Ser o no ser.
"Últimamente, no sé por qué, he perdido la alegría, he dejado todas mis actividades; y lo cierto es que me veo tan abatido que esta bella estructura que es la tierra me parece un estéril promontorio. Esta regia bóveda, el cielo, ¿veis?, este excelso firmamento, este techo majestuoso adornado con fuego de oro, todo esto me parece nada más que una asamblea de emanaciones pestilentes e inmundas. ¡Qué obra maestra es el hombre! ¡Qué noble es su raciocinio! ¡Qué infinito en sus potencias! ¡Qué perfecto y admirable en forma y movimiento! ¡Cuán parecido a un ángel en sus actos y a un dios en su entendimiento! ¡La gala del mundo, el arquetipo de criaturas! Y sin embargo, ¿qué es para mí esta quintaesencia del polvo? El hombre no me agrada; no, tampoco la mujer."
El hombre no me agrada y tampoco la mujer, es cierto. Y sin embargo me invade cierta conmoción cuando veo sufrir a estas pequeñas bestias, porque están sumidas en un inmenso mar de dolor, y el nado continuo por salir de él es costoso. Pero no puedo hacer nada. O no quiero. Siento asco y repugnancia de mí mismo por ser quien soy y por sentirme también una pequeña bestia, mala donde las haya y contemplativa de este espectáculo macabro.
"¡Ah, qué innoble soy, qué mísero canalla! [...] Mas yo, vil desganado, me arrastro en la apatía como un soñador, impasible ante mi causa y sin decir palabra. [...] ¿Soy un cobarde?"
Vivir sumido en la oscuridad sin capacidad alguna para decir basta y poner punto final al desastre me vuelve más bestia. Mi lugar de descanso está entre los árboles, entre las montañas. El ruido de las ramas agitándose o el de los pájaros piando me tranquiliza, porque me recuerda que hay algo verdaderamente bello en esta gran masa gigante, algo vivo e inofensivo. Algo que sólo ve, oye y siente.
"¿Parece, señora? No: es. En mí no hay "parecer". No es mi capa negra, buena madre, ni mi constante luto riguroso, ni suspiros de un aliento entrecortado, no, ni ríos que manan de los ojos, ni expresión decaída de la cara, con todos los modos, formas y muestras de dolor, lo que puede retratarme; todo eso es "parecer", pues son gestos que se pueden simular. Lo que yo llevo dentro no se expresa; lo demás es ropaje de la pena".
Y esas ramas y esos pájaros me recuerdan que "soy" y que la máscara o capa negra sólo ocultan mi ser, no lo muestran, no lo imitan, no lo copian. No pueden. Porque si hay algo verdaderamente bello por lo que estamos en esta gran cáscara de nuez es porque tenemos la capacidad de ser y, por tanto, estar. Toda estilización más allá de ello está de más para vivir. Porque, a estas alturas, aún no hemos aprendido a vivir.
"Actúa, cerebro. He oído decir que unos culpables que asistían al teatro se han impresionado a tal extremo con el arte de la escena que al instante han confesado sus delitos. [...] Haré que estos actores reciten [...]. Observaré sus gestos, le hurgaré la herida. Al menor sobresalto ya sé qué hacer. [...] el teatro es la red que atrapará la conciencia."
Tengo un arma y voy a usarla. Si lo palpable se nos escapa puedo echar mano del reflejo. Pero pienso sustraer toda impureza del ensuciado ser de las personas, aunque tenga que permanecer yo en la cueva. Hay que ponerle voluntad a la pureza. No podemos permanecer impasibles ante el sufrimiento de nuestros semejantes. Ni ante el nuestro. Hay que salir fuera y luchar, porque sólo hay tres opciones: ser bueno o ser malo o no ser nada.
Yo soy malo.
Sergio, con Hamlet
Arte y Vida
sábado, 31 de diciembre de 2011
sábado, 17 de diciembre de 2011
De cero a uno hay un infinito.
Ya hablaba hace un par de semanas con una compañera de clase que si el año pasado constituyó nuestro "renacimiento" como personas no sólo de teatro, este va a constituir el "descubrimiento" de lo que somos y no somos, de lo que tenemos y lo que nos falta. O al menos esa es mi impresión.
Y es que, visto en frío, el renacimiento constituye algo más bien cómodo, bonito y agradable, porque pasar de la nada al algo es una cosa más que reconfortante, porque si es cierto que descubres muchas cosas, la mayoría no son difíciles de asimilar, y es que entrar en el aula vacío y salir con cuatro grandes bolsas llenas de cosas no puede dejar de sorprenderte y de sacarte una sonrisa placentera. Renaciendo he tomado mi primer contacto con este mágico mundo en el que estoy metido, y he visto que todas las posibilidades de las que me nutro ya no sólo como estudiante de Arte Dramático sino como persona son inmensas y maravillosas.
Pero esta línea de acción, si no es que desaparezca, sí disminuye. Si es cierto que Miguel Ángel murió "todavía aprendiendo", también es verdad que la sensación de descubrir un nuevo mundo no es algo que nos es brindado todos los días. No puedo esperar de mi carrera (por usar un sustantivo común) una sorpresa, comodidad y alegría constantes, porque existen jornadas más o menos planas, más o menos complejas y más o menos especiales. Lo que tengo que apreciar es que cada jornada es nueva y, necesariamente, he de encontrar aunque sea un granito de oro entre millones de granitos de arena, porque lo hay. Y sólo apropiándome de ese granito y guardándolo en bolsas llegaré a juntar muchos de ellos.
La magia en mi trabajo está, y es lo que me hace sentirme especial (¡qué suerte tengo!, pienso); el esfuerzo y las ganas por conseguir alcanzar mis sueños están, y es lo que me hace sentirme más especial (¡cuánto más de suerte tengo!, pienso). Porque si hay algo en mí de lo que esté especialmente orgulloso es que mientras mi cabeza se ocupa de soñar, siempre con los pies en el suelo, mi cuerpo está en un trabajo constante por conseguirlo. Y hasta ahora he sido afortunado. Al menos en lo que más quiero en esta vida, que es lo que algunos llaman teatro.
A veces pienso que es mi único acompañante fiel, porque es el único que no habla de él, de él y de él, sino que me escucha y me nutre. Anda que si me nutre: solo con esto me es imposible no sacar una pequeñita sonrisa y una pequeñita lágrima de emoción: Alegría. ¿Alguien puede decirme que esto no es mágico? Cuando acudo a este vídeo algo dentro de mí se mueve. Cuanto amor se ve, y cuanto de recompensa al ver a la gente sonreír...
Es imposible no sentirme afortunado. Os aseguro que tengo ahí guardado, en mis sacos, imágenes tan bellas que absolutamente nadie va a poder robarme. Lo único que quiero hacer es compartirlas.
Y lo pienso hacer. Soy una persona inteligente.
Hace casi un año salía de una tutoría con una persona muy especial. Me sentí volar. Estoy seguro de que ese día pude parar el mundo, porque toda la energía del mismo se concentró en mi estómago. Vale, no os chivéis, sé que sólo fue una sensación. Pero una de las mejores que he tenido en la vida.
Este año sé que de cero a uno hay un infinito. Y que de uno a dos sólo la mitad. Gracias, Carlos.
Sergio
Ya hablaba hace un par de semanas con una compañera de clase que si el año pasado constituyó nuestro "renacimiento" como personas no sólo de teatro, este va a constituir el "descubrimiento" de lo que somos y no somos, de lo que tenemos y lo que nos falta. O al menos esa es mi impresión.
Y es que, visto en frío, el renacimiento constituye algo más bien cómodo, bonito y agradable, porque pasar de la nada al algo es una cosa más que reconfortante, porque si es cierto que descubres muchas cosas, la mayoría no son difíciles de asimilar, y es que entrar en el aula vacío y salir con cuatro grandes bolsas llenas de cosas no puede dejar de sorprenderte y de sacarte una sonrisa placentera. Renaciendo he tomado mi primer contacto con este mágico mundo en el que estoy metido, y he visto que todas las posibilidades de las que me nutro ya no sólo como estudiante de Arte Dramático sino como persona son inmensas y maravillosas.
Pero esta línea de acción, si no es que desaparezca, sí disminuye. Si es cierto que Miguel Ángel murió "todavía aprendiendo", también es verdad que la sensación de descubrir un nuevo mundo no es algo que nos es brindado todos los días. No puedo esperar de mi carrera (por usar un sustantivo común) una sorpresa, comodidad y alegría constantes, porque existen jornadas más o menos planas, más o menos complejas y más o menos especiales. Lo que tengo que apreciar es que cada jornada es nueva y, necesariamente, he de encontrar aunque sea un granito de oro entre millones de granitos de arena, porque lo hay. Y sólo apropiándome de ese granito y guardándolo en bolsas llegaré a juntar muchos de ellos.
La magia en mi trabajo está, y es lo que me hace sentirme especial (¡qué suerte tengo!, pienso); el esfuerzo y las ganas por conseguir alcanzar mis sueños están, y es lo que me hace sentirme más especial (¡cuánto más de suerte tengo!, pienso). Porque si hay algo en mí de lo que esté especialmente orgulloso es que mientras mi cabeza se ocupa de soñar, siempre con los pies en el suelo, mi cuerpo está en un trabajo constante por conseguirlo. Y hasta ahora he sido afortunado. Al menos en lo que más quiero en esta vida, que es lo que algunos llaman teatro.
A veces pienso que es mi único acompañante fiel, porque es el único que no habla de él, de él y de él, sino que me escucha y me nutre. Anda que si me nutre: solo con esto me es imposible no sacar una pequeñita sonrisa y una pequeñita lágrima de emoción: Alegría. ¿Alguien puede decirme que esto no es mágico? Cuando acudo a este vídeo algo dentro de mí se mueve. Cuanto amor se ve, y cuanto de recompensa al ver a la gente sonreír...
Es imposible no sentirme afortunado. Os aseguro que tengo ahí guardado, en mis sacos, imágenes tan bellas que absolutamente nadie va a poder robarme. Lo único que quiero hacer es compartirlas.
Y lo pienso hacer. Soy una persona inteligente.
Hace casi un año salía de una tutoría con una persona muy especial. Me sentí volar. Estoy seguro de que ese día pude parar el mundo, porque toda la energía del mismo se concentró en mi estómago. Vale, no os chivéis, sé que sólo fue una sensación. Pero una de las mejores que he tenido en la vida.
Este año sé que de cero a uno hay un infinito. Y que de uno a dos sólo la mitad. Gracias, Carlos.
Sergio
jueves, 8 de diciembre de 2011
La risa que nos hace comprender.
Tras haber creado junto a la ayuda de tres profesores de mi Escuela (Adrián Pradier, Rosa Sanz y Javier Jacobo) el I Seminario Permanente de Arte y Humanidades de la ESADCyL, no puedo decir otra cosa sino que estoy bastante orgulloso de haber participado en su construcción y ser uno de los coordinadores del mismo. Creo que esta opción va a constituir un complemento que servirá como apoyo a nuestras enseñanzas artísticas a parte de ayudar a crear un espacio de reflexión y debate común con ponentes más que interesantes. Haré un poco de propaganda: os dejo aquí el link.
El primer invitado al Seminario fue Sixto José Castro Rodríguez, doctor en filosofía, bachiller en teología y titulado en órgano, actual profesor de Estética y Teoría de las Artes en el Departamento de Filosofía de la Universidad de Valladolid. Un hombro ejemplar, de verdad, algo impresionante. Durante la ponencia no podía estar de otra forma más que con la boca abierta de ver tanto saber en una persona. ¡Qué cosas!
Y esta primera ponencia trataba de la risa. Una risa que podemos dividir en dos tipos diferentes: la risa Duchenne, que es la que nos causa placer y genera humor, produciéndose tras haber entendido el "chiste"; y la risa No Duchenne, la cual funciona como lubricante de la interacción social, de forma que aunque no hayamos entendido ese "chiste", nos reímos para suavizar las tensiones sociales.
La comedia no es sino la cara inversa a la tragedia. Existe un puente entre ambas, de forma que aparece el llanto o la risa cuando el lenguaje no llega a expresar lo que sentimos, funcionando ambas como medios que nos permiten liberar toda tensión acumulada (tensión no gratuita, pues reprimirla ya nos genera un gasto de energía). Y esta represión va en aumento gradual conforme crecemos, pues la edad nos aporta mayor conciencia del mundo en que vivimos, de forma que nos vemos obligados a guardar todo comportamiento o actitud que la sociedad considera que está fuera de lugar, que es inútil, ridícula o un largo etcétera. Es así como, una vez más, podemos darnos cuenta de que nuestras más básicas vías de escape son elementos que nada tienen que ver con nuestro control mental, sino que son impulsos que la mayoría de las veces (cuando es risa Duchenne) nos son involuntarios, siendo solo controlados cuando influye el intelecto, el bloqueo o restricción de nuestro yo más básico (risa No Duchenne).
En fin, es así como la sociedad funciona como opresora de las propias reacciones a veces vitales del ser humano. En la risa hay sin duda un elemento cultural que nos estipula de qué podemos reírnos, donde, cuándo y cómo.
Y no somos libres de nuestra risa, la cual viene a veces cuando no queremos o se escapa cuando queremos que esté. Cuando se produce una risa de acogida, tratamos de reírnos forzadamente para no ser excluidos de un grupo que, al contrario que yo, ha sabido descodificar ese elemento cómico. Y digo yo, ¿cuánto hay en el teatro de risa Duchenne y cuanto de risa No Duchenne? Porque una reacción de risa forzada a un acto escénico puede ser la muerte de la realidad imaginaria, de forma que el espectador se siente constreñido por ese grupo social, ahora "superior" a él, y pasa a centrar su atención no en la escena sino en él mismo como "inferior o ridículo" y en el resto del grupo como "superior". Aunque por otro lado, este punto de vista propio tan lejano puede favorecer, si es el cometido del director o dramaturgo, el conseguir que el espectador se mire al espejo como un "otro" en la sociedad, incluso inferior a ella.
Ahora bien, ¿por qué nos reímos? ¿Por superioridad a lo que vemos, según Hobbes? ¿Por identificación? ¿Por la contemplación de hechos incongruentes, según Schopenhauer? ¿Por la represión de comportamientos vitales, según Bergson? ¿Por la contemplación de pequeñas tragedias a las que somos ajenos? ¿Por hechos con finalidad sin fin, tal y como habla Kant de la belleza?
En definitiva, como dijo Sixto, si algo podemos tomar de la risa es que gracias a ella el mundo es menos frío, nos permite vivir no de forma indiferente sino disfrutando de su acompañamiento, pudiendo instalarnos en él con más seguridad. Y es que "nadie debería tomarse la vida tan en serio como para olvidar reírse de sí mismo", nos dice R.S. Sharma.
Porque la risa nos ayuda a retroceder a nuestro estado infantil. Y eso es genial.
Sergio
Tras haber creado junto a la ayuda de tres profesores de mi Escuela (Adrián Pradier, Rosa Sanz y Javier Jacobo) el I Seminario Permanente de Arte y Humanidades de la ESADCyL, no puedo decir otra cosa sino que estoy bastante orgulloso de haber participado en su construcción y ser uno de los coordinadores del mismo. Creo que esta opción va a constituir un complemento que servirá como apoyo a nuestras enseñanzas artísticas a parte de ayudar a crear un espacio de reflexión y debate común con ponentes más que interesantes. Haré un poco de propaganda: os dejo aquí el link.
El primer invitado al Seminario fue Sixto José Castro Rodríguez, doctor en filosofía, bachiller en teología y titulado en órgano, actual profesor de Estética y Teoría de las Artes en el Departamento de Filosofía de la Universidad de Valladolid. Un hombro ejemplar, de verdad, algo impresionante. Durante la ponencia no podía estar de otra forma más que con la boca abierta de ver tanto saber en una persona. ¡Qué cosas!
Y esta primera ponencia trataba de la risa. Una risa que podemos dividir en dos tipos diferentes: la risa Duchenne, que es la que nos causa placer y genera humor, produciéndose tras haber entendido el "chiste"; y la risa No Duchenne, la cual funciona como lubricante de la interacción social, de forma que aunque no hayamos entendido ese "chiste", nos reímos para suavizar las tensiones sociales.
La comedia no es sino la cara inversa a la tragedia. Existe un puente entre ambas, de forma que aparece el llanto o la risa cuando el lenguaje no llega a expresar lo que sentimos, funcionando ambas como medios que nos permiten liberar toda tensión acumulada (tensión no gratuita, pues reprimirla ya nos genera un gasto de energía). Y esta represión va en aumento gradual conforme crecemos, pues la edad nos aporta mayor conciencia del mundo en que vivimos, de forma que nos vemos obligados a guardar todo comportamiento o actitud que la sociedad considera que está fuera de lugar, que es inútil, ridícula o un largo etcétera. Es así como, una vez más, podemos darnos cuenta de que nuestras más básicas vías de escape son elementos que nada tienen que ver con nuestro control mental, sino que son impulsos que la mayoría de las veces (cuando es risa Duchenne) nos son involuntarios, siendo solo controlados cuando influye el intelecto, el bloqueo o restricción de nuestro yo más básico (risa No Duchenne).
En fin, es así como la sociedad funciona como opresora de las propias reacciones a veces vitales del ser humano. En la risa hay sin duda un elemento cultural que nos estipula de qué podemos reírnos, donde, cuándo y cómo.
Y no somos libres de nuestra risa, la cual viene a veces cuando no queremos o se escapa cuando queremos que esté. Cuando se produce una risa de acogida, tratamos de reírnos forzadamente para no ser excluidos de un grupo que, al contrario que yo, ha sabido descodificar ese elemento cómico. Y digo yo, ¿cuánto hay en el teatro de risa Duchenne y cuanto de risa No Duchenne? Porque una reacción de risa forzada a un acto escénico puede ser la muerte de la realidad imaginaria, de forma que el espectador se siente constreñido por ese grupo social, ahora "superior" a él, y pasa a centrar su atención no en la escena sino en él mismo como "inferior o ridículo" y en el resto del grupo como "superior". Aunque por otro lado, este punto de vista propio tan lejano puede favorecer, si es el cometido del director o dramaturgo, el conseguir que el espectador se mire al espejo como un "otro" en la sociedad, incluso inferior a ella.
Ahora bien, ¿por qué nos reímos? ¿Por superioridad a lo que vemos, según Hobbes? ¿Por identificación? ¿Por la contemplación de hechos incongruentes, según Schopenhauer? ¿Por la represión de comportamientos vitales, según Bergson? ¿Por la contemplación de pequeñas tragedias a las que somos ajenos? ¿Por hechos con finalidad sin fin, tal y como habla Kant de la belleza?
