Arte y Vida

Arte y Vida

domingo, 2 de enero de 2011

Si la gente quiere ver sólo las cosas que pueden entender, no tendrían que ir al teatro. Tendrían que ir al baño.

En mi segunda actualización comenté que más adelante hablaría de una "anécdota" que me ocurrió viendo una obra de teatro en Valladolid. La obra de teatro era Fin de partida, de Samuel Beckett. Este señor es un autor experimental del siglo XX. Más concretamente escribía teatro del absurdo. ¿Teatro del absurdo? ¿Qué absurdez es esta?

El teatro del absurdo es un género dramático que surge como  medio de reacción a la situación política y social de la época (entre otras cuestiones, la devastación de las dos guerras mundiales). Así, se caracteriza por tramas aparentemente carentes de sentido, ilógicas, incoherentes... En fin, un teatro difícil. Os recomiendo que busquéis información sobre ello porque es un teatro muy profundo e interesante.

Volviendo a Fin de partida, aún tengo en mente cómo la gente se levantaba de las butacas a mitad de la obra y se iba o, mucho peor, esperaban a que terminara la obra para irse (mientras los actores saludaban) sin aplaudir, como símbolo de desprecio. Y no quiero hacerme el entendido, porque a mí la obra me aburrió extremadamente. Lo que no quita para que el público pudiera apreciar el gran trabajo de los actores, el cual, desde mi punto de vista, fue bastante bueno.

Salí del teatro indignadísimo por la reacción de la gente, de verdad que no me la esperaba. Con lo que cuesta una entrada para ir al teatro, ¿no se supone que el público debe estar medianamente informado de lo que va a ver? ¡Pues no! Tras comentarlo con mi profesor de Historia me aclaró que el espectador no se preocupa de lo que va a ver, deja sorprenderse. Quizá pueda haber una pequeña intención de informarse pero la cosa no sobrepasa la sinopsis. En el cine hay tráiler, documentación sobre el género... En el teatro no. En el teatro hay imagen en cartelera y sinopsis. Y la sinopsis no te cuenta que vas a ver una sucesión de escenas absurdas. Te cuenta, por encima, el trasfondo de la obra (hablo de teatro del absurdo). Y esto me parece un tema interesante.

El arte a partir del siglo XX exige al espectador. Ya no hablamos de un arte solo pasivo sino que debe ser, en algunos casos, también activo. El público no solo se sienta, observa y se va. El público se informa, se sienta, observa, piensa, se va, sigue pensando y se vuelve a informar (o esto debería pasar). Enfoco estas ideas sobre todo a resultados artísticos como los de Becket o  John Cage (tengo pendiente una larga actualización dedicada a este compositor). Porque el arte del último siglo sugiere, no copia. Sugiere al espectador ideas abstractas sobre la realidad que hay que descodificar y, para hacerlo, es necesario o bien informarse antes de ver la obra o bien informarse después para entender lo que va a ver o lo que ya ha visto. Si no, todo resultado termina, a vista del espectador, desastrosamente. Y aquí entra mucho en juego el concepto de belleza del que ya hablé y del que volveré a hablar, puesto que para sugerir ideas abstractas de la realidad no es necesario complacer al público (estéticamente hablando).

Y es que el espectador es muy cómodo. El arte no solo existe para pasar un buen rato, que también, sino que existe para sugerir esa realidad al público y hacer una crítica de ella, intentando hacer más consciente al espectador del mundo en el que vive. Pero para ello es necesario un espectador activo que se documenta y reflexiona.

Pero todo esto me angustia. ¿Creéis que el teatro está en tan buen momento como para permitirse el lujo de hacer un arte tan "complejo"? Si a la gente ya le asusta ir al teatro para ir a ver Hamlet, ¿qué va a pasar si les ponemos a ver Fin de partida? ¡Quizá ya no vuelvan jamás!  Pero entonces, ¿qué hacer si no? ¿Volver al teatro español de posguerra? Creo que es un tema a reflexionar...

Sergio

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