque el arte del último siglo sugiere, no copia. Sugiere al espectador ideas abstractas sobre la realidad que hay que descodificar y, para hacerlo, es necesario o bien informarse antes de ver la obra o bien informarse después para entender lo que va a ver o lo que ya ha visto. Si no, todo resultado termina, a vista del espectador, desastrosamente. Y aquí entra mucho en juego el concepto de belleza del que ya hablé y del que volveré a hablar, puesto que para sugerir ideas abstractas de la realidad no es necesario complacer al público (estéticamente hablando).
Y es que el espectador es muy cómodo. El arte no solo existe para pasar un buen rato, que también, sino que existe para sugerir esa realidad al público y hacer una crítica de ella, intentando hacer más consciente al espectador del mundo en el que vive. Pero para ello es necesario un espectador activo que se documenta y reflexiona.
Pero todo esto me angustia. ¿Creéis que el teatro está en tan buen momento como para permitirse el lujo de hacer un arte tan "complejo"? Si a la gente ya le asusta ir al teatro para ir a ver Hamlet, ¿qué va a pasar si les ponemos a ver Fin de partida? ¡Quizá ya no vuelvan jamás! Pero entonces, ¿qué hacer si no? ¿Volver al teatro español de posguerra? Creo que es un tema a reflexionar...
Sergio
En mi segunda actualización comenté que más adelante hablaría de una "anécdota" que me ocurrió viendo una obra de teatro en Valladolid. La obra de teatro era Fin de partida, de Samuel Beckett. Este señor es un autor experimental del siglo XX. Más concretamente escribía teatro del absurdo. ¿Teatro del absurdo? ¿Qué absurdez es esta?
El teatro del absurdo es un género dramático que surge como medio de reacción a la situación política y social de la época (entre otras cuestiones, la devastación de las dos guerras mundiales). Así, se caracteriza por tramas aparentemente carentes de sentido, ilógicas, incoherentes... En fin, un teatro difícil. Os recomiendo que busquéis información sobre ello porque es un teatro muy profundo e interesante.
Volviendo a Fin de partida, aún tengo en mente cómo la gente se levantaba de las butacas a mitad de la obra y se iba o, mucho peor, esperaban a que terminara la obra para irse (mientras los actores saludaban) sin aplaudir, como símbolo de desprecio. Y no quiero hacerme el entendido, porque a mí la obra me aburrió extremadamente. Lo que no quita para que el público pudiera apreciar el gran trabajo de los actores, el cual, desde mi punto de vista, fue bastante bueno.
Salí del teatro indignadísimo por la reacción de la gente, de verdad que no me la esperaba. Con lo que cuesta una entrada para ir al teatro, ¿no se supone que el público debe estar medianamente informado de lo que va a ver? ¡Pues no! Tras comentarlo con mi profesor de Historia me aclaró que el espectador no se preocupa de lo que va a ver, deja sorprenderse. Quizá pueda haber una pequeña intención de informarse pero la cosa no sobrepasa la sinopsis. En el cine hay tráiler, documentación sobre el género... En el teatro no. En el teatro hay imagen en cartelera y sinopsis. Y la sinopsis no te cuenta que vas a ver una sucesión de escenas absurdas. Te cuenta, por encima, el trasfondo de la obra (hablo de teatro del absurdo). Y esto me parece un tema interesante.
El arte a partir del siglo XX exige al espectador. Ya no hablamos de un arte solo pasivo sino que debe ser, en algunos casos, también activo. El público no solo se sienta, observa y se va. El público se informa, se sienta, observa, piensa, se va, sigue pensando y se vuelve a informar (o esto debería pasar). Enfoco estas ideas sobre todo a resultados artísticos como los de Becket o John Cage (tengo pendiente una larga actualización dedicada a este compositor). Porque el arte del último siglo sugiere, no copia. Sugiere al espectador ideas abstractas sobre la realidad que hay que descodificar y, para hacerlo, es necesario o bien informarse antes de ver la obra o bien informarse después para entender lo que va a ver o lo que ya ha visto. Si no, todo resultado termina, a vista del espectador, desastrosamente. Y aquí entra mucho en juego el concepto de belleza del que ya hablé y del que volveré a hablar, puesto que para sugerir ideas abstractas de la realidad no es necesario complacer al público (estéticamente hablando).
Y es que el espectador es muy cómodo. El arte no solo existe para pasar un buen rato, que también, sino que existe para sugerir esa realidad al público y hacer una crítica de ella, intentando hacer más consciente al espectador del mundo en el que vive. Pero para ello es necesario un espectador activo que se documenta y reflexiona.
Pero todo esto me angustia. ¿Creéis que el teatro está en tan buen momento como para permitirse el lujo de hacer un arte tan "complejo"? Si a la gente ya le asusta ir al teatro para ir a ver Hamlet, ¿qué va a pasar si les ponemos a ver Fin de partida? ¡Quizá ya no vuelvan jamás! Pero entonces, ¿qué hacer si no? ¿Volver al teatro español de posguerra? Creo que es un tema a reflexionar...
Sergio
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