En definitiva, como dijo Sixto, si algo podemos tomar de la risa es que gracias a ella el mundo es menos frío, nos permite vivir no de forma indiferente sino disfrutando de su acompañamiento, pudiendo instalarnos en él con más seguridad. Y es que "nadie debería tomarse la vida tan en serio como para olvidar reírse de sí mismo", nos dice R.S. Sharma.
Porque la risa nos ayuda a retroceder a nuestro estado infantil. Y eso es genial.
Sergio
jueves, 17 de noviembre de 2011
La música es la armonía del cielo y de la tierra. En la música todos los sentimientos vuelven a su estado puro.
Gracias a mi profesora de arte, Charo Charro, estoy descubriendo que hay otras muchas formas de crear un personaje además de las corrientes técnicas interpretativas que ya conocemos. Y no hablo de una técnica ni nada por el estilo, simplemente de un medio a través del cual ampliar la capacidad imaginativa del actor: la pintura, la escultura y la arquitectura. Porque muchos artistas nos han ido contando a lo largo de los siglos cómo ha sido la sociedad de entonces, los intereses, los principales móviles, preocupaciones, ideales... Y todo a través de la expresión. Principalmente humana, además. ¿Por qué no apoyarnos, entonces, en estos grandes trampolines tan obvios y accesibles?
Cuando asistí hace poco a una exposición de Alonso Berruguete, escultor manierista, me di cuenta de que la madera o el lienzo trasciende del puro objeto. Y es que cuando me plantaba delante de esas grandes figuras mi cuerpo no podía mantenerse estático, porque esas miradas y esos cuerpos querían decirme algo. Y he soñado con esos trozos de madera cuando he leído tragedias y comedias. Todos los personajes que conozco están por ahí, estáticos, esperando a ser contemplados. Estoy seguro de que es un gran recurso para el actor.
Pero el gran tema a introducir hoy es la música, porque si las artes plásticas nos pueden ayudar a la creación de un personaje, no tengo palabras para explicar lo que nos puede aportar la música. Y aquí me gustaría hacer un pequeño inciso para nombrar a una gran profesora y persona, quien me ha abierto las puertas al mundo de la música. Hablo de Cristina Redrado, a quien tengo mucho que agradecer.
Gracias a ella no sólo he abierto mis oídos sino que también lo han hecho cada uno de los poros de mi piel, y es que cada vez que escucho a Palestrina, Haendel, Bach, Mozart, Stravinski y otros muchos, mis pelos se convierten en lanzas de acero. Me arriesgaría a decir, y lo hago rotundamente, que la música es quizá el arte más bello, puro y trascendental que hay. Cuando escucho una buena obra musical mi cuerpo se estremece, mi cabeza vuela y mi alma asciende a algún sitio imposible de escribir. No es capricho, es necesidad, es alimento.
¿Y no es precisamente lo que intentamos los actores? Dejar el cuerpo y la mente libre y, en fin, trascender del puro texto. Disfrutar.
Pero es que, además, una obra musical (como cualquier otra) no es percibida como si de un hecho objetivo se tratara. De hecho, es quizá la obra de arte más subjetiva con la que me haya podido encontrar, al menos desde mi punto de vista. Y las ideas, sensaciones, imágenes e impulsos que recibo, de una fuerza diría incluso que peligrosa, no puedo dejar de relacionarlas, para variar, con mi especialidad: el teatro, la interpretación. Porque una obra musical nos puede ayudar a desvincularnos de nuestro propio "yo" para poder pasar a ser pura masa en movimiento, receptiva e impulsiva, para poder crear a través de un estado de neutralidad y a través de imágenes subjetivas un personaje cualquiera. Estoy convencido de que a cada personaje le late interiormente una obra musical, o dos, o tres que le caracterizan y a través de la cual podemos recoger cosas interesantes para, después, dar el impulso a la creación del personaje.
Aunque es un mal ejemplo, pues podría decir que es para mí, de entre las obras que conozco, la obra que más directamente apele a nuestros instintos más básicos, nuestros instintos animales, La consagración de la primavera de Stravinski es una obra que me hace dar uno o varios pasos más allá, no sé adónde, pero bastante más allá. Cuando la escucho, yo dejo de ser "yo", paso a ser una simple masa móvil, receptiva y reactiva a un claro estímulo exterior: la música, que saca de mí el lado más agresivo y peligroso de mi alma. La superposición actor-personaje está al límite, de verdad, porque el personaje trata de tirar por el barranco lo poquito que queda del actor.
Así me he sentido hoy mismo cuando ¡ay!, inevitablemente he llegado a escuchar semejante maestría. Y como actor disfrutaba, porque no he encontrado nada más placentero en el mundo que sentir eso que algunos llaman interpretar. Pero, de verdad, da miedo. Y no quiero, al menos lo intento, aparentar más allá de lo que es, pues no tendría sentido. Pero yo lo percibo así, y es fantástico.
Qué genialidad y qué riesgo.
Dicen que quien no arriesga no gana. Entonces, yo voto por arriesgar.
Sergio
Gracias a mi profesora de arte, Charo Charro, estoy descubriendo que hay otras muchas formas de crear un personaje además de las corrientes técnicas interpretativas que ya conocemos. Y no hablo de una técnica ni nada por el estilo, simplemente de un medio a través del cual ampliar la capacidad imaginativa del actor: la pintura, la escultura y la arquitectura. Porque muchos artistas nos han ido contando a lo largo de los siglos cómo ha sido la sociedad de entonces, los intereses, los principales móviles, preocupaciones, ideales... Y todo a través de la expresión. Principalmente humana, además. ¿Por qué no apoyarnos, entonces, en estos grandes trampolines tan obvios y accesibles?
Cuando asistí hace poco a una exposición de Alonso Berruguete, escultor manierista, me di cuenta de que la madera o el lienzo trasciende del puro objeto. Y es que cuando me plantaba delante de esas grandes figuras mi cuerpo no podía mantenerse estático, porque esas miradas y esos cuerpos querían decirme algo. Y he soñado con esos trozos de madera cuando he leído tragedias y comedias. Todos los personajes que conozco están por ahí, estáticos, esperando a ser contemplados. Estoy seguro de que es un gran recurso para el actor.
Pero el gran tema a introducir hoy es la música, porque si las artes plásticas nos pueden ayudar a la creación de un personaje, no tengo palabras para explicar lo que nos puede aportar la música. Y aquí me gustaría hacer un pequeño inciso para nombrar a una gran profesora y persona, quien me ha abierto las puertas al mundo de la música. Hablo de Cristina Redrado, a quien tengo mucho que agradecer.
Gracias a ella no sólo he abierto mis oídos sino que también lo han hecho cada uno de los poros de mi piel, y es que cada vez que escucho a Palestrina, Haendel, Bach, Mozart, Stravinski y otros muchos, mis pelos se convierten en lanzas de acero. Me arriesgaría a decir, y lo hago rotundamente, que la música es quizá el arte más bello, puro y trascendental que hay. Cuando escucho una buena obra musical mi cuerpo se estremece, mi cabeza vuela y mi alma asciende a algún sitio imposible de escribir. No es capricho, es necesidad, es alimento.
¿Y no es precisamente lo que intentamos los actores? Dejar el cuerpo y la mente libre y, en fin, trascender del puro texto. Disfrutar.
Pero es que, además, una obra musical (como cualquier otra) no es percibida como si de un hecho objetivo se tratara. De hecho, es quizá la obra de arte más subjetiva con la que me haya podido encontrar, al menos desde mi punto de vista. Y las ideas, sensaciones, imágenes e impulsos que recibo, de una fuerza diría incluso que peligrosa, no puedo dejar de relacionarlas, para variar, con mi especialidad: el teatro, la interpretación. Porque una obra musical nos puede ayudar a desvincularnos de nuestro propio "yo" para poder pasar a ser pura masa en movimiento, receptiva e impulsiva, para poder crear a través de un estado de neutralidad y a través de imágenes subjetivas un personaje cualquiera. Estoy convencido de que a cada personaje le late interiormente una obra musical, o dos, o tres que le caracterizan y a través de la cual podemos recoger cosas interesantes para, después, dar el impulso a la creación del personaje.
Aunque es un mal ejemplo, pues podría decir que es para mí, de entre las obras que conozco, la obra que más directamente apele a nuestros instintos más básicos, nuestros instintos animales, La consagración de la primavera de Stravinski es una obra que me hace dar uno o varios pasos más allá, no sé adónde, pero bastante más allá. Cuando la escucho, yo dejo de ser "yo", paso a ser una simple masa móvil, receptiva y reactiva a un claro estímulo exterior: la música, que saca de mí el lado más agresivo y peligroso de mi alma. La superposición actor-personaje está al límite, de verdad, porque el personaje trata de tirar por el barranco lo poquito que queda del actor.
Así me he sentido hoy mismo cuando ¡ay!, inevitablemente he llegado a escuchar semejante maestría. Y como actor disfrutaba, porque no he encontrado nada más placentero en el mundo que sentir eso que algunos llaman interpretar. Pero, de verdad, da miedo. Y no quiero, al menos lo intento, aparentar más allá de lo que es, pues no tendría sentido. Pero yo lo percibo así, y es fantástico.
Qué genialidad y qué riesgo.
Dicen que quien no arriesga no gana. Entonces, yo voto por arriesgar.
Sergio
jueves, 3 de noviembre de 2011
Fail better.
El siglo XX ha sido, para mí, el gran bache en el arte. Y digo bache porque es en ese huequecito donde han surgido infinidad de posibilidades artísticas. Con el antes podíamos generalizar unas características que más o menos unificaban un período en una sola teoría, pero con el ahora es difícil conseguir un marco en que acoger todo lo que nos rodea. Y esto tiene muchas connotaciones positivas (aunque también negativas).
Los artistas experimentan por nuevos medios y con nuevos objetivos, generándose así diversas formas de transmitir al espectador, esencia base para cualquier arte. Y es aquí cuando surgen opiniones, desde mi punto de vista erróneas, a cerca de lo que este nuevo arte plantea: "Esto yo también lo sé hacer"; "Esto es muy aburrido"; "No entiendo nada"; "Gran tomadura de pelo"; etc.
Lejos de querer entrar ahora mismo en el debate de qué es y qué no es arte, sí aclararé, antes de entrar en el tema que hoy me ocupa, un par de cosas: Nos disgusta y nos aburre lo que no entendemos. Esto es así porque la sensación de que las cosas se nos escapan no nos gusta. El ser humano, se da por hecho, ha de estar por encima de la gran obra. Y si la obra me pisotea, es una mierda. Para esto, amigos, recomiendo que se informen sobre lo que ven, porque medios hay; por otro lado, ¿saben ustedes pintar un punto rojo en medio de un lienzo vacío? Perfecto, no lo dudo, háganlo. ¿Por qué no lo han hecho antes? Recuerden, excelentísimos, que a alguien se le ocurrió hacerlo antes. Y esa persona no lo hizo porque sí. ¿Que por qué lo hizo? No sé, infórmense.
Me valgo de esto para introducir a Samuel Beckett con su teatro del absurdo, siglo XX. He tenido hoy una gran clase de inglés en la que hemos estado hablando sobre este gran personaje y no he podido resistirme a escribir lo que Diana nos ha contado.
El teatro del absurdo es absurdo, sí. Pero, ¿acaso no lo somos nosotros diariamente? Fíjense en lo que piensa Ionesco cuando dice que "si es absolutamente necesario que el arte o el teatro sirvan para algo, será para enseñar a la gente que hay actividades que no sirven para nada y que es indispensable que las haya". El teatro del absurdo no apele el intelecto sino que hace referencia a algo mucho más instintivo del ser humano, que es el sentimiento. Beckett da importancia a la forma respecto al mensaje. Hay mucho mensaje escrito ya, ¿no? Pero, ¿cómo está escrito?
El teatro del absurdo busca un lenguaje novedoso hasta la época pero no exento a nuestro ser. Es algo tan arraigado a nosotros como cualquier otro tipo de comportamiento. Y es así como Beckett nos dice en Esperando a Godot que la ridiculez humana roza los límites de lo inimaginable. ¿Por qué Vladimir y Estragón en Esperando a Godot no hacen sino esperar a un personaje que nunca llega? Sinceramente, no lo sé. Pero sí sé que nosotros estamos viviendo esperando nada. Y que mientras esperamos, como Vladimir y Estragón, nos comportamos lo más absurdamente posible. Cuando se decidió interpretar esta obra en lenguaje de clown en una prisión, los presos acabaron llorando. Porque estos están esperando algo que aparentemente nunca llega, su libertad. Y nosotros, aunque nos movamos en un círculo más amplio, no dejamos de ser unos presos que pasan el tiempo mientras esperan nada. ¿No es acaso una rutina lo que vivimos, como les pasa a los personajes de esta obra? Viva aquí o allá, siempre duermo, me despierto, me visto y miro el sol, las nubes, los coches... Lo único que nos salva es la forma en que lo hagamos.
El absurdo, en definitiva, no explora sino la esencia humana. Porque somos un cúmulo de energía puesto aquí o allá. Esto mejor os lo explica Blaise Pascal: " Cuando considero la corta duración de mi vida, absorbida en la eternidad precedente y siguiente, el pequeño espacio que ocupo e incluso que veo, abismado en la infinita inmensidad de los espacios que ignoro y que me ignoran, me espanto y me asombro de verme aquí y no allí, porque no existe ninguna razón de estar aquí y no allí, ahora y no en otro tiempo. ¿Quién me ha puesto aquí? ¿Por orden y voluntad de quién este lugar y este tiempo han sido destinados a mí?". ¿No os produce angustia, desazón y malestar escuchar esto? ¿No es acaso lo que sienten esos personajillos de Beckett?
Sin embargo nos cuesta identificarnos con ellos, creamos una resistencia empática con los personajes que nos convierte en espectadores mortales, estando aparentemente muy alejados a estos. Alejados porque, al contrario que ellos, nosotros somos lógicos, conscientes, importantes... Reales. Pero sólo aparentemente...
Esto hacen los personajes de Beckett y esto hacemos nosotros. El dramaturgo solo nos lo recuerda:
"Even tried. Even failed.
No matter. Try again.
Fail again. Fail better".
Sergio
El siglo XX ha sido, para mí, el gran bache en el arte. Y digo bache porque es en ese huequecito donde han surgido infinidad de posibilidades artísticas. Con el antes podíamos generalizar unas características que más o menos unificaban un período en una sola teoría, pero con el ahora es difícil conseguir un marco en que acoger todo lo que nos rodea. Y esto tiene muchas connotaciones positivas (aunque también negativas).
Los artistas experimentan por nuevos medios y con nuevos objetivos, generándose así diversas formas de transmitir al espectador, esencia base para cualquier arte. Y es aquí cuando surgen opiniones, desde mi punto de vista erróneas, a cerca de lo que este nuevo arte plantea: "Esto yo también lo sé hacer"; "Esto es muy aburrido"; "No entiendo nada"; "Gran tomadura de pelo"; etc.
Lejos de querer entrar ahora mismo en el debate de qué es y qué no es arte, sí aclararé, antes de entrar en el tema que hoy me ocupa, un par de cosas: Nos disgusta y nos aburre lo que no entendemos. Esto es así porque la sensación de que las cosas se nos escapan no nos gusta. El ser humano, se da por hecho, ha de estar por encima de la gran obra. Y si la obra me pisotea, es una mierda. Para esto, amigos, recomiendo que se informen sobre lo que ven, porque medios hay; por otro lado, ¿saben ustedes pintar un punto rojo en medio de un lienzo vacío? Perfecto, no lo dudo, háganlo. ¿Por qué no lo han hecho antes? Recuerden, excelentísimos, que a alguien se le ocurrió hacerlo antes. Y esa persona no lo hizo porque sí. ¿Que por qué lo hizo? No sé, infórmense.
Me valgo de esto para introducir a Samuel Beckett con su teatro del absurdo, siglo XX. He tenido hoy una gran clase de inglés en la que hemos estado hablando sobre este gran personaje y no he podido resistirme a escribir lo que Diana nos ha contado.
El teatro del absurdo es absurdo, sí. Pero, ¿acaso no lo somos nosotros diariamente? Fíjense en lo que piensa Ionesco cuando dice que "si es absolutamente necesario que el arte o el teatro sirvan para algo, será para enseñar a la gente que hay actividades que no sirven para nada y que es indispensable que las haya". El teatro del absurdo no apele el intelecto sino que hace referencia a algo mucho más instintivo del ser humano, que es el sentimiento. Beckett da importancia a la forma respecto al mensaje. Hay mucho mensaje escrito ya, ¿no? Pero, ¿cómo está escrito?
El teatro del absurdo busca un lenguaje novedoso hasta la época pero no exento a nuestro ser. Es algo tan arraigado a nosotros como cualquier otro tipo de comportamiento. Y es así como Beckett nos dice en Esperando a Godot que la ridiculez humana roza los límites de lo inimaginable. ¿Por qué Vladimir y Estragón en Esperando a Godot no hacen sino esperar a un personaje que nunca llega? Sinceramente, no lo sé. Pero sí sé que nosotros estamos viviendo esperando nada. Y que mientras esperamos, como Vladimir y Estragón, nos comportamos lo más absurdamente posible. Cuando se decidió interpretar esta obra en lenguaje de clown en una prisión, los presos acabaron llorando. Porque estos están esperando algo que aparentemente nunca llega, su libertad. Y nosotros, aunque nos movamos en un círculo más amplio, no dejamos de ser unos presos que pasan el tiempo mientras esperan nada. ¿No es acaso una rutina lo que vivimos, como les pasa a los personajes de esta obra? Viva aquí o allá, siempre duermo, me despierto, me visto y miro el sol, las nubes, los coches... Lo único que nos salva es la forma en que lo hagamos.
El absurdo, en definitiva, no explora sino la esencia humana. Porque somos un cúmulo de energía puesto aquí o allá. Esto mejor os lo explica Blaise Pascal: " Cuando considero la corta duración de mi vida, absorbida en la eternidad precedente y siguiente, el pequeño espacio que ocupo e incluso que veo, abismado en la infinita inmensidad de los espacios que ignoro y que me ignoran, me espanto y me asombro de verme aquí y no allí, porque no existe ninguna razón de estar aquí y no allí, ahora y no en otro tiempo. ¿Quién me ha puesto aquí? ¿Por orden y voluntad de quién este lugar y este tiempo han sido destinados a mí?". ¿No os produce angustia, desazón y malestar escuchar esto? ¿No es acaso lo que sienten esos personajillos de Beckett?
