Los locos abren los caminos que más tarde recorren los sabios.
Ayer fue día de conferencias y obra de teatro por la tarde. La verdad es que salí contento, de ambas. Me gustaría hacer un remix de todo lo planteado ayer.
Se organizaron, como ya he dicho, unas jornadas de "Estética y artes teatrales" con dos mesas diferentes. Una de ellas a cargo de Alberto Conejero, Adrián Pradier, Juan Manuel Gómez (profesores de la Esad Cyl) y Sixto J. Castro, a la cuál (desgraciadamente) no pude asistir, y otra a cargo de María Adánez (actriz), Ignacio Amestoy (dramaturgo), Carlos Marchena (director) y Rodrigo Zaparaín (arquitecto y escenógrafo).
Dicho esto, hablaré de la mesa a la que asistí, especialmente de Ignacio Amestoy, el cual, a través de su fantástico manierismo, consiguió captar la atención del público absorbiéndonos en su profundo discurso. Hablando de modernidad líquida como hecho difícilmente controlable, nos comentó que el principal problema actual en el panorama teatral era, indiscutiblemente, la necesidad de reeducación del espectador. Dicho con mis propias palabras, vengo a decir lo que ya ayer él nos advirtió, y es que es el "mal entendimiento" a voluntad de una parte de los productores y directores de los conceptos "oferta" y "demanda" lo que lleva, desde hace un tiempo, acostumbrando al espectador a la comodidad espectacular. Y es que, ¿para qué ofertar mis intereses e inquietudes? ¡Mejor ofertar los intereses e inquietudes del público! Más dinero y más éxito... ´
Sí, pero menos experimentación. Si arte significa contemplar al público, acomodarle en su asiento, mostrar mayor espectáculo tecnológico y menor espectáculo actoral y textual y arraigarnos a un arte primitivo, me desapunto. Nuestro amigo John Cage nos decía que "la palabra experimental es válida siempre que se entienda como [...] un acto cuyo resultado es desconocido". Sin arriesgar, no se evoluciona. ¿Para qué, entonces, mostrarle al espectador lo que él quiere? Es precisamente en la oferta donde tenemos que apuntar nuestra atención. Ahí está la clave. En presentar novedades (con un elenco, por favor, de verdad) y fracasar. Todos los grandes genios han fracasado en su vida. Pero han aportado a la humanidad (nada más grande que esto) nuevas incógnitas que resolver.
Sólo daré un dato: los porcentajes en el ámbito teatral madrileño oscilan entre un 70% de asistencia a musicales y un 30% de asistencia al resto de espectáculos teatrales. Algo infinitamente dramático cuando hablamos de que los musicales, por norma general, son creados (copiados, mejor dicho) para contentar las necesidades de un público que busca en el arte únicamente la satisfacción personal.
Escuchemos a Amestoy gritarnos, mientras giramos en torno a un teatro a la italiana: ¡El teatro es contemporaneidad! ¡No os preocupéis tanto de los bronces y de los terciopelos y preocuparos por un teatro abierto!
Y qué alegría haber contemplado ayer Escenas mínimas, un espectáculo de ya ex alumnos licenciados en la Esad Cyl (centro donde estudio) con un trabajo tan potente y una propuesta tan alternativa. De verdad, qué alegría.
Y cuánto trabajo por delante.
Sergio
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