Sin embargo nos cuesta identificarnos con ellos, creamos una resistencia empática con los personajes que nos convierte en espectadores mortales, estando aparentemente muy alejados a estos. Alejados porque, al contrario que ellos, nosotros somos lógicos, conscientes, importantes... Reales. Pero sólo aparentemente...
Esto hacen los personajes de Beckett y esto hacemos nosotros. El dramaturgo solo nos lo recuerda:
"Even tried. Even failed.
No matter. Try again.
Fail again. Fail better".
Sergio
domingo, 30 de octubre de 2011
El cuerpo poético.
Obsesionado estoy con el cuerpo y la máscara. Y más aumenta mi obsesión mientras leo la obra que da título a mi actualización, de Jacques Lecoq, gran pedagogo francés que desarrolló su teoría a lo largo del siglo XX, dándole especial importancia al lenguaje corporal a través de la máscara teatral.
Hace dos semanas, en un estado de embriaguez mental lo vi, lo sentí. Sentí que en la máscara subyace algo más trascendental que la forma en sí, una esencia mágica que estremece a quien la contempla. La máscara se une al cuerpo y ambos forman ahora un todo extremadamente estilizado, mágico, fantástico. Ese objeto constriñe tu yo y lo transforma, casi de inmediato, en un ser diferente. Es algo impresionante.
Estuve buscando información sobre teoría de la máscara teatral o algo similar, pero no encontré nada. Creo que esto ocasiona una forma de teatro más mágica, menos ordinaria, menos común y unos personajes alegres a la vez que tristes, quienes buscan identificarse en el espectador por medio del contacto mutuo, sin barreras absurdas. ¡Miren cómo soy! ¿Os reconocéis vosotros?
Es la forma más fácil de transformarse, pues la máscara tiene un poder tan fuerte que te arrastra involuntariamente. Lecoq utiliza al comienzo de su pedagogía lo que él denominó "máscara neutra", una máscara pre-expresiva, tranquila, calmada, equilibrada. Sólo para, a través de conocer el colchón donde descansa toda expresión, poder saltar a conocer las máscaras expresivas. Sólo existe el movimiento con el no-movimiento y el sonido con el silencio. El contraste, amigos.
De ahí que me atraiga tanto la Commedia dell´arte.
Lecoq propone diversos juegos para profundizar en el comportamiento de la máscara neutra, y entre ellos destaca el uso de los cuatro elementos (agua, fuego, tierra y aire), a los que también tengo acceso en mis amadas clases. Y, como la máscara, son elementos que te arrastran instintivamente, casi involuntariamente si consigues liberar la mente y dejarte reaccionar a esos impulsos tan primitivos como lo son el agua, el fuego, la tierra y el aire. Y Lecoq dice:
- "La tierra es a la vez lo que se puede modelar, amasar, pero también el árbol, que para mí es el mayor elemento simbólico de la tierra, puesto que está enraizado en ella. Para un actor es de lo más importante trabajar el árbol. Debe poder estar plantado en el suelo de verdad, con el cuerpo en equilibrio". Sentir cómo la energía fluye desde las raíces, ancladas al suelo, a través de la savia y notar cómo esa energía prestada ha de ser devuelta en el mismo proceso, ahora inverso, es acercarse a comprender lo que nos sustenta. Suerte tengo de poder trabajar el árbol en mis clases de Expresión Corporal.
- "Intentamos acercarnos a las diferentes dinámicas del agua bajo todas sus formas, desde las más tranquilas a las más violentas".
- "Podría decirse que el viento furioso es el símbolo de la cólera pura, de la cólera sin objeto, sin pretexto. Los grandes escritores de la tempestad [...] han amado este matiz: la tempestad imprevisible, la tragedia física sin causa. [...] Viviendo íntimamente las imágenes del huracán se aprende lo que es la voluntad furiosa y vana. El viento, en su exceso, es la cólera que está en todos lados y en ninguna parte, que nace y renace de sí misma, que gira y se revuelve. El viento amenaza y ulula, pero sólo toma forma cuando se encuentra con el polvo: visible, se convierte en una triste miseria", esta vez de Gaston Bachelard en El aire y los sueños.
- "Y por último, el fuego es el fuego: el más exigente de todos los elementos porque no es más que él mismo".
Imágenes, imágenes, imágenes...
Qué bonito el cuerpo, la mente y el objeto, sólo cuando este último se sabe utilizar, porque nos ayuda a transformarnos.
Me despido recomendándoos esta cosa tan preciosa y a la vez extravagante del director de escena Robert Wilson (o Bob Wilson), a quien accedí gracias a mi absorbente profesora de inglés, Diana Luque.
Sergio
Obsesionado estoy con el cuerpo y la máscara. Y más aumenta mi obsesión mientras leo la obra que da título a mi actualización, de Jacques Lecoq, gran pedagogo francés que desarrolló su teoría a lo largo del siglo XX, dándole especial importancia al lenguaje corporal a través de la máscara teatral.
Hace dos semanas, en un estado de embriaguez mental lo vi, lo sentí. Sentí que en la máscara subyace algo más trascendental que la forma en sí, una esencia mágica que estremece a quien la contempla. La máscara se une al cuerpo y ambos forman ahora un todo extremadamente estilizado, mágico, fantástico. Ese objeto constriñe tu yo y lo transforma, casi de inmediato, en un ser diferente. Es algo impresionante.
Estuve buscando información sobre teoría de la máscara teatral o algo similar, pero no encontré nada. Creo que esto ocasiona una forma de teatro más mágica, menos ordinaria, menos común y unos personajes alegres a la vez que tristes, quienes buscan identificarse en el espectador por medio del contacto mutuo, sin barreras absurdas. ¡Miren cómo soy! ¿Os reconocéis vosotros?
Es la forma más fácil de transformarse, pues la máscara tiene un poder tan fuerte que te arrastra involuntariamente. Lecoq utiliza al comienzo de su pedagogía lo que él denominó "máscara neutra", una máscara pre-expresiva, tranquila, calmada, equilibrada. Sólo para, a través de conocer el colchón donde descansa toda expresión, poder saltar a conocer las máscaras expresivas. Sólo existe el movimiento con el no-movimiento y el sonido con el silencio. El contraste, amigos.
De ahí que me atraiga tanto la Commedia dell´arte.
Lecoq propone diversos juegos para profundizar en el comportamiento de la máscara neutra, y entre ellos destaca el uso de los cuatro elementos (agua, fuego, tierra y aire), a los que también tengo acceso en mis amadas clases. Y, como la máscara, son elementos que te arrastran instintivamente, casi involuntariamente si consigues liberar la mente y dejarte reaccionar a esos impulsos tan primitivos como lo son el agua, el fuego, la tierra y el aire. Y Lecoq dice:
- "La tierra es a la vez lo que se puede modelar, amasar, pero también el árbol, que para mí es el mayor elemento simbólico de la tierra, puesto que está enraizado en ella. Para un actor es de lo más importante trabajar el árbol. Debe poder estar plantado en el suelo de verdad, con el cuerpo en equilibrio". Sentir cómo la energía fluye desde las raíces, ancladas al suelo, a través de la savia y notar cómo esa energía prestada ha de ser devuelta en el mismo proceso, ahora inverso, es acercarse a comprender lo que nos sustenta. Suerte tengo de poder trabajar el árbol en mis clases de Expresión Corporal.
- "Intentamos acercarnos a las diferentes dinámicas del agua bajo todas sus formas, desde las más tranquilas a las más violentas".
- "Podría decirse que el viento furioso es el símbolo de la cólera pura, de la cólera sin objeto, sin pretexto. Los grandes escritores de la tempestad [...] han amado este matiz: la tempestad imprevisible, la tragedia física sin causa. [...] Viviendo íntimamente las imágenes del huracán se aprende lo que es la voluntad furiosa y vana. El viento, en su exceso, es la cólera que está en todos lados y en ninguna parte, que nace y renace de sí misma, que gira y se revuelve. El viento amenaza y ulula, pero sólo toma forma cuando se encuentra con el polvo: visible, se convierte en una triste miseria", esta vez de Gaston Bachelard en El aire y los sueños.
- "Y por último, el fuego es el fuego: el más exigente de todos los elementos porque no es más que él mismo".
Imágenes, imágenes, imágenes...
Qué bonito el cuerpo, la mente y el objeto, sólo cuando este último se sabe utilizar, porque nos ayuda a transformarnos.
Me despido recomendándoos esta cosa tan preciosa y a la vez extravagante del director de escena Robert Wilson (o Bob Wilson), a quien accedí gracias a mi absorbente profesora de inglés, Diana Luque.
Sergio
martes, 18 de octubre de 2011
Alguien tiene que morir para que los demás sepamos apreciar la vida.
Es el contraste. Los opuestos.
He de reconocer que nunca me ha gustado especialmente leer teatro. Decir lo contrario sería mentir. He preferido siempre leer una novela o algo similar. Pero mentiría ahora si dijera que esos personajes escritos en papelillos me tienen frío. Que me aburren o que me tienen indiferente. Y sé que la novela también tiene personajes, pero la posibilidad que me brinda el teatro de poder ser el personaje es algo muy, muy especial.
Hoy, en clase de Interpretación, hemos estado estudiando las escenas que vamos a trabajar posteriormente. A mí me ha tocado, no por azar, Descalzos por el parque con Paul. Pero más allá de estudiar técnicamente la escena, hemos profundizado humanamente en el fondo de los personajes. Dios mío, "el hombre es un abismo y me da vértigo mirar dentro". Y los personajes no son sino hombres literarios.
Me constriño y me revuelvo cuando trato de conocer a esas sombras literarias. Me da miedo. Miedo porque los personajes, como nosotros, son máscaras dentro de otra, que es la que se pone el actor. Y también mienten, actúan e incluso desconocen sus verdaderos deseos.
El problema es que el espectador sólo ve un 10% de la vida que hay en escena. Igual que nosotros, ingenuos, que muchas veces sólo vemos la fachada de quien nos habla. Pero el personaje no solo es fachada. Tiene un subtexto, un inconsciente, un pensamiento que no cuenta pero que le altera y acciona. A veces pienso que es más real que el actor.
¿Alguien desea la muerte como quien desea un zumo de naranja? Desear la muerte es una apuesta muy elevada, una apuesta al límite. La cabeza, el corazón, el alma de quien desea la muerte han de estar marchitos, confusos, a punto de explotar. Y a los personajes también les pasa. Un personaje es exteriormente otro más, pero por dentro la bomba cuenta marcha atrás.
Paul, mi personaje, es víctima de una relación amor-odio. Porque el amor, sin él saberlo (¿cuántos somos inconscientes cuando estamos enamorados de ello?), está siempre de la mano del odio, y viceversa. Va a separarse de la persona a la que más ama por odio, pero por amor. "Te odio porque amándote no haces lo que yo quiero". Pero sólo se dará cuenta, como hacemos los de carne y hueso, cuando lo pierda.
Siempre nos fijamos en lo que nos falta cuando ya no está. Es el contraste.
Todos gritamos, aunque el contraste nos obligue a aparentar que todo va bien. O que no va tan mal. Y ellos también lo hacen.
Siento que estoy a medio camino entre un mundo de ficción y un mundo real. Los personajes son aparentemente tinta, pero lo que les pasa lo he visto dibujado también en la vida, y creo que nos podemos acercar más al ser humano entendiendo a esas figuras de papel.
Para entonces, me habré vuelto loco.
Sergio
Es el contraste. Los opuestos.
He de reconocer que nunca me ha gustado especialmente leer teatro. Decir lo contrario sería mentir. He preferido siempre leer una novela o algo similar. Pero mentiría ahora si dijera que esos personajes escritos en papelillos me tienen frío. Que me aburren o que me tienen indiferente. Y sé que la novela también tiene personajes, pero la posibilidad que me brinda el teatro de poder ser el personaje es algo muy, muy especial.
Hoy, en clase de Interpretación, hemos estado estudiando las escenas que vamos a trabajar posteriormente. A mí me ha tocado, no por azar, Descalzos por el parque con Paul. Pero más allá de estudiar técnicamente la escena, hemos profundizado humanamente en el fondo de los personajes. Dios mío, "el hombre es un abismo y me da vértigo mirar dentro". Y los personajes no son sino hombres literarios.
Me constriño y me revuelvo cuando trato de conocer a esas sombras literarias. Me da miedo. Miedo porque los personajes, como nosotros, son máscaras dentro de otra, que es la que se pone el actor. Y también mienten, actúan e incluso desconocen sus verdaderos deseos.
El problema es que el espectador sólo ve un 10% de la vida que hay en escena. Igual que nosotros, ingenuos, que muchas veces sólo vemos la fachada de quien nos habla. Pero el personaje no solo es fachada. Tiene un subtexto, un inconsciente, un pensamiento que no cuenta pero que le altera y acciona. A veces pienso que es más real que el actor.
¿Alguien desea la muerte como quien desea un zumo de naranja? Desear la muerte es una apuesta muy elevada, una apuesta al límite. La cabeza, el corazón, el alma de quien desea la muerte han de estar marchitos, confusos, a punto de explotar. Y a los personajes también les pasa. Un personaje es exteriormente otro más, pero por dentro la bomba cuenta marcha atrás.
Paul, mi personaje, es víctima de una relación amor-odio. Porque el amor, sin él saberlo (¿cuántos somos inconscientes cuando estamos enamorados de ello?), está siempre de la mano del odio, y viceversa. Va a separarse de la persona a la que más ama por odio, pero por amor. "Te odio porque amándote no haces lo que yo quiero". Pero sólo se dará cuenta, como hacemos los de carne y hueso, cuando lo pierda.
Siempre nos fijamos en lo que nos falta cuando ya no está. Es el contraste.
Todos gritamos, aunque el contraste nos obligue a aparentar que todo va bien. O que no va tan mal. Y ellos también lo hacen.
Siento que estoy a medio camino entre un mundo de ficción y un mundo real. Los personajes son aparentemente tinta, pero lo que les pasa lo he visto dibujado también en la vida, y creo que nos podemos acercar más al ser humano entendiendo a esas figuras de papel.
Para entonces, me habré vuelto loco.
Sergio
lunes, 10 de octubre de 2011
La máscara es el tejido que nos cubre el alma.
Es curioso que la palabra "persona" venga del latín "persōna", que significa máscara.
Si seguimos esto al pie de la letra, algo que no sería tan descabellado, hablaríamos de persona como máscara o personaje, no de persona como neutralidad y claridad.
Ya cité, al comienzo de mi blog, unas frases de Declan Donellan, quien asegura que el niño se comporta por imitación, por mímesis de lo que ve. De no ser así, el bebé no tendría nada a lo que agarrarse, por lo que no sería. Todos nos agarramos a algo a través de lo que empujarnos. ¿De dónde se agarra sino el artista para crear? Se crea a través de lo que se ve, por mímesis, imitación, que no copia.
Siguiendo con el interesantísimo tema de la "persona", ¿quién es esta sino una mezcla infinita de cosas y cosas que ha visto y vivido? Muchos actores tienen en boca "me es muy difícil o incluso imposible hacer un personaje nervioso y extrovertido porque yo soy muy calmado y tímido". Pero a mí me gusta pensar, y creo que estoy en lo cierto, que todos tenemos todo. En mayor o menor medida, más escondido o más visible, más arraigado o más desprendido de nosotros, pero ahí está. Sólo hay que saber buscarlo para, posteriormente, usarlo. ¿No tiene acaso la persona más encantadora del mundo momentos desagradables? ¿O el más fuerte momentos de debilidad? ¿O el asustadizo de valentía?
Y si estoy en lo cierto, me regocijo apoyándome en la definición que da el latín a la palabra "persona", pues me afirma que esta no es sino pura máscara, nada de claridad. ¿No os habéis sentido diferentes en según qué situaciones? ¿No os habéis asustado cuando vuestro cuerpo ha reaccionado de forma inesperada delante de una persona en concreto? ¿Acaso hay alguien que no se haya sentido ridículo delante de la persona a quien quiere? ¿No nos hemos hecho nunca los valientes? ¿O los interesantes? ¿O los ingenuos?
Cambiamos de máscara, inconscientemente y a veces involuntariamente según nuestra mente o cuerpo lo requiere. Y lo hacemos básicamente para sobrevivir. No existe la falsedad, porque todos cambiamos de máscara minuto a minuto. Y el bebé hará lo mismo, porque está aprendiendo a sobrevivir en un mundo donde las personas son simples máscaras móviles.
¿Qué pasa entonces cuando hablamos de un "estado de claridad"? Ése sí es el estado, para mí, más difícil que puede alcanzar cualquier persona o, permítanme, cualquier máscara. Y el artista tiene las puertas abiertas a ello. Porque una persona, para interpretar a un personaje, tiene que quitarse antes las mil y una máscaras que tiene encima, desecharlas por un rato, y quedarse -ahora sí- claro, desnudo, transparente y sincero. Sólo para, a continuación, vestirse de nuevo y ponerse otra máscara diferente.
Hace poco me preguntaron que qué era para mí arte. En fin, la pregunta es tan amplia y tan interesante que podría pegarme horas hablando de ello. Pero hasta ahora, creo que una buena definición sería decir que el arte es el medio que tiene cualquier persona para quitarse la máscara y presentarse tal y como es (¿?), como el agua cristalina de un río. Siendo y no pareciendo.
Os preguntaréis que qué dificultad tiene entonces ser actor, ¿no se supone que toda persona tiene la capacidad de cambiar de máscara?
La verdad es que ser actor no es más que mimetizar lo que pasa diariamente. Con medios más o menos estilizados (pues sino no sería arte), pero mimetizando. Pero es que subirse a escena e imitar es difícil, pues al contrario que en la vida, que como ya he dicho esto se da de forma inconsciente y hasta involuntariamente, en escena hay que hacerlo consciente y voluntariamente. Y eso es muy, muy difícil. Porque entran en juego muchos tipos de resistencia, bloqueos y demás...
Y porque desnudarse no es fácil. Ni cómodo. No nos gusta mostrarnos tal y como somos. Cosa del ser humano, supongo...
¿De tanto tenemos que avergonzarnos?
Sergio
Es curioso que la palabra "persona" venga del latín "persōna", que significa máscara.
Si seguimos esto al pie de la letra, algo que no sería tan descabellado, hablaríamos de persona como máscara o personaje, no de persona como neutralidad y claridad.
Ya cité, al comienzo de mi blog, unas frases de Declan Donellan, quien asegura que el niño se comporta por imitación, por mímesis de lo que ve. De no ser así, el bebé no tendría nada a lo que agarrarse, por lo que no sería. Todos nos agarramos a algo a través de lo que empujarnos. ¿De dónde se agarra sino el artista para crear? Se crea a través de lo que se ve, por mímesis, imitación, que no copia.
Siguiendo con el interesantísimo tema de la "persona", ¿quién es esta sino una mezcla infinita de cosas y cosas que ha visto y vivido? Muchos actores tienen en boca "me es muy difícil o incluso imposible hacer un personaje nervioso y extrovertido porque yo soy muy calmado y tímido". Pero a mí me gusta pensar, y creo que estoy en lo cierto, que todos tenemos todo. En mayor o menor medida, más escondido o más visible, más arraigado o más desprendido de nosotros, pero ahí está. Sólo hay que saber buscarlo para, posteriormente, usarlo. ¿No tiene acaso la persona más encantadora del mundo momentos desagradables? ¿O el más fuerte momentos de debilidad? ¿O el asustadizo de valentía?
Y si estoy en lo cierto, me regocijo apoyándome en la definición que da el latín a la palabra "persona", pues me afirma que esta no es sino pura máscara, nada de claridad. ¿No os habéis sentido diferentes en según qué situaciones? ¿No os habéis asustado cuando vuestro cuerpo ha reaccionado de forma inesperada delante de una persona en concreto? ¿Acaso hay alguien que no se haya sentido ridículo delante de la persona a quien quiere? ¿No nos hemos hecho nunca los valientes? ¿O los interesantes? ¿O los ingenuos?
Cambiamos de máscara, inconscientemente y a veces involuntariamente según nuestra mente o cuerpo lo requiere. Y lo hacemos básicamente para sobrevivir. No existe la falsedad, porque todos cambiamos de máscara minuto a minuto. Y el bebé hará lo mismo, porque está aprendiendo a sobrevivir en un mundo donde las personas son simples máscaras móviles.
¿Qué pasa entonces cuando hablamos de un "estado de claridad"? Ése sí es el estado, para mí, más difícil que puede alcanzar cualquier persona o, permítanme, cualquier máscara. Y el artista tiene las puertas abiertas a ello. Porque una persona, para interpretar a un personaje, tiene que quitarse antes las mil y una máscaras que tiene encima, desecharlas por un rato, y quedarse -ahora sí- claro, desnudo, transparente y sincero. Sólo para, a continuación, vestirse de nuevo y ponerse otra máscara diferente.
Hace poco me preguntaron que qué era para mí arte. En fin, la pregunta es tan amplia y tan interesante que podría pegarme horas hablando de ello. Pero hasta ahora, creo que una buena definición sería decir que el arte es el medio que tiene cualquier persona para quitarse la máscara y presentarse tal y como es (¿?), como el agua cristalina de un río. Siendo y no pareciendo.
Os preguntaréis que qué dificultad tiene entonces ser actor, ¿no se supone que toda persona tiene la capacidad de cambiar de máscara?
La verdad es que ser actor no es más que mimetizar lo que pasa diariamente. Con medios más o menos estilizados (pues sino no sería arte), pero mimetizando. Pero es que subirse a escena e imitar es difícil, pues al contrario que en la vida, que como ya he dicho esto se da de forma inconsciente y hasta involuntariamente, en escena hay que hacerlo consciente y voluntariamente. Y eso es muy, muy difícil. Porque entran en juego muchos tipos de resistencia, bloqueos y demás...
Y porque desnudarse no es fácil. Ni cómodo. No nos gusta mostrarnos tal y como somos. Cosa del ser humano, supongo...
¿De tanto tenemos que avergonzarnos?
Sergio
viernes, 30 de septiembre de 2011
El despilafarro de la administración en relación al arte tenía un año de caducidad, y ha durado mucho.
O eso comentaba Albert Boadella, director de Els Joglars, hace un mes. Y aunque estoy lejos de conocer el estado de la administración teatral, estoy muy de acuerdo con las cosas que cuenta en una entrevista a la que llegué por casualidad.
"Un trozo de seda. Eso es el teatro. No las grandes piscinas y bosques de abedules. El concepto exhibicionista y ricachón es nocivo para el propio arte y enormemente caro". Lo siento pero el oro y el diamante no están a mi alcance. Yo voy al teatro para divertirme, supongo, o para que los pelos de mis brazos atraviesen la manga de la camiseta de emocionados que están. No para ver una construcción escenográfica digna de ser plasmada en la realidad. Para eso me voy al banco del parque a ver árboles, árboles de verdad. No un trozo de cartón. Que se jodan los actores y creen, digo. ¿No? (Guárdenme, señores actores, el secreto de que nos gusta crear). Pero que no nos den todo hecho y masticado. Es que al final, de verdad, voy a acabar hundido en la butaca, ahí, entre los algodones, de tanto dejar que me hagan.
Para ello, Boadella propone "cambiar las recetas", empezando por "atraer al público. Y para eso se necesita ingenio, no solo decir cosas importantes". Ingenio para entender al público, que no es fácil. Ingenio para gritarles que tenemos algo importante que contar, pero que será de forma bonita, sin mucho dolor.
Luego ya podemos mentirles y enseñarles otra cosa, aunque no sea la acordada. Como hacen las grandes, amables y empáticas empresas de publicidad. Pero claro, en el teatro eso no pasa, que la gente ya no vuelve. Se agradece a los que nos destrozan y se da la espalda a quienes nos ayudan. Son los contrarios, ¿no?
"La primera cortina tiene que ser comprensible y entretenida para todo el mundo, porque un lenguaje muy críptico puede provocar el rechazo". Conectiva, diría yo. La cortina. Que haya una conexión fluida entre actor y espectador. Porque se entiende y se aprecia más el contacto físico y claro que lo críptico y oscuro. Claridad. Y a través de ahí, tirar de la cuerda y acercar al público, a ver si viendo de cerca lo que se les quiere decir, les da más nosequé y se lo llevan a casa. No en el bolsillo, en la cabeza.
Sí, porque si hablamos de una cortina comprensible volvemos a lo mismo. Váyase al parque a disfrutar de lo verdadero y no vaya al teatro. Para ver lo mismo que veo por la calle no voy al teatro. Voy para ver lo que no puedo ver cualquier otro día.
El teatro es un arte imaginativo. Para el actor y para el espectador. Y para imaginar no es necesario el detalle. Con un garabato es suficiente.
Recuerden que "el arte deja de serlo en el momento que abandona la poesía de lo inducido, de la sugerencia".
Así lo entiendo yo, vaya.
Sergio
O eso comentaba Albert Boadella, director de Els Joglars, hace un mes. Y aunque estoy lejos de conocer el estado de la administración teatral, estoy muy de acuerdo con las cosas que cuenta en una entrevista a la que llegué por casualidad.
"Un trozo de seda. Eso es el teatro. No las grandes piscinas y bosques de abedules. El concepto exhibicionista y ricachón es nocivo para el propio arte y enormemente caro". Lo siento pero el oro y el diamante no están a mi alcance. Yo voy al teatro para divertirme, supongo, o para que los pelos de mis brazos atraviesen la manga de la camiseta de emocionados que están. No para ver una construcción escenográfica digna de ser plasmada en la realidad. Para eso me voy al banco del parque a ver árboles, árboles de verdad. No un trozo de cartón. Que se jodan los actores y creen, digo. ¿No? (Guárdenme, señores actores, el secreto de que nos gusta crear). Pero que no nos den todo hecho y masticado. Es que al final, de verdad, voy a acabar hundido en la butaca, ahí, entre los algodones, de tanto dejar que me hagan.
Para ello, Boadella propone "cambiar las recetas", empezando por "atraer al público. Y para eso se necesita ingenio, no solo decir cosas importantes". Ingenio para entender al público, que no es fácil. Ingenio para gritarles que tenemos algo importante que contar, pero que será de forma bonita, sin mucho dolor.
Luego ya podemos mentirles y enseñarles otra cosa, aunque no sea la acordada. Como hacen las grandes, amables y empáticas empresas de publicidad. Pero claro, en el teatro eso no pasa, que la gente ya no vuelve. Se agradece a los que nos destrozan y se da la espalda a quienes nos ayudan. Son los contrarios, ¿no?
"La primera cortina tiene que ser comprensible y entretenida para todo el mundo, porque un lenguaje muy críptico puede provocar el rechazo". Conectiva, diría yo. La cortina. Que haya una conexión fluida entre actor y espectador. Porque se entiende y se aprecia más el contacto físico y claro que lo críptico y oscuro. Claridad. Y a través de ahí, tirar de la cuerda y acercar al público, a ver si viendo de cerca lo que se les quiere decir, les da más nosequé y se lo llevan a casa. No en el bolsillo, en la cabeza.
Sí, porque si hablamos de una cortina comprensible volvemos a lo mismo. Váyase al parque a disfrutar de lo verdadero y no vaya al teatro. Para ver lo mismo que veo por la calle no voy al teatro. Voy para ver lo que no puedo ver cualquier otro día.
El teatro es un arte imaginativo. Para el actor y para el espectador. Y para imaginar no es necesario el detalle. Con un garabato es suficiente.
Recuerden que "el arte deja de serlo en el momento que abandona la poesía de lo inducido, de la sugerencia".
Así lo entiendo yo, vaya.
Sergio
martes, 20 de septiembre de 2011
Estar en pausa me cansa.
Me agota las ideas. Me desgasta. Me consume.
Desde hace ya algún tiempo siento lo que Rilke nos cuenta en Cartas a un joven poeta (libro imprescindible para cualquier artista) cuando dice en su primera carta, escrita el 17 de febrero de 1903: "Escudriñe hasta descubrir el móvil que le impele a escribir. Averigüe si ese móvil extiende sus raíces en lo más hondo de su alma. Y, procediendo a su propia confesión, inquiera y reconozca si tendría que morirse en cuanto ya no le fuere permitido escribir. Ante todo, esto: pregúntese en la hora más callada de su noche: ¿Debo yo escribir? Vaya cavando y ahondando, en busca de una respuesta profunda. Y si es afirmativa, si usted puede ir al encuentro de tan seria pregunta con un "Sí debo" firme y sencillo, entonces, conforme a esta necesidad, erija el edificio de su vida. Que hasta en su hora de menor interés y de menor importancia, debe llegar a ser signo y testimonio de ese apremiante impulso. Acérquese a la naturaleza e intente decir, cual si fuese el primer hombre, lo que ve y siente y ama y pierde".
Necesito un algo, mis clases de Interpretación, por ejemplo, porque eso es mi cama elástica. Sin cama elástica salto pero me caigo y, como ya he dicho, me quedo sin ideas. Mis ganas de actuar, interpretar o como narices se diga empiezan ya a controlarme salvajemente. Pero las ganas de escribir se apagan. Por eso, por lo de la cama elástica.
Quiero ya empezar de nuevo, a ver cómo es la alfombra de este nuevo año. Sentirla y escribirla. Salir a escena y sentir es genial. Y tres meses sin sentir esa cosa rara que se siente son muchos meses.
Ay, qué raro me siento aquí en Zaragoza, aburrido, con mucho que hacer pero sin grandes ganas de hacerlo (sí, sí, por lo de la cama). ¡Quiero empezar otra vez! ¡Qué ansia! Os digo yo, peor que las drogas...
En fin, seguiré a Rilke cuando dice que "la paciencia lo es todo". Y me alimentaré mientras tanto de recuerdos e imágenes, como estas: Fringe Festival, en Edinburgh. Echadle un vistazo, no tiene pérdida.
Sergio
Me agota las ideas. Me desgasta. Me consume.
Desde hace ya algún tiempo siento lo que Rilke nos cuenta en Cartas a un joven poeta (libro imprescindible para cualquier artista) cuando dice en su primera carta, escrita el 17 de febrero de 1903: "Escudriñe hasta descubrir el móvil que le impele a escribir. Averigüe si ese móvil extiende sus raíces en lo más hondo de su alma. Y, procediendo a su propia confesión, inquiera y reconozca si tendría que morirse en cuanto ya no le fuere permitido escribir. Ante todo, esto: pregúntese en la hora más callada de su noche: ¿Debo yo escribir? Vaya cavando y ahondando, en busca de una respuesta profunda. Y si es afirmativa, si usted puede ir al encuentro de tan seria pregunta con un "Sí debo" firme y sencillo, entonces, conforme a esta necesidad, erija el edificio de su vida. Que hasta en su hora de menor interés y de menor importancia, debe llegar a ser signo y testimonio de ese apremiante impulso. Acérquese a la naturaleza e intente decir, cual si fuese el primer hombre, lo que ve y siente y ama y pierde".
Necesito un algo, mis clases de Interpretación, por ejemplo, porque eso es mi cama elástica. Sin cama elástica salto pero me caigo y, como ya he dicho, me quedo sin ideas. Mis ganas de actuar, interpretar o como narices se diga empiezan ya a controlarme salvajemente. Pero las ganas de escribir se apagan. Por eso, por lo de la cama elástica.
Quiero ya empezar de nuevo, a ver cómo es la alfombra de este nuevo año. Sentirla y escribirla. Salir a escena y sentir es genial. Y tres meses sin sentir esa cosa rara que se siente son muchos meses.
Ay, qué raro me siento aquí en Zaragoza, aburrido, con mucho que hacer pero sin grandes ganas de hacerlo (sí, sí, por lo de la cama). ¡Quiero empezar otra vez! ¡Qué ansia! Os digo yo, peor que las drogas...
En fin, seguiré a Rilke cuando dice que "la paciencia lo es todo". Y me alimentaré mientras tanto de recuerdos e imágenes, como estas: Fringe Festival, en Edinburgh. Echadle un vistazo, no tiene pérdida.
Sergio
miércoles, 31 de agosto de 2011
La belleza exterior no es más que el encanto de un instante.
Leyendo Estética. Historia y Fundamentos de Beardsley y Hospers, no hago sino encontrar grandes y profundos hoyos que merecen un largo tiempo de reflexión.
Hablando sobre la belleza, lo sublime y los problemas del gusto, encuentro cosas más que interesantes que no se pueden pasar por alto. Lo que encuentro es que todo ello desemboca en "la mente libre". Es muy interesante, de verdad.
Hace tiempo que pienso en ello de una forma bastante obsesiva. Tras interesarme por la definición que daba Rudolf Steiner sobre la libertad ("ser libre es ser capaz de pensar los propios pensamientos"), me di cuenta gracias a mi profesor de Historia de que es imposible conseguir un estado de libertad mental pensando tus propios pensamientos, pues ello no deja de ser otro pensamiento.
Si tuviéramos que hablar de una libertad mental seguramente hablaríamos de una mente "voladora". Pensaba en el autobús: dando por verdadero que el ser humano pende de hilos invisibles que vienen del cielo, la aproximación más directa sería decir que estos no hacen sino anclarse en la cabeza, en la mente, quien impide el paso de los hilos a anclarse en una zona más vital y profunda del ser humano, el alma. Así, la mente funcionaría como una especie de barrera que separaría la vía vital entre el alma y el cielo, siendo así la mente la única controladora del cuerpo. Sin embargo, es el momento en que conseguimos un estado de libertad mental, de abertura, cuando la mente precisamente deja paso a esos hilos, los cuales tratan de, si no anclarse, sí rozar el alma. Y es en ese momento cuando la mente se hace libre y "vuela", cuando los hilos imaginarios pasan a controlar el alma. Y digo controlar, pero no es la palabra más acertada, pues en el momento en que la mente se hace libre, el cuerpo pasa a ser un cúmulo de masa receptivo e impulsivo, no controlado.
Quizá sea ese, para mí, el estado más puro, transparente y vulnerable del ser humano.
Cuando alcanzamos un estado de sublimidad contemplando un objeto bello, el ser humano está de alguna forma abriéndose, volando, contemplando desinteresadamente (de esto ya he hablado) el objeto, sin más. Prueba de ello es que, como dice la palabra, careces de intereses, de pensamiento. Solo contemplas.
Y me atrevería a decir, aún a riesgo de equivocarme, que el actor ha de tratar de conseguir ese estado de libertad mental, porque es entonces cuando solo queda el cuerpo y el objeto. O, lo que es lo mismo, el personaje activo a reaccionar a los "objetos" exteriores. La única diferencia es que la mente "deja de funcionar" y evitamos así cualquier tipo de bloqueo.
Pero, ¿cómo conseguir un estado de libertad mental? Es difícil. Grotowsky, por ejemplo, propone una liberación de la mente a través del trabajo físico. Es duro, pero sirve. No obstante, la escucha es otra forma de reacción a estímulos externos, pues al centrar tu atención (que no concentración) en el exterior, si no es que abras tu mente, si la desvinculas del cuerpo.
No obstante, y volviendo al libro comentado al principio, se me ha caído el mito de la liberación de la mente. Leyendo a los filósofos ingleses de la segunda parte del XVIII me encontré con Archibald Alison, quien defiende que el placer del gusto se debe a la asociación: "La púrpura, por ejemplo, ha adquirido cierto carácter de dignidad por su accidental vinculación con el atuendo de los reyes". Algo más que interesante cuando, tras haber estado estudiando el Arte del siglo XX, me doy cuenta de que precisamente lo que este trata de hacer es eliminar cualquier asociación que pueda hacer el espectador (es decir, este arte afirma la existencia de asociaciones), haciéndolo a través del distanciamiento y consiguiendo así que el espectador no disfrute de sí mismo (la asociación se da dentro de la mente, de forma personal, interior y onanista) sino que disfrute del espectáculo en sí, sin introducirse en sí mismo (el espectador centra la atención fuera y no dentro).
Y diréis, ¿por qué es incompatible la asociación y la mente libre? Pues miren, desde mi más profunda humildad -porque no tengo conocimientos sólidos de estética, más bien están líquidos. O gaseosos-, creo que si la asociación viene dada por la mente, y de eso no me cabe gran duda, ésta ya no está volando, ni está libre. Está de por medio.
Entonces, ¿cuál es el estado puro de contemplación de la belleza? ¿Por qué algo nos gusta o no nos gusta?
Quizá esté mezclando dos cosas diferentes. Porque por un lado tenemos ese estado puro de contemplación, cuando algo sublime se nos viene encima, nos quedamos sin aliento, sin habla, sin ¡pensamientos! y solo contemplamos desinteresadamente (¿no, Kant?); y por otro lado tenemos el estado crítico que se encuentra justo un segundo después de que finalice el estado de contemplación. Es ese momento en que la mente vuelve a cerrarse, corta los hilos y vuelve a controlar al cuerpo. Y así nos volvemos malos y, finalmente, decidimos lo que nos gusta y lo que no. En este caso, mente libre y asociación (por ese orden) son compatibles.
Un proceso más que válido para mí, aunque fastidioso. Y es que si lo tuviéramos que delimitar temporalmente, nos daríamos cuenta de que del 100% del tiempo, solo el 1% corresponde a la contemplación libre y, por tanto, desinteresada.
¡Ay!
Sergio
Leyendo Estética. Historia y Fundamentos de Beardsley y Hospers, no hago sino encontrar grandes y profundos hoyos que merecen un largo tiempo de reflexión.
Hablando sobre la belleza, lo sublime y los problemas del gusto, encuentro cosas más que interesantes que no se pueden pasar por alto. Lo que encuentro es que todo ello desemboca en "la mente libre". Es muy interesante, de verdad.
Hace tiempo que pienso en ello de una forma bastante obsesiva. Tras interesarme por la definición que daba Rudolf Steiner sobre la libertad ("ser libre es ser capaz de pensar los propios pensamientos"), me di cuenta gracias a mi profesor de Historia de que es imposible conseguir un estado de libertad mental pensando tus propios pensamientos, pues ello no deja de ser otro pensamiento.
Si tuviéramos que hablar de una libertad mental seguramente hablaríamos de una mente "voladora". Pensaba en el autobús: dando por verdadero que el ser humano pende de hilos invisibles que vienen del cielo, la aproximación más directa sería decir que estos no hacen sino anclarse en la cabeza, en la mente, quien impide el paso de los hilos a anclarse en una zona más vital y profunda del ser humano, el alma. Así, la mente funcionaría como una especie de barrera que separaría la vía vital entre el alma y el cielo, siendo así la mente la única controladora del cuerpo. Sin embargo, es el momento en que conseguimos un estado de libertad mental, de abertura, cuando la mente precisamente deja paso a esos hilos, los cuales tratan de, si no anclarse, sí rozar el alma. Y es en ese momento cuando la mente se hace libre y "vuela", cuando los hilos imaginarios pasan a controlar el alma. Y digo controlar, pero no es la palabra más acertada, pues en el momento en que la mente se hace libre, el cuerpo pasa a ser un cúmulo de masa receptivo e impulsivo, no controlado.
Quizá sea ese, para mí, el estado más puro, transparente y vulnerable del ser humano.
Cuando alcanzamos un estado de sublimidad contemplando un objeto bello, el ser humano está de alguna forma abriéndose, volando, contemplando desinteresadamente (de esto ya he hablado) el objeto, sin más. Prueba de ello es que, como dice la palabra, careces de intereses, de pensamiento. Solo contemplas.
Y me atrevería a decir, aún a riesgo de equivocarme, que el actor ha de tratar de conseguir ese estado de libertad mental, porque es entonces cuando solo queda el cuerpo y el objeto. O, lo que es lo mismo, el personaje activo a reaccionar a los "objetos" exteriores. La única diferencia es que la mente "deja de funcionar" y evitamos así cualquier tipo de bloqueo.
Pero, ¿cómo conseguir un estado de libertad mental? Es difícil. Grotowsky, por ejemplo, propone una liberación de la mente a través del trabajo físico. Es duro, pero sirve. No obstante, la escucha es otra forma de reacción a estímulos externos, pues al centrar tu atención (que no concentración) en el exterior, si no es que abras tu mente, si la desvinculas del cuerpo.
No obstante, y volviendo al libro comentado al principio, se me ha caído el mito de la liberación de la mente. Leyendo a los filósofos ingleses de la segunda parte del XVIII me encontré con Archibald Alison, quien defiende que el placer del gusto se debe a la asociación: "La púrpura, por ejemplo, ha adquirido cierto carácter de dignidad por su accidental vinculación con el atuendo de los reyes". Algo más que interesante cuando, tras haber estado estudiando el Arte del siglo XX, me doy cuenta de que precisamente lo que este trata de hacer es eliminar cualquier asociación que pueda hacer el espectador (es decir, este arte afirma la existencia de asociaciones), haciéndolo a través del distanciamiento y consiguiendo así que el espectador no disfrute de sí mismo (la asociación se da dentro de la mente, de forma personal, interior y onanista) sino que disfrute del espectáculo en sí, sin introducirse en sí mismo (el espectador centra la atención fuera y no dentro).
Y diréis, ¿por qué es incompatible la asociación y la mente libre? Pues miren, desde mi más profunda humildad -porque no tengo conocimientos sólidos de estética, más bien están líquidos. O gaseosos-, creo que si la asociación viene dada por la mente, y de eso no me cabe gran duda, ésta ya no está volando, ni está libre. Está de por medio.
Entonces, ¿cuál es el estado puro de contemplación de la belleza? ¿Por qué algo nos gusta o no nos gusta?
Quizá esté mezclando dos cosas diferentes. Porque por un lado tenemos ese estado puro de contemplación, cuando algo sublime se nos viene encima, nos quedamos sin aliento, sin habla, sin ¡pensamientos! y solo contemplamos desinteresadamente (¿no, Kant?); y por otro lado tenemos el estado crítico que se encuentra justo un segundo después de que finalice el estado de contemplación. Es ese momento en que la mente vuelve a cerrarse, corta los hilos y vuelve a controlar al cuerpo. Y así nos volvemos malos y, finalmente, decidimos lo que nos gusta y lo que no. En este caso, mente libre y asociación (por ese orden) son compatibles.
Un proceso más que válido para mí, aunque fastidioso. Y es que si lo tuviéramos que delimitar temporalmente, nos daríamos cuenta de que del 100% del tiempo, solo el 1% corresponde a la contemplación libre y, por tanto, desinteresada.
¡Ay!
Sergio
jueves, 18 de agosto de 2011
Morir, dormir: dormir, tal vez soñar.
Sí, eso es. Estoy soñando. Pero es un sueño muy bonito. Creo, además, que se ha hecho realidad. A veces, los sueños se hacen realidad, estoy convencido. Mi sueño se llama Edimburgo.
Ahí estoy yo, entre preciosas y preciosas calles. Un poco tristes, que llueve mucho. Pero son preciosas. Y la gente, ¡ay la gente! Luego hablaré de la gente.
Hablar principalmente del Edinburgh Festival Fringe. Un festival que arrasa en la ciudad durante agosto. Un festival ejemplar, único, mágico, emocionante, encantador... Un festival para las artes: para el teatro, la música y la danza.
Caminar por las calles de esta magnífica ciudad y encontrarte con tumultos de gente feliz y emocionada, con los ojos bien abiertos alrededor de un pequeño o gran artista que trata de disfrutar haciendo lo que sabe hacer, jugar con el público. Pequeñas performance para divertir o para promocionar otro espectáculo mayor invaden las principales calles de Edimburgo. Y tengo la cartera llena. De propaganda, digo. Pero es genial. Baratísimo, además.
Tras el impacto callejero fui a ver Calígula, de Albert Camus. Menudo espectáculo. Con lo mínimo, hicieron una maravilla -y eso que me costaba entender, que era inglés-. ¡Pero qué actores!, poco más mayores que yo, por cierto. ¡Qué maravilla! Los pelos de punta.
No conforme con eso, entre actores y actores en la Royal Mile, la principal calle de Edimburgo, me topo con un mimo haciendo uno de estos espectáculos de propaganda. Lo único que hacía era no moverse hasta que alguien le cogía el papel de propaganda que tenía en la mano. Entonces se incorporaba como si de un robot se tratara, con movimientos súbitos, cogía otro folleto del montón que tenía en la mano contraria y volvía a su postura inicial. No pude parar de mirarlo durante más de media hora, lo aseguro. También aseguro que en esa media hora, el mimo -de unos 20 años- no parpadeó ni una sola vez. ¿Cómo es posible?
Da igual la técnica. Lo único que sé es que aprendí mucho de ese chico. No solo estaba quieto mirando a un punto fijo sin parpadear sino que, desde ahí, sabía jugar con el público y sabía qué es lo que quería el público. Sabía quién iba a cogerle un folleto y sabía qué quería ese alguien. Contactaba y jugaba, desde su mínima movilidad, con esos seres de dos patas. Era fantástico. Y cómo incorporaba a su personaje sus dificultades del momento. De verdad, insólito. Pero encantador. No estaba consigo, sino con los demás.
¿Y qué pasa con el espectador? Estoy apasionado, de verdad. Aquí, la gente camina con cuidado, está con los demás, agradece cualquier favor, aunque ni lo sea. Y eso, claro, lo transmiten al espectáculo. El espectador aquí no es parte del espectáculo. Es el espectáculo. Están dentro, con el actor o actriz, jugando con él, riéndose con él, llorando con él. En cada espectáculo que veo no pasa más de un minuto sin escuchar gritar al público junto al actor. Es un círculo fascinante, en serio. Les gusta jugar y juegan. Claro, que el que está en medio lo agradece con creces y no hace sino devolverlo multiplicado.
¿Sabéis cuanto me está emocionando ver a la gente sonreír y disfrutar activamente de cada espectáculo?
¿Sabéis cuanto me está emocionando estar dentro de un ambiente tan alegre y familiar?
Sí, sí. A veces, los sueños se hacen realidad, estoy convencido.
Sergio
Sí, eso es. Estoy soñando. Pero es un sueño muy bonito. Creo, además, que se ha hecho realidad. A veces, los sueños se hacen realidad, estoy convencido. Mi sueño se llama Edimburgo.
Ahí estoy yo, entre preciosas y preciosas calles. Un poco tristes, que llueve mucho. Pero son preciosas. Y la gente, ¡ay la gente! Luego hablaré de la gente.
Hablar principalmente del Edinburgh Festival Fringe. Un festival que arrasa en la ciudad durante agosto. Un festival ejemplar, único, mágico, emocionante, encantador... Un festival para las artes: para el teatro, la música y la danza.
Caminar por las calles de esta magnífica ciudad y encontrarte con tumultos de gente feliz y emocionada, con los ojos bien abiertos alrededor de un pequeño o gran artista que trata de disfrutar haciendo lo que sabe hacer, jugar con el público. Pequeñas performance para divertir o para promocionar otro espectáculo mayor invaden las principales calles de Edimburgo. Y tengo la cartera llena. De propaganda, digo. Pero es genial. Baratísimo, además.
Tras el impacto callejero fui a ver Calígula, de Albert Camus. Menudo espectáculo. Con lo mínimo, hicieron una maravilla -y eso que me costaba entender, que era inglés-. ¡Pero qué actores!, poco más mayores que yo, por cierto. ¡Qué maravilla! Los pelos de punta.
No conforme con eso, entre actores y actores en la Royal Mile, la principal calle de Edimburgo, me topo con un mimo haciendo uno de estos espectáculos de propaganda. Lo único que hacía era no moverse hasta que alguien le cogía el papel de propaganda que tenía en la mano. Entonces se incorporaba como si de un robot se tratara, con movimientos súbitos, cogía otro folleto del montón que tenía en la mano contraria y volvía a su postura inicial. No pude parar de mirarlo durante más de media hora, lo aseguro. También aseguro que en esa media hora, el mimo -de unos 20 años- no parpadeó ni una sola vez. ¿Cómo es posible?
Da igual la técnica. Lo único que sé es que aprendí mucho de ese chico. No solo estaba quieto mirando a un punto fijo sin parpadear sino que, desde ahí, sabía jugar con el público y sabía qué es lo que quería el público. Sabía quién iba a cogerle un folleto y sabía qué quería ese alguien. Contactaba y jugaba, desde su mínima movilidad, con esos seres de dos patas. Era fantástico. Y cómo incorporaba a su personaje sus dificultades del momento. De verdad, insólito. Pero encantador. No estaba consigo, sino con los demás.
¿Y qué pasa con el espectador? Estoy apasionado, de verdad. Aquí, la gente camina con cuidado, está con los demás, agradece cualquier favor, aunque ni lo sea. Y eso, claro, lo transmiten al espectáculo. El espectador aquí no es parte del espectáculo. Es el espectáculo. Están dentro, con el actor o actriz, jugando con él, riéndose con él, llorando con él. En cada espectáculo que veo no pasa más de un minuto sin escuchar gritar al público junto al actor. Es un círculo fascinante, en serio. Les gusta jugar y juegan. Claro, que el que está en medio lo agradece con creces y no hace sino devolverlo multiplicado.
¿Sabéis cuanto me está emocionando ver a la gente sonreír y disfrutar activamente de cada espectáculo?
¿Sabéis cuanto me está emocionando estar dentro de un ambiente tan alegre y familiar?
Sí, sí. A veces, los sueños se hacen realidad, estoy convencido.
Sergio
domingo, 31 de julio de 2011
El conflicto que hay entre la materia y el espíritu.
No conozco mucho su biografía. No sé cómo escribe ni cómo piensa. Solo sé que defiende cosas que no comparto. Pero hoy me he topado con un artículo de él en XLSemanal más que interesante. Hablo de Juan Manuel de Prada.
Un artículo preocupante, por cierto. Pero más que verdadero, algo que afirmo con mayor insistencia tras haber leído La ciencia y la vida de Valentín Fuster y José Luis Sampedro, dos personalidades más que envidiables (por cierto, recomiendo encarecidamente a todo Ser gustoso de leer Arte y Vida que se lea este gran ejemplar. No como escrito, sino como ejemplo y/o modelo, digo).
El artículo habla sobre la enorme y preocupante expansión de las telecomunicaciones y, por rebote, de la enorme y preocupante expansión de lo automático: "esa expansión de las telecomunicaciones ha discurrido paralela a una reducción o encogimiento de las posibilidades de comunicación estrictamente humanas, según esa ley infalible de la biología que nos enseña que, a medida que aumenta lo automático, decrece lo auténticamente vivo".
¡Eh! A medida que aumenta lo automático, decrece lo auténticamente vivo.
¿No es preocupante leer e incluso notar que nos estamos dejando caer en una alienación difícilmente tratable? Me noto en una cuesta muy empinada en la que es muy difícil escalar para salvarse de caer a la Nada.
Ya no nos movemos. Estamos perdiendo una facultad natural primaria propia de cualquier ser, que es la comunicación. Estamos sustituyendo a nuestros allegados más queridos por máquinas automáticas. Los niños ya no juegan, ni corren, ni saltan, se dice en La ciencia y la vida. Comemos con la televisión encendida para evitar intercambiar palabras incómodas con mamá. Nos comunicamos con nuestras mejores amistades a través de vías virtuales estrictamente inhumanas y devastadoras. ¡Más de la mitad de nuestra vida la pasamos entre pantallas!
De Prada ejemplifica un hecho que a primera vista no tiene cabida en semejante artículo. Habla de la fe cristiana, la religión, el evangelio (me tomaré ciertas libertades para diferenciar a mi gusto mayúsculas y minúsculas). Pero, sin embargo, es curioso que una de las más grandes historias jamás contada en la trayectoria occidental, que durante ya más de veinte siglos lleva haciendo un continuo hincapié en el Ser humano, fuera contada, como dice su autor, "de corazón a corazón", de boca a boca, no con "megafonía" o, en nuestro caso, por televisión o internet.
Estamos cayendo, de verdad, en un mundo me atrevería a decir robotizado. Y cuando caigamos... Entonces grandes temas como la Libertad, que tanto nos gusta, o la Razón, no serán nada.
Quizá esto explica por qué el teatro que, como la fe cristiana, lleva gozando de gran popularidad durante más de veinte siglos, cayó en el pasado de forma estrepitosa.
Lo que está claro es que, si de algo se diferencia el teatro del cine o la televisión es que, como decía Jerzy Grotowsky, el teatro nos brinda una relación humana que ninguno de los otros dos medios nos brinda. De actor a espectador. Bueno, no. De persona a persona. Quizá por ello creo que, si algo tuviera que explotar en mi futura vida profesional como actor -esperemos-, ese algo sería la relación con las personas que se sientan en las butacas. Bajar del escenario y mirarles a la cara. Tocarles. Activarles, a poder ser. Sólo para que ellos lo hicieran también. Miraran, tocaran y activaran. Y así, posiblemente, poder comunicarnos.
De eso trata el teatro, ¿no? De comunicar...
Sergio
No conozco mucho su biografía. No sé cómo escribe ni cómo piensa. Solo sé que defiende cosas que no comparto. Pero hoy me he topado con un artículo de él en XLSemanal más que interesante. Hablo de Juan Manuel de Prada.
Un artículo preocupante, por cierto. Pero más que verdadero, algo que afirmo con mayor insistencia tras haber leído La ciencia y la vida de Valentín Fuster y José Luis Sampedro, dos personalidades más que envidiables (por cierto, recomiendo encarecidamente a todo Ser gustoso de leer Arte y Vida que se lea este gran ejemplar. No como escrito, sino como ejemplo y/o modelo, digo).
El artículo habla sobre la enorme y preocupante expansión de las telecomunicaciones y, por rebote, de la enorme y preocupante expansión de lo automático: "esa expansión de las telecomunicaciones ha discurrido paralela a una reducción o encogimiento de las posibilidades de comunicación estrictamente humanas, según esa ley infalible de la biología que nos enseña que, a medida que aumenta lo automático, decrece lo auténticamente vivo".
¡Eh! A medida que aumenta lo automático, decrece lo auténticamente vivo.
¿No es preocupante leer e incluso notar que nos estamos dejando caer en una alienación difícilmente tratable? Me noto en una cuesta muy empinada en la que es muy difícil escalar para salvarse de caer a la Nada.
Ya no nos movemos. Estamos perdiendo una facultad natural primaria propia de cualquier ser, que es la comunicación. Estamos sustituyendo a nuestros allegados más queridos por máquinas automáticas. Los niños ya no juegan, ni corren, ni saltan, se dice en La ciencia y la vida. Comemos con la televisión encendida para evitar intercambiar palabras incómodas con mamá. Nos comunicamos con nuestras mejores amistades a través de vías virtuales estrictamente inhumanas y devastadoras. ¡Más de la mitad de nuestra vida la pasamos entre pantallas!
De Prada ejemplifica un hecho que a primera vista no tiene cabida en semejante artículo. Habla de la fe cristiana, la religión, el evangelio (me tomaré ciertas libertades para diferenciar a mi gusto mayúsculas y minúsculas). Pero, sin embargo, es curioso que una de las más grandes historias jamás contada en la trayectoria occidental, que durante ya más de veinte siglos lleva haciendo un continuo hincapié en el Ser humano, fuera contada, como dice su autor, "de corazón a corazón", de boca a boca, no con "megafonía" o, en nuestro caso, por televisión o internet.
Estamos cayendo, de verdad, en un mundo me atrevería a decir robotizado. Y cuando caigamos... Entonces grandes temas como la Libertad, que tanto nos gusta, o la Razón, no serán nada.
Quizá esto explica por qué el teatro que, como la fe cristiana, lleva gozando de gran popularidad durante más de veinte siglos, cayó en el pasado de forma estrepitosa.
Lo que está claro es que, si de algo se diferencia el teatro del cine o la televisión es que, como decía Jerzy Grotowsky, el teatro nos brinda una relación humana que ninguno de los otros dos medios nos brinda. De actor a espectador. Bueno, no. De persona a persona. Quizá por ello creo que, si algo tuviera que explotar en mi futura vida profesional como actor -esperemos-, ese algo sería la relación con las personas que se sientan en las butacas. Bajar del escenario y mirarles a la cara. Tocarles. Activarles, a poder ser. Sólo para que ellos lo hicieran también. Miraran, tocaran y activaran. Y así, posiblemente, poder comunicarnos.
De eso trata el teatro, ¿no? De comunicar...
Sergio
lunes, 4 de julio de 2011
Es vulnerable el cuerpo cuando la mente es libre.
Algo así nos decía Shakespeare. Algo así me digo yo.
Hoy he tenido una experiencia genial, de las que no se encuentran fácilmente, y ha sido gracias a Gonzalo Catalinas Gállego -creo que se merece ser nombrado por la gratitud que ahora mismo le debo y por ser no sólo un apasionado de las artes performativas y la danza Butoh sino también una persona con muchas ganas, amor e ilusión (preciosa combinación, por cierto)-. Hoy he recibido una clase gratuita de danza Butoh. En plena Naturaleza, además, entre árboles y árboles de, para quien lo conozca, el Parque Grande de Zaragoza.
Momentos como los de hoy refuerzan mis ideas a cerca del actor y su función y, en definitiva, de las personas y su función. Hoy me he fusionado con la Naturaleza. Ella y yo éramos uno. Esto, que a simple vista parece una auténtica "ida de cabeza", es desde mi punto de vista lo más primitivo, lo más ancestral, lo más verdadero y lo más potente que el ser humano sabe pero ha olvidado hacer.
La danza Butoh, de la que no puedo contaros mucho, es una danza creada por Kazuo Ohno que consiste, entre otras cosas, en entrar en consonancia con uno mismo y con lo más básico del ser humano, la Tierra y el Cielo. Ambos son los dos extremos de los cuales pende todo ser viviente, el cual se nutre de la energía generada por la Tierra para alimentarse de ella y, finalmente, entregársela al Cielo. No olvidemos que el ser humano en su más puro concepto no es nada más que un cúmulo de materia cuya energía es prestada, que no dada, por lo que ha de ser devuelta.
Se nos dice así que hemos de estar agradecidos de tener el cuerpo que tenemos y de poder valernos de todo lo que nos rodea que, repito, no es más que Naturaleza. Porque ella es la que nos sustenta.
Encontrar el centro corporal para trabajar desde ahí usando la respiración como base principal, la cual penetra en nosotros por las piernas, desde la Tierra, como si de raíces se tratara para desaparecer por la cabeza, hacia el Cielo; notar como la vida y la muerte generan un ciclo infinito de transformación de la energía; evocar lo primitivo, el instinto, el impulso y erradicar lo artificial, el intelecto, el bloqueo, la convención, las resistencias, etc. como forma de volver al Origen en que la mente, libre, da paso a un cuerpo desnudo, transparente, vulnerable en definitiva, un cuerpo viviente, no pensante; escuchar las formas, ritmos, pausas, olores, etc. de la Naturaleza como forma de entrar en consonancia con ella quien, superior a cualquier Ser, dicta las normas sobre las que vivir, normas con las cuales ha de convivir el ser humano aceptándolas como llegan, sin querer superponerse a ellas. La Gallina no prevalece sobre el huevo.
Finalmente, una pequeña improvisación grupal en la que, tomando como estímulo la Naturaleza con sus árboles, o agua, o césped, o piedras, no hacemos sino movernos en consonancia con ella, rozando suavemente las joyas que nos son prestadas, bailando al fin y al cabo con ellas. Dejando, eso sí, que marquen ellas la coreografía. Pero sin olvidar que no dejamos de ser sino pura materia colgando de unos hilos celestes que vive en tanto que se nutre de la energía terrenal. Nada más.
No necesitamos nada más. Nada más. De verdad, nada más.
Claro que, a estas alturas, ¡cuánta astucia supone la fuga genial!, nos recuerda Ortega. Qué costoso nos resulta. Qué difícil. ¡Qué doloroso!
¡Pero si sólo hemos de saber olerla, tocarla, saborearla, verla y escucharla!
Claro. Pero no es fácil volver a aprenderse lo olvidado.
Sergio
Algo así nos decía Shakespeare. Algo así me digo yo.
Hoy he tenido una experiencia genial, de las que no se encuentran fácilmente, y ha sido gracias a Gonzalo Catalinas Gállego -creo que se merece ser nombrado por la gratitud que ahora mismo le debo y por ser no sólo un apasionado de las artes performativas y la danza Butoh sino también una persona con muchas ganas, amor e ilusión (preciosa combinación, por cierto)-. Hoy he recibido una clase gratuita de danza Butoh. En plena Naturaleza, además, entre árboles y árboles de, para quien lo conozca, el Parque Grande de Zaragoza.
Momentos como los de hoy refuerzan mis ideas a cerca del actor y su función y, en definitiva, de las personas y su función. Hoy me he fusionado con la Naturaleza. Ella y yo éramos uno. Esto, que a simple vista parece una auténtica "ida de cabeza", es desde mi punto de vista lo más primitivo, lo más ancestral, lo más verdadero y lo más potente que el ser humano sabe pero ha olvidado hacer.
La danza Butoh, de la que no puedo contaros mucho, es una danza creada por Kazuo Ohno que consiste, entre otras cosas, en entrar en consonancia con uno mismo y con lo más básico del ser humano, la Tierra y el Cielo. Ambos son los dos extremos de los cuales pende todo ser viviente, el cual se nutre de la energía generada por la Tierra para alimentarse de ella y, finalmente, entregársela al Cielo. No olvidemos que el ser humano en su más puro concepto no es nada más que un cúmulo de materia cuya energía es prestada, que no dada, por lo que ha de ser devuelta.
Se nos dice así que hemos de estar agradecidos de tener el cuerpo que tenemos y de poder valernos de todo lo que nos rodea que, repito, no es más que Naturaleza. Porque ella es la que nos sustenta.
Encontrar el centro corporal para trabajar desde ahí usando la respiración como base principal, la cual penetra en nosotros por las piernas, desde la Tierra, como si de raíces se tratara para desaparecer por la cabeza, hacia el Cielo; notar como la vida y la muerte generan un ciclo infinito de transformación de la energía; evocar lo primitivo, el instinto, el impulso y erradicar lo artificial, el intelecto, el bloqueo, la convención, las resistencias, etc. como forma de volver al Origen en que la mente, libre, da paso a un cuerpo desnudo, transparente, vulnerable en definitiva, un cuerpo viviente, no pensante; escuchar las formas, ritmos, pausas, olores, etc. de la Naturaleza como forma de entrar en consonancia con ella quien, superior a cualquier Ser, dicta las normas sobre las que vivir, normas con las cuales ha de convivir el ser humano aceptándolas como llegan, sin querer superponerse a ellas. La Gallina no prevalece sobre el huevo.
Finalmente, una pequeña improvisación grupal en la que, tomando como estímulo la Naturaleza con sus árboles, o agua, o césped, o piedras, no hacemos sino movernos en consonancia con ella, rozando suavemente las joyas que nos son prestadas, bailando al fin y al cabo con ellas. Dejando, eso sí, que marquen ellas la coreografía. Pero sin olvidar que no dejamos de ser sino pura materia colgando de unos hilos celestes que vive en tanto que se nutre de la energía terrenal. Nada más.
No necesitamos nada más. Nada más. De verdad, nada más.
Claro que, a estas alturas, ¡cuánta astucia supone la fuga genial!, nos recuerda Ortega. Qué costoso nos resulta. Qué difícil. ¡Qué doloroso!
¡Pero si sólo hemos de saber olerla, tocarla, saborearla, verla y escucharla!
Claro. Pero no es fácil volver a aprenderse lo olvidado.
Sergio
sábado, 18 de junio de 2011
No hemos aprendido a vivir.
Hablaré hoy de una de las figuras más emblemáticas dentro del marco español. Un hombre ejemplar. Un hombre que aboga por todas y cada una de las personas que, inconscientemente, se están dejando llevar a la catástrofe. Hablo de José Luis Sampedro, un gran humanista, escritor y economista de nada menos que 94 años.
Hablaré hoy de una de las figuras más emblemáticas dentro del marco español. Un hombre ejemplar. Un hombre que aboga por todas y cada una de las personas que, inconscientemente, se están dejando llevar a la catástrofe. Hablo de José Luis Sampedro, un gran humanista, escritor y economista de nada menos que 94 años.
Dejándome llevar por internet, caí en uno de sus múltiples vídeos. Ya conocía a Sampedro, entre otras cosas porque es el escritor de La sonrisa etrusca, obra de la que ya hablé hace un tiempo. Pero no lo conocía tan a fondo. He de reconocer que me llenó de ilusión y alegría escuchar algunas de sus palabras. Palabras graves. Pero tranquilizadoras, a la vez.
Tomaré palabras de Sampedro cuando dice que el ser humano no ha sabido aprovechar la técnica, la cual nos ha aportado una enorme evolución aparente. No práctica, sin embargo.
"La sociedad se está infartando", nos dice junto a Valentín Fuster, quienes han escrito un libro a la par, La ciencia y la vida, imprescindible desde mi punto de vista. No obstante "lo que más me preocupa no es que esta sociedad entre en infarto. Lo que más me preocupa es el sistema extrañamente pasivo en el que está entrando la sociedad. Los niños ya no corren, solamente miran las computadoras, están continuamente con los teléfonos móviles y juegos electrónicos o frente al televisor. Se está configurando una sociedad que no se mueve, una sociedad en la que te consumes sin tan siquiera darte cuenta de ello. El problema es, ¿cómo invertir los términos? Quiero decir, cómo volvernos nuevamente activos. Debemos reflexionar sobre esto, sobre cómo llevar a cabo esta inversión". Palabras de Fuster.
Llevo hablando de pasividad desde hace mucho tiempo. La sociedad ya no se preocupa por las cosas verdaderamente humanas. La sociedad ahora sólo se preocupa por: política (donde incluiré "economía"), programas del corazón y fútbol. Y no está mal, claro que no. El problema llega cuando estos intereses pasan a ser el centro del individuo pues, como consecuencia, se descentralizan los demás, desaparecen entre un mar de humo.
Los más jóvenes, como dice Fuster, ya no se interesan ni en el fútbol o la política, lo cual podríamos denominar como espectáculos más o menos activos. Se interesan por el sofá y la televisión, o el sofá y el ordenador, o el sofá y la "últimaconsolaquesehasacadofíjatetúquéguay". Y es un problema a reconsiderar bastante grave.
¿Cómo te atraves, Sergio, a hablar de espectáculo en política? Miren, señores. Sé poco de política. Pero considero a esta como un elemento gravemente deshumanizador. Deshumanizador en cuanto a privatizador de los caracteres humanos, en cuanto a alienante y en cuando a desvirtuador de la esencia del individuo como colectividad. La política es un invento artificial. Necesario, quizá, pero artificial. Qué triste, pienso yo, que sea uno de los grandes móviles del ser humano.
Colectividad. Genial palabra. Lástima que Sampedro nos avise de que "estamos divididos deliberadamente para que seamos menos eficaces. La civilización moderna trata de individualizarnos y decirnos: usted es un individuo, usted es el rey de la creación, usted elija, usted tiene derecho, usted tiene libertad. Si aquí se reunieran todos los jóvenes, pero todos, podrían hacerse grandes cambios. Pero no se harán, porque los del PP harán lo que les dicen, y los del PSOE harán lo mismo". Uno de los grandes problemas, creo yo, del fabuloso movimiento del 15-m.
No profundizaré más sobre este tema porque no considero que deba ser de especial atención en este blog. No obstante, sí creo necesaria una "contaminación" del mismo. Luego explico esto.
Y es así como, por consiguiente, vivimos altamente ensimismados. Vivimos o bien por mi "wiifabulosa", o bien por mi "belénestebanfabulosa" o bien por mi "partidopopularfabuloso". Qué desgracia.
¿Podríamos decir, entonces, que no somos ya sino puros personajes trágicos encaminados al desastre? ¿O hablamos, por el contrario, de un drama al que se le puede dibujar un bonito final? ¿Cuál es la solución y quién la tiene?
El desastre humano y ecológico que muchos expertos prevén está muy cerca. Es curioso que los grandes desastres naturales percibidos en los últimos 10 años vayan en aumento. ¿Quizá se nos está avisando de algo?
Sampedro nos dice, como bien yo opino desde hace tiempo, que la solución está en volver al origen. Lo vamos a hacer por la fuerza tarde o temprano. ¿Por qué no rectificar ahora todos nuestros excesos moderadamente? ¿Por qué no salimos de nuestra preciosa burbuja y nos damos cuenta de una puñetera vez de todo lo que está pasando? El rió está a punto de caer por la cascada.
El arte nos ayuda, en la medida en que se puede, a dejar de ensimismarnos. Es necesaria una contaminación, creo, de todo oficio. Una "contaminación" para despertarnos mutuamente. Incluso en el arte. Sólo para que, una vez despiertos, podamos volver a ensimismar cada uno de los oficios.
Aquí os adjunto uno de los vídeos de Sampedro, aunque os animo y reanimo a que veáis más.
Y aprendamos a vivir ya. Ya va siendo hora, ¿no?
Sergio
domingo, 5 de junio de 2011
Cuando pienso en mi vocación, no le temo a la vida.
Es cierto.
Así me despido de mi primer año de carrera. Bueno, así se despidió mi profesor Carlos. Bonito final, ¿no?
No me quedaría tranquilo si hablara únicamente de "carrera". Esto es más que una carrera. Ya le decía hace un tiempo a Carlos que si cuando llegue a cuarto voy a saber hacer lo que hacen mis compañeros, siento que tengo algo muy grande entre las manos. Algo que pesa mucho, por cierto. Pero es un peso muy cómodo. A veces, claro. No siempre.
Y es que ha sido un año excelente, a la vez que difícil. Cada día me he encontrado con inmensas barreras que saltar. Y a veces las saltaba y me encontraba detrás grandes paraísos. Pero otras no las saltaba, y me quedaba atrapado a mitad. O las saltaba y encontraba otra más grande y fea. Pero hombre, ¡no hemos de dejarnos abandonar solo porque una barrera grande y fea nos impida el paso! Cuánta razón tenía Carlos cuando me decía que "el camino que se tiende ante nuestros ojos es como una alfombra que se desenrolla poco a poco [...] y que de un error o un mal día se le da una patada más fuerte a esa alfombra que haciéndolo bien".
Agradezco profundamente todo lo aprendido. A mis compañeros y, sobre todo, a mis profesores. A algún designio divino, quizá, por haberme traído hasta aquí.
Y es que es ahora que he terminado este primer camino cuando veo claramente todo lo que he recorrido. Y veo paraísos y barreras. Y muchas cosas. Pero, ¿qué gracia tiene llegar a una meta si no disfrutamos de la caminata?
No cambiaría ni un segundo de todo el tiempo que he pasado "entre bastidores", ¡o incluso en escena! Ni uno sólo. Soy más que afortunado de tener lo que tengo. De llevar ese algo tan pesado entre las manos con el propósito de hacer algo grande, muy grande. Un algo del que todo el mundo sea partícipe. Y hacer que ese algo, se convierta en otro algo mucho mejor...
Sí, amados amigos. Sueño. Me encanta soñar. Ahora que puedo, que estoy entre bastidores. Porque cuando salgo a escena, todo va tan rápido que no tengo tiempo para hacerlo.
Porque el teatro me está enseñando a hacerlo. Me está enseñando a ser mejor persona. O intentarlo, al menos. Me está enseñando que el proceso, o camino, o alfombra, es lo más bonito que hay en la vida. Que el final no existe, porque no hay final (¡Y es magnífico!, me decía Carlos). Y que escuchar lo que pasa mientras camino, hace que crezca. Que crezca como persona, como ser humano. Como ser.
Soy lo que soy. Y ojalá pudieran el resto de seres ser lo que son. Ojalá pudierais ser partícipes de lo que estoy siendo yo. Porque es una cosa muy bonita, de verdad. Mucho.
Luchad por vuestro camino. Pero no os olvidéis de luchar por lo que os rodea. Que no es poco.
Y gracias por esta oportunidad. Gracias...
Sergio
Es cierto.
Así me despido de mi primer año de carrera. Bueno, así se despidió mi profesor Carlos. Bonito final, ¿no?
No me quedaría tranquilo si hablara únicamente de "carrera". Esto es más que una carrera. Ya le decía hace un tiempo a Carlos que si cuando llegue a cuarto voy a saber hacer lo que hacen mis compañeros, siento que tengo algo muy grande entre las manos. Algo que pesa mucho, por cierto. Pero es un peso muy cómodo. A veces, claro. No siempre.
Y es que ha sido un año excelente, a la vez que difícil. Cada día me he encontrado con inmensas barreras que saltar. Y a veces las saltaba y me encontraba detrás grandes paraísos. Pero otras no las saltaba, y me quedaba atrapado a mitad. O las saltaba y encontraba otra más grande y fea. Pero hombre, ¡no hemos de dejarnos abandonar solo porque una barrera grande y fea nos impida el paso! Cuánta razón tenía Carlos cuando me decía que "el camino que se tiende ante nuestros ojos es como una alfombra que se desenrolla poco a poco [...] y que de un error o un mal día se le da una patada más fuerte a esa alfombra que haciéndolo bien".
Agradezco profundamente todo lo aprendido. A mis compañeros y, sobre todo, a mis profesores. A algún designio divino, quizá, por haberme traído hasta aquí.
Y es que es ahora que he terminado este primer camino cuando veo claramente todo lo que he recorrido. Y veo paraísos y barreras. Y muchas cosas. Pero, ¿qué gracia tiene llegar a una meta si no disfrutamos de la caminata?
No cambiaría ni un segundo de todo el tiempo que he pasado "entre bastidores", ¡o incluso en escena! Ni uno sólo. Soy más que afortunado de tener lo que tengo. De llevar ese algo tan pesado entre las manos con el propósito de hacer algo grande, muy grande. Un algo del que todo el mundo sea partícipe. Y hacer que ese algo, se convierta en otro algo mucho mejor...
Sí, amados amigos. Sueño. Me encanta soñar. Ahora que puedo, que estoy entre bastidores. Porque cuando salgo a escena, todo va tan rápido que no tengo tiempo para hacerlo.
Porque el teatro me está enseñando a hacerlo. Me está enseñando a ser mejor persona. O intentarlo, al menos. Me está enseñando que el proceso, o camino, o alfombra, es lo más bonito que hay en la vida. Que el final no existe, porque no hay final (¡Y es magnífico!, me decía Carlos). Y que escuchar lo que pasa mientras camino, hace que crezca. Que crezca como persona, como ser humano. Como ser.
Soy lo que soy. Y ojalá pudieran el resto de seres ser lo que son. Ojalá pudierais ser partícipes de lo que estoy siendo yo. Porque es una cosa muy bonita, de verdad. Mucho.
Luchad por vuestro camino. Pero no os olvidéis de luchar por lo que os rodea. Que no es poco.
Y gracias por esta oportunidad. Gracias...
Sergio
miércoles, 18 de mayo de 2011
Cuando estés perdido, vuelve al origen.
Antes de nada, no puedo sino volver a mencionar un nombre más que importante en mi actual carrera y, sin ir más lejos, incluso en mi vida. Hablo, de nuevo, de Carlos Martínez Abarca, mi gran profesor de Interpretación.
Tener la suerte de poder compartir horas con él, aprendiendo desde los pequeños detalles hasta las grandes cuestiones de las que se nutre un actor es todo un privilegio. Pero, no conforme con eso, es una persona más que implicada, que no ha estado sino ayudándome durante todo el curso tratando de impulsarme para saltar cada una de las grandes barreras que sobrevienen. Y lo ha hecho con una paciencia y un amor enorme.
Si tuviera que agradecerle todo su apoyo, probablemente me quedaría sin habla. Porque no es fácil tomarse todo el tiempo que él se ha tomado conmigo y la forma en que lo ha hecho. He de sentirme afortunado, muchísimo. Porque yo y mis compañeros de clase somos la envidia de cualquier joven cegado por el arte del actor.
Gracias, Carlos.
Y, tras esto, anclándonos en el tema que hoy me ocupa, introduciré mis pensamientos diciendo simplemente: Tal y Tal.
Y es que, tras estos últimos momentos de tormenta, no me ha quedado otra opción que recordar viejos tiempos. Porque Tal y Tal es el nombre de mi primer y, hasta el momento, último grupo de teatro en el que he estado. Grupo que se creó cuando entré (hace ya 7 años) y que se deshizo cuando salí (el año pasado).
No puedo sino recordar estos momentos de mi vida como más que felices, entre otras cosas porque más allá de ser mis orígenes, ha sido lo que me ha impulsado a crecer como persona, como joven actor y como joven soñador. Han sido todos y cada uno de mis compañeros y mi gran directora y amiga, Olga Ezpeleta, los que me han permitido flotar entre ese mágico mar de ilusiones. Si algo he aprendido de todos ellos es que la ilusión, el amor y las ganas por crear no han de perderse. Es lo único que nos queda al fin y al cabo, antes y después del trabajo.
Porque situarte entre bastidores mientras se abre el telón con un público más que implicado no es una sensación cotidiana. Es una sensación mágica y muy especial. Y no puedo sino sentirme más que afortunado de poder haber tenido la oportunidad de sentir todo eso, porque es muy grande.
Ahora, cada uno de nosotros nos movemos por tierras diferentes. Pero siempre quedará ese granito de arena común en nuestro interior. Qué alegría.
Siempre recordaré a cada uno de mis personajes como mis primeros grandes tesoros.
Porque el teatro aficionado es un gran impulsador. Porque directoras como Olga, implicadas tan de lleno en su trabajo, en crear al fin y al cabo mágicas historias, no se encuentran fácilmente. Y porque jóvenes creadores amantes del teatro, son el futuro de éste.
Sueñen, imaginen, creen, amen y luchen. Merece la pena.
Una última intervención, a modo de cuestión. ¿Qué pensáis (honestamente, por favor) a cerca de esta obra, 4´33´´?
Sergio
Antes de nada, no puedo sino volver a mencionar un nombre más que importante en mi actual carrera y, sin ir más lejos, incluso en mi vida. Hablo, de nuevo, de Carlos Martínez Abarca, mi gran profesor de Interpretación.
Tener la suerte de poder compartir horas con él, aprendiendo desde los pequeños detalles hasta las grandes cuestiones de las que se nutre un actor es todo un privilegio. Pero, no conforme con eso, es una persona más que implicada, que no ha estado sino ayudándome durante todo el curso tratando de impulsarme para saltar cada una de las grandes barreras que sobrevienen. Y lo ha hecho con una paciencia y un amor enorme.
Si tuviera que agradecerle todo su apoyo, probablemente me quedaría sin habla. Porque no es fácil tomarse todo el tiempo que él se ha tomado conmigo y la forma en que lo ha hecho. He de sentirme afortunado, muchísimo. Porque yo y mis compañeros de clase somos la envidia de cualquier joven cegado por el arte del actor.
Gracias, Carlos.
Y, tras esto, anclándonos en el tema que hoy me ocupa, introduciré mis pensamientos diciendo simplemente: Tal y Tal.
Y es que, tras estos últimos momentos de tormenta, no me ha quedado otra opción que recordar viejos tiempos. Porque Tal y Tal es el nombre de mi primer y, hasta el momento, último grupo de teatro en el que he estado. Grupo que se creó cuando entré (hace ya 7 años) y que se deshizo cuando salí (el año pasado).
No puedo sino recordar estos momentos de mi vida como más que felices, entre otras cosas porque más allá de ser mis orígenes, ha sido lo que me ha impulsado a crecer como persona, como joven actor y como joven soñador. Han sido todos y cada uno de mis compañeros y mi gran directora y amiga, Olga Ezpeleta, los que me han permitido flotar entre ese mágico mar de ilusiones. Si algo he aprendido de todos ellos es que la ilusión, el amor y las ganas por crear no han de perderse. Es lo único que nos queda al fin y al cabo, antes y después del trabajo.
Porque situarte entre bastidores mientras se abre el telón con un público más que implicado no es una sensación cotidiana. Es una sensación mágica y muy especial. Y no puedo sino sentirme más que afortunado de poder haber tenido la oportunidad de sentir todo eso, porque es muy grande.
Ahora, cada uno de nosotros nos movemos por tierras diferentes. Pero siempre quedará ese granito de arena común en nuestro interior. Qué alegría.
Siempre recordaré a cada uno de mis personajes como mis primeros grandes tesoros.
Porque el teatro aficionado es un gran impulsador. Porque directoras como Olga, implicadas tan de lleno en su trabajo, en crear al fin y al cabo mágicas historias, no se encuentran fácilmente. Y porque jóvenes creadores amantes del teatro, son el futuro de éste.
Sueñen, imaginen, creen, amen y luchen. Merece la pena.
Una última intervención, a modo de cuestión. ¿Qué pensáis (honestamente, por favor) a cerca de esta obra, 4´33´´?
Sergio
sábado, 7 de mayo de 2011
El arte, o te apasiona o te horroriza, pero nunca te deja indiferente.
Como ya he comentado en anteriores actualizaciones, el tiempo del que dispongo actualmente para actualizar el blog es reducido. No obstante, no sólo son éstos los motivos que me retraen a no escribir en el blog. Todas mis grandes preocupaciones actuales se resumen en una sola palabra: frustración.
Arte Dramático, una carrera para tontos. Una carrera para tontos que requiere un compromiso y una implicación personal tanto física como psíquica muy alta. Más que alta, y más en fechas tan señaladas. Y más que el agobio constante de proyectos, trabajos y exámenes a la vista, mi preocupación principal enfoca hacia otro punto: ¿dónde queda la ilusión, las ganas de crear, el amor hacia el trabajo, la auto exigencia y la creación de un cuerpo totalmente (y digo totalmente) volcado a un duro y arduo trabajo? ¿Dónde quedan esos principios que ya Stanislavski nos contaba en su Ética teatral y que, no hace mucho tiempo, regían mi felicidad y mis ganas de avanzar en el trabajo? ¿POR QUÉ mi trampolín se ha vuelto rígido y frágil?
Estas y otras preguntas rondan estos últimos días mi cabeza. Y es que no es agradable ver que todo el amor inicial dedicado al trabajo desaparece conforme aparece un sentimiento de agobio y carga negativa. Obligación, casi. ¡Ag!, malvada palabra. ¿Qué narices pasa? Sé que todo el amor, ganas, ilusión e implicación están ahí, aguardando en lo más profundo de mis adentros. Pero, ¿aguardando qué o a quién? ¡El proceso es ya! ¡Heme de despojar ya de esa fea y pesada máscara que tanta pena y nostalgia produce!
Pero claro, ¿no es imposible "hacerse producir" a sí mismo un sentimiento de amor voluntario? ¡Qué modo tan despreciable y artificial, el forzarse a sentir!
En fin. Aguardaré, a ver qué pasa.
Sí es cierto, no obstante, que una potente y negativa masa ayuda a provocar ese estado de desánimo en el trabajo. La masa opresora, que no hace sino afilar las garras a la espera de una presa a la que pisotear, una masa en constante carrera por ascender. Y para ello, lo que importa no es el proceso, sino el resultado. Vaya pena.
Y es que me veo afectado en primer grado respecto a esto. Quizá sea una simple y pesimista visión, algo de fragilidad y ensimismamiento. Pero también puede que sea el resultado de observar. Porque trato de observar lo más profundamente posible, pero no hago sino encontrar grandes y oscuras brechas que se abren ante mí como si de abismos se tratara. Y es un fastidio. Porque es difícil estar con individualidades tan desastrosamente potentes. Y porque ya vale con los pisoteos.
Y, no conforme con esto, otro gran tema me presiona agudamente. El blog. Porque me es difícil escribir con esas ganas del principio. Y porque lo que escribo, es necesario mientras que sobra. Y es que no dejo de ser un joven alumno con muchas aspiraciones, pero con pocos conocimientos. Y el laberinto me viene muy grande. Y yo sólo abarco un 1% de él, si llega. Porque hay muchas cosas que contar, pero a la vez son pocas, o ninguna. Y porque lo que cuento son pequeñeces ajenas a una sociedad opresora encaminada al fracaso.
Porque me he dado cuenta de que mi blog está sumido en un camino donde reina la inexistencia del lector. O, mejor dicho, del opinante. Y es que vosotros sois el futuro espectador, quizá ya el actual. Y no me gusta notar pasividad en ello. El principal objetivo del blog cuando lo hice, aparte de propias razones, venía a ser el intercambio de opinión y la discusión sobre temas que, de alguna forma, interesan a todo lector de "arteivida". ¿Es que el lector de este blog no tiene nada que decir? ¿No tiene nada que defender? ¿No tiene nada que, en definitiva, abordar?
Este no es un blog pasivo, sino activo. Y creo que se tratan temas que dan bastante de qué hablar. ¡El proceso es ya! No os convirtáis en átomos pasivos, por favor. Tenéis mucho que decir, y cosas más que interesantes. Porque el arte no es nada sin vosotros. Porque el arte nunca te deja indiferente.
Y, en fin, así es como se siente un joven y pequeño aspirante a actor a estas alturas del proceso.
Sergio
Como ya he comentado en anteriores actualizaciones, el tiempo del que dispongo actualmente para actualizar el blog es reducido. No obstante, no sólo son éstos los motivos que me retraen a no escribir en el blog. Todas mis grandes preocupaciones actuales se resumen en una sola palabra: frustración.
Arte Dramático, una carrera para tontos. Una carrera para tontos que requiere un compromiso y una implicación personal tanto física como psíquica muy alta. Más que alta, y más en fechas tan señaladas. Y más que el agobio constante de proyectos, trabajos y exámenes a la vista, mi preocupación principal enfoca hacia otro punto: ¿dónde queda la ilusión, las ganas de crear, el amor hacia el trabajo, la auto exigencia y la creación de un cuerpo totalmente (y digo totalmente) volcado a un duro y arduo trabajo? ¿Dónde quedan esos principios que ya Stanislavski nos contaba en su Ética teatral y que, no hace mucho tiempo, regían mi felicidad y mis ganas de avanzar en el trabajo? ¿POR QUÉ mi trampolín se ha vuelto rígido y frágil?
Estas y otras preguntas rondan estos últimos días mi cabeza. Y es que no es agradable ver que todo el amor inicial dedicado al trabajo desaparece conforme aparece un sentimiento de agobio y carga negativa. Obligación, casi. ¡Ag!, malvada palabra. ¿Qué narices pasa? Sé que todo el amor, ganas, ilusión e implicación están ahí, aguardando en lo más profundo de mis adentros. Pero, ¿aguardando qué o a quién? ¡El proceso es ya! ¡Heme de despojar ya de esa fea y pesada máscara que tanta pena y nostalgia produce!
Pero claro, ¿no es imposible "hacerse producir" a sí mismo un sentimiento de amor voluntario? ¡Qué modo tan despreciable y artificial, el forzarse a sentir!
En fin. Aguardaré, a ver qué pasa.
Sí es cierto, no obstante, que una potente y negativa masa ayuda a provocar ese estado de desánimo en el trabajo. La masa opresora, que no hace sino afilar las garras a la espera de una presa a la que pisotear, una masa en constante carrera por ascender. Y para ello, lo que importa no es el proceso, sino el resultado. Vaya pena.
Y es que me veo afectado en primer grado respecto a esto. Quizá sea una simple y pesimista visión, algo de fragilidad y ensimismamiento. Pero también puede que sea el resultado de observar. Porque trato de observar lo más profundamente posible, pero no hago sino encontrar grandes y oscuras brechas que se abren ante mí como si de abismos se tratara. Y es un fastidio. Porque es difícil estar con individualidades tan desastrosamente potentes. Y porque ya vale con los pisoteos.
Y, no conforme con esto, otro gran tema me presiona agudamente. El blog. Porque me es difícil escribir con esas ganas del principio. Y porque lo que escribo, es necesario mientras que sobra. Y es que no dejo de ser un joven alumno con muchas aspiraciones, pero con pocos conocimientos. Y el laberinto me viene muy grande. Y yo sólo abarco un 1% de él, si llega. Porque hay muchas cosas que contar, pero a la vez son pocas, o ninguna. Y porque lo que cuento son pequeñeces ajenas a una sociedad opresora encaminada al fracaso.
Porque me he dado cuenta de que mi blog está sumido en un camino donde reina la inexistencia del lector. O, mejor dicho, del opinante. Y es que vosotros sois el futuro espectador, quizá ya el actual. Y no me gusta notar pasividad en ello. El principal objetivo del blog cuando lo hice, aparte de propias razones, venía a ser el intercambio de opinión y la discusión sobre temas que, de alguna forma, interesan a todo lector de "arteivida". ¿Es que el lector de este blog no tiene nada que decir? ¿No tiene nada que defender? ¿No tiene nada que, en definitiva, abordar?
Este no es un blog pasivo, sino activo. Y creo que se tratan temas que dan bastante de qué hablar. ¡El proceso es ya! No os convirtáis en átomos pasivos, por favor. Tenéis mucho que decir, y cosas más que interesantes. Porque el arte no es nada sin vosotros. Porque el arte nunca te deja indiferente.
Y, en fin, así es como se siente un joven y pequeño aspirante a actor a estas alturas del proceso.
Sergio
martes, 26 de abril de 2011
¡Cuidado con tu aliado! Puede volverse contra ti.
Uno de los grandes temas teóricos en el ámbito de la interpretación dramática y que, no casualmente, irrumpe sobre gran parte de mis ocupaciones, viene a ser la mente, el pensamiento. Y digo "sobre gran parte de" porque, si no consigues controlar lo que tienes entre manos, puede acabar por volverse contra ti.
Y ahora, lejos de querer contaros la mejor de las historias de ciencia ficción, explico lo anterior.
Empezaré por hablar de Rudolf Steiner, filósofo de finales del XIX y principios del XX, quien nos cuenta, acerca del pensamiento, que éste puede llegar a ser puro (o, lo que es lo mismo, puede liberar al ser humano a sus instintos y pulsiones más básicas). Esto es algo más que interesante cuando estamos tratando de atender o concentrarnos en algo particular (ya sea físico o mental) evitando bloqueos y tratando de desplegarnos a nuestros más profundos y sinceros deseos. Y para ello, Steiner nos propone un pensamiento de pensamientos, es decir, un pensamiento que se piensa a sí mismo en tanto que se está pensando. En definitiva, Steiner busca que seamos conscientes de algo en tanto que lo estamos llevando a cabo.
No obstante, ¿no os da que pensar? Todos hemos alcanzado una idea de pensamiento puro alguna vez, la mayoría de las veces inconscientemente. Entonces, ¿por qué Steiner nos propone un pensamiento consciente?
El ejemplo más claro lo tenemos en uno de los más grandes automatismos del siglo XX, la conducción. Cuando se conduce, no haces sino estar haciendo algo (automatizado en este caso) pero sin ser consciente de ello en tanto que lo estás haciendo. Es decir, ¡no piensas que estás pisando el acelerador mientras cambias de marcha y giras a la derecha en tanto que todo esto lo estás haciendo! ¿Qué ocurre si pasa esto?
Bloqueo. Y aquí enlazo con el actor. ¿Bloqueo? ¡Gran enemigo el bloqueo! ¿Cómo ha el actor de pensar en que está interpretando un personaje en tanto que lo está interpretando, siendo incluso que en escena no piensa como actor (o no reacciona como actor, mejor dicho) sino que reacciona como personaje?
El simple hecho de plantearlo ya es de por sí lioso. ¿Cómo conseguir entonces el verdadero pensamiento puro? Recapitulen unas cuantas actualizaciones: "Kant habla de un tercer espectador que contempla un cuerpo sensible bello, quedándose completamente embelesado (suspendido de sentidos), interiorizándose en sí mismo y desconectando automáticamente con el mundo sensible a través de la belleza que le cautiva. Y pensaba: Para cerrarse a lo sensible, ¿no podría ser quizá a través de ello, usándolo como puente? ¡Justo eso explica el movimiento rectilíneo del alma! En vez de entrar el alma en sí a través de cerrarse al mundo sensible, lo hace desde las cosas que la rodean, elevándose a lo superior a través de ellas [...]". "La mirada desinteresada es una mirada a través de la cual se cercena completamente la voluntad del individuo, evitando el querer hacer, llegando a un estado de éxtasis a través de una mirada vibrante que se mantiene límpida. Es un estado de transición a la esencia más profunda del objeto o ser a contemplar (mirada anagógica). Solo se contempla dejando de lado cualquier interés mental [...]".
¡Situar nuestra atención fuera de nosotros atendiendo a lo que pasa a nuestro alrededor, escuchar aquí y ahora tratando de "desvincularnos" de todo nuestro ser para dejar que éste tome una posición mucho más libre, no pensada, no convencional y no creada, sino mucho más cristalina, "pura" y verdadera, dejando al descubierto todos nuestros impulsos más profundos, ancestrales y, ya lo siento, "mal educados"! Porque no, no creo ni quiero creen en la educación. ¿Por qué tengo que mostrar la cara que la sociedad espera de mí? Mejor hacer que mostrar, ¿no? No es cuestión de educación, creo yo, sino de una simple conciencia interior (no pensada en tanto que se piensa, por favor) del trato entre una persona y otra. Si caigo en la educación (que, al fin y al cabo, no deja de ser un convencionalismo bastante torpe a mi parecer), ya estoy pensando en tanto que pienso qué y cómo mostrarlo. Mejor escuchar al ser que tienes delante en tanto que es una persona, como tú.
Pero, como decía, este gran aliado (el pensamiento) está al acecho. Y no suele ser favorable. Víctima de ello me veo. Si me atrevo, publicaré unos escritos que hice a cerca de todo esto.
Y, en fin. Esta es una de mis tareas como actor. Una de mis tareas como persona. Y una de vuestras tareas como personas. O debería.
Sergio
Uno de los grandes temas teóricos en el ámbito de la interpretación dramática y que, no casualmente, irrumpe sobre gran parte de mis ocupaciones, viene a ser la mente, el pensamiento. Y digo "sobre gran parte de" porque, si no consigues controlar lo que tienes entre manos, puede acabar por volverse contra ti.
Y ahora, lejos de querer contaros la mejor de las historias de ciencia ficción, explico lo anterior.
Empezaré por hablar de Rudolf Steiner, filósofo de finales del XIX y principios del XX, quien nos cuenta, acerca del pensamiento, que éste puede llegar a ser puro (o, lo que es lo mismo, puede liberar al ser humano a sus instintos y pulsiones más básicas). Esto es algo más que interesante cuando estamos tratando de atender o concentrarnos en algo particular (ya sea físico o mental) evitando bloqueos y tratando de desplegarnos a nuestros más profundos y sinceros deseos. Y para ello, Steiner nos propone un pensamiento de pensamientos, es decir, un pensamiento que se piensa a sí mismo en tanto que se está pensando. En definitiva, Steiner busca que seamos conscientes de algo en tanto que lo estamos llevando a cabo.
No obstante, ¿no os da que pensar? Todos hemos alcanzado una idea de pensamiento puro alguna vez, la mayoría de las veces inconscientemente. Entonces, ¿por qué Steiner nos propone un pensamiento consciente?
El ejemplo más claro lo tenemos en uno de los más grandes automatismos del siglo XX, la conducción. Cuando se conduce, no haces sino estar haciendo algo (automatizado en este caso) pero sin ser consciente de ello en tanto que lo estás haciendo. Es decir, ¡no piensas que estás pisando el acelerador mientras cambias de marcha y giras a la derecha en tanto que todo esto lo estás haciendo! ¿Qué ocurre si pasa esto?
Bloqueo. Y aquí enlazo con el actor. ¿Bloqueo? ¡Gran enemigo el bloqueo! ¿Cómo ha el actor de pensar en que está interpretando un personaje en tanto que lo está interpretando, siendo incluso que en escena no piensa como actor (o no reacciona como actor, mejor dicho) sino que reacciona como personaje?
El simple hecho de plantearlo ya es de por sí lioso. ¿Cómo conseguir entonces el verdadero pensamiento puro? Recapitulen unas cuantas actualizaciones: "Kant habla de un tercer espectador que contempla un cuerpo sensible bello, quedándose completamente embelesado (suspendido de sentidos), interiorizándose en sí mismo y desconectando automáticamente con el mundo sensible a través de la belleza que le cautiva. Y pensaba: Para cerrarse a lo sensible, ¿no podría ser quizá a través de ello, usándolo como puente? ¡Justo eso explica el movimiento rectilíneo del alma! En vez de entrar el alma en sí a través de cerrarse al mundo sensible, lo hace desde las cosas que la rodean, elevándose a lo superior a través de ellas [...]". "La mirada desinteresada es una mirada a través de la cual se cercena completamente la voluntad del individuo, evitando el querer hacer, llegando a un estado de éxtasis a través de una mirada vibrante que se mantiene límpida. Es un estado de transición a la esencia más profunda del objeto o ser a contemplar (mirada anagógica). Solo se contempla dejando de lado cualquier interés mental [...]".
¡Situar nuestra atención fuera de nosotros atendiendo a lo que pasa a nuestro alrededor, escuchar aquí y ahora tratando de "desvincularnos" de todo nuestro ser para dejar que éste tome una posición mucho más libre, no pensada, no convencional y no creada, sino mucho más cristalina, "pura" y verdadera, dejando al descubierto todos nuestros impulsos más profundos, ancestrales y, ya lo siento, "mal educados"! Porque no, no creo ni quiero creen en la educación. ¿Por qué tengo que mostrar la cara que la sociedad espera de mí? Mejor hacer que mostrar, ¿no? No es cuestión de educación, creo yo, sino de una simple conciencia interior (no pensada en tanto que se piensa, por favor) del trato entre una persona y otra. Si caigo en la educación (que, al fin y al cabo, no deja de ser un convencionalismo bastante torpe a mi parecer), ya estoy pensando en tanto que pienso qué y cómo mostrarlo. Mejor escuchar al ser que tienes delante en tanto que es una persona, como tú.
Pero, como decía, este gran aliado (el pensamiento) está al acecho. Y no suele ser favorable. Víctima de ello me veo. Si me atrevo, publicaré unos escritos que hice a cerca de todo esto.
Y, en fin. Esta es una de mis tareas como actor. Una de mis tareas como persona. Y una de vuestras tareas como personas. O debería.
Sergio
miércoles, 20 de abril de 2011
El zoo de cristal.
Amanda. ¿Adónde vas?
Tom. Al cine.
A. [...] ¡No pienses en nosotras, una madre abandonada, una hermana soltera, coja y sin trabajo! ¡No dejes que nada se interponga en tu placer egoísta! ¡Vete, vete, vete al cine!
T. ¡De acuerdo, me voy! ¡Cuanto más me grites y me llames egoísta, antes me iré, y no estoy hablando del cine!
A. ¡Pues vete! ¡Vete a la luna, soñador egoísta!
Tom sale por la escalera de incendios dando un portazo. Laura grita asustada. La música del Salón de Baile sube de volumen. Tom se queda en la escalera de incendios, agarrado a la barandilla. La luna asoma entre las nubes de tormenta, iluminando su rostro.
T. No me fui a la luna, sino mucho más lejos, porque el tiempo es la mayor distancia entre dos lugares. No mucho después de que me despidieran por escribir un poema en la tapa de una caja de zapatos, me marché de St. Louis. Bajé los escalones de esta escalera de incendios por última vez y seguí, a partir de entonces, los pasos de mi padre, intentando encontrar mediante el movimiento lo que estaba perdido en el espacio. Viajé mucho. Las ciudades pasaban por delante de mí como hojas marchitas, hojas de brillantes colores pero arrancadas de sus ramas. Me habría detenido, pero algo me perseguía. Siempre me asaltaba cuando estaba desprevenido, me atacaba por sorpresa. A veces era una canción conocida, otras, una figurita de cristal. A veces voy andando por una calle, ya de noche, en una ciudad extraña, antes de encontrar a alguien con quien salir, y paso por delante del escaparate iluminado de una perfumería. El escaparate está lleno de objetos de cristal, de pequeños frascos transparentes de delicados colores, como trozos de un arco iris hecho añicos. Y, de pronto, mi hermana me pone la mano en el hombro. Me vuelvo y la miro a los ojos. Oh, Laura, Laura, intenté olvidarte, pero soy más fiel de lo que creía. Saco un cigarrillo, cruzo la calle, me meto en un cine o en un bar, bebo, hablo con el primer desconocido... ¡cualquier cosa con tal de apagar tus velas!
Laura se inclina sobre las velas.
¡Porque hoy el mundo está iluminado por el relámpago! Apaga tus velas, Laura... Adiós...
Laura apaga las velas.
Sergio
Amanda. ¿Adónde vas?
Tom. Al cine.
A. [...] ¡No pienses en nosotras, una madre abandonada, una hermana soltera, coja y sin trabajo! ¡No dejes que nada se interponga en tu placer egoísta! ¡Vete, vete, vete al cine!
T. ¡De acuerdo, me voy! ¡Cuanto más me grites y me llames egoísta, antes me iré, y no estoy hablando del cine!
A. ¡Pues vete! ¡Vete a la luna, soñador egoísta!
Tom sale por la escalera de incendios dando un portazo. Laura grita asustada. La música del Salón de Baile sube de volumen. Tom se queda en la escalera de incendios, agarrado a la barandilla. La luna asoma entre las nubes de tormenta, iluminando su rostro.
T. No me fui a la luna, sino mucho más lejos, porque el tiempo es la mayor distancia entre dos lugares. No mucho después de que me despidieran por escribir un poema en la tapa de una caja de zapatos, me marché de St. Louis. Bajé los escalones de esta escalera de incendios por última vez y seguí, a partir de entonces, los pasos de mi padre, intentando encontrar mediante el movimiento lo que estaba perdido en el espacio. Viajé mucho. Las ciudades pasaban por delante de mí como hojas marchitas, hojas de brillantes colores pero arrancadas de sus ramas. Me habría detenido, pero algo me perseguía. Siempre me asaltaba cuando estaba desprevenido, me atacaba por sorpresa. A veces era una canción conocida, otras, una figurita de cristal. A veces voy andando por una calle, ya de noche, en una ciudad extraña, antes de encontrar a alguien con quien salir, y paso por delante del escaparate iluminado de una perfumería. El escaparate está lleno de objetos de cristal, de pequeños frascos transparentes de delicados colores, como trozos de un arco iris hecho añicos. Y, de pronto, mi hermana me pone la mano en el hombro. Me vuelvo y la miro a los ojos. Oh, Laura, Laura, intenté olvidarte, pero soy más fiel de lo que creía. Saco un cigarrillo, cruzo la calle, me meto en un cine o en un bar, bebo, hablo con el primer desconocido... ¡cualquier cosa con tal de apagar tus velas!
Laura se inclina sobre las velas.
¡Porque hoy el mundo está iluminado por el relámpago! Apaga tus velas, Laura... Adiós...
Laura apaga las velas.
Sergio
domingo, 17 de abril de 2011
Como siempre, estamos equivocados.
Hasta qué punto llegan las convenciones sociales, los "estandarismos" y la estructuración histórica. Algo que nos afecta directamente en muchos aspectos de la vida y que, sin ir más lejos, nos hace bucear por una inmensa mentira.
¿Os suena el concepto "cuarta pared"? Separación, prácticamente física en algunos casos, de actor-espectador. ¿Y el concepto "ruptura de la cuarta pared"?
Nos creemos extremadamente contemporáneos y casi hasta revolucionarios cuando contemplamos una obra de teatro cuya cuarta pared es nula. Cuando se sale al público y se habla con él, o no se habla pero se tiene en cuenta (porque, queridos amigos, el público está queramos o no, y sin él no hay teatro) o cuando, en definitiva, la acción se desarrolla en un lugar que no es el escenario aunque no haya contacto con el espectador. Cuánto impresiona hoy en día, que hasta críticos teatrales son capaces de revolverse en su butaca cuando ven tal aberración.
Pero, si echamos la vista atrás, hacia los inicios del teatro (o, al menos, hasta Grecia y Roma, de donde tenemos las primeras fuentes claras), veremos que no era concebido el espectáculo sin una conexión entre el actor y el espectador. Durante el auge del período clásico griego, romano y, posteriormente, de la Edad Media, el actor interactuaba con el público, se hacía un arte conjunto donde el actor proponía y el espectador respondía. Incluso en la época isabelina y el Siglo de Oro español, Lope y Shakespeare creaban dramas a vista de un público que, sin ir más lejos, respondía a los actores, daba su opinión y creaba al actor un conflicto interior de qué hacer en según qué ocasiones, tras hacer un breve aparte especialmente dirigido al público. El público rodeaba el escenario a bocajarro, e incluso las grandes personalidades de la época tenían asiento en el propio escenario, sirviendo como objeto de consulta al actor (o, mejor dicho, personaje).
¿Cómo entonces hemos llegado a crear ese concepto de "cuarta pared"? Ya en el Renacimiento italiano, apasionados por las fuentes clásicas teatrales, tanto dramáticas como técnicas, dirigían su mirada hacia una evolución del edificio teatral, un paso de la construcción clásica a la construcción que las demandas teatrales de la época exigían. Y en un proceso gradual, eliminando según qué elementos e incorporando otros, llegaron a crear lo que hoy conocemos como "teatro a la italiana". Primer paso en la historia del teatro, creo yo, en que se sitúan dos espacios bien diferenciados, aclarando la posición del espectador en el teatro y la del actor.
Hago referencia a un teatro verdaderamente impresionante, inconcebible prácticamente para mí, donde la aplicación de la perspectiva teatral y demás elementos estaban rigiendo el panorama arquitectónico-teatral de la época. Teatro Olímpico de Palladio Scarmozzi.
Los que veis, es nada más y nada menos que la skene del teatro, con el frontón y tres aberturas diferentes. La abertura principal no es más larga que el pasillo de vuestra casa. Y ahí está presente la aplicación de la perspectiva. Para que os hagáis una idea, la largura de ese pasillo puede oscilar los 6 metros, de forma que, si el actor recorría todo ese pasillo principal hasta el final, la ilusión óptica hacía parecer al actor un gigante, por lo que realmente el único espacio que se podía usar eran los primeros metros del pasillo, simulando salidas hacia la ciudad o por el estilo, quedando el resto como uso exclusivo de decoración e ilusión.
Pero, por muy precioso que sea el teatro (pues realmente es algo impresionante), no deja de ser una creación que no hace sino dar un paso a un teatro más elitista, más restringido y más estructurado (separación actor-espectador). No obstante, este es mi vago punto de vista.
De todas formas, la gran separación de estas dos unidades no vendrá de la mano de nuestros amigos renacentistas, sino que se asentará más adelante, si no me equivoco hacia el germen realista.
Y la re-unión de tales unidades, como grandes revolucionarios que somos, vendrá de la mano del siglo XX.
¿No os produce un gran estado de nostalgia haber perdido, aun sin haber estado presente en el desarrollo, ese gran lazo entre actor y reactor? ¡Qué pena tan grande, pienso yo, no poder consultar al público!
Ahora sí, que consultar e interesarse por, no es ofertar tras la demanda. Es ofertar, y ya.
Sergio
Hasta qué punto llegan las convenciones sociales, los "estandarismos" y la estructuración histórica. Algo que nos afecta directamente en muchos aspectos de la vida y que, sin ir más lejos, nos hace bucear por una inmensa mentira.
¿Os suena el concepto "cuarta pared"? Separación, prácticamente física en algunos casos, de actor-espectador. ¿Y el concepto "ruptura de la cuarta pared"?
Nos creemos extremadamente contemporáneos y casi hasta revolucionarios cuando contemplamos una obra de teatro cuya cuarta pared es nula. Cuando se sale al público y se habla con él, o no se habla pero se tiene en cuenta (porque, queridos amigos, el público está queramos o no, y sin él no hay teatro) o cuando, en definitiva, la acción se desarrolla en un lugar que no es el escenario aunque no haya contacto con el espectador. Cuánto impresiona hoy en día, que hasta críticos teatrales son capaces de revolverse en su butaca cuando ven tal aberración.
Pero, si echamos la vista atrás, hacia los inicios del teatro (o, al menos, hasta Grecia y Roma, de donde tenemos las primeras fuentes claras), veremos que no era concebido el espectáculo sin una conexión entre el actor y el espectador. Durante el auge del período clásico griego, romano y, posteriormente, de la Edad Media, el actor interactuaba con el público, se hacía un arte conjunto donde el actor proponía y el espectador respondía. Incluso en la época isabelina y el Siglo de Oro español, Lope y Shakespeare creaban dramas a vista de un público que, sin ir más lejos, respondía a los actores, daba su opinión y creaba al actor un conflicto interior de qué hacer en según qué ocasiones, tras hacer un breve aparte especialmente dirigido al público. El público rodeaba el escenario a bocajarro, e incluso las grandes personalidades de la época tenían asiento en el propio escenario, sirviendo como objeto de consulta al actor (o, mejor dicho, personaje).
¿Cómo entonces hemos llegado a crear ese concepto de "cuarta pared"? Ya en el Renacimiento italiano, apasionados por las fuentes clásicas teatrales, tanto dramáticas como técnicas, dirigían su mirada hacia una evolución del edificio teatral, un paso de la construcción clásica a la construcción que las demandas teatrales de la época exigían. Y en un proceso gradual, eliminando según qué elementos e incorporando otros, llegaron a crear lo que hoy conocemos como "teatro a la italiana". Primer paso en la historia del teatro, creo yo, en que se sitúan dos espacios bien diferenciados, aclarando la posición del espectador en el teatro y la del actor.
Hago referencia a un teatro verdaderamente impresionante, inconcebible prácticamente para mí, donde la aplicación de la perspectiva teatral y demás elementos estaban rigiendo el panorama arquitectónico-teatral de la época. Teatro Olímpico de Palladio Scarmozzi.
Los que veis, es nada más y nada menos que la skene del teatro, con el frontón y tres aberturas diferentes. La abertura principal no es más larga que el pasillo de vuestra casa. Y ahí está presente la aplicación de la perspectiva. Para que os hagáis una idea, la largura de ese pasillo puede oscilar los 6 metros, de forma que, si el actor recorría todo ese pasillo principal hasta el final, la ilusión óptica hacía parecer al actor un gigante, por lo que realmente el único espacio que se podía usar eran los primeros metros del pasillo, simulando salidas hacia la ciudad o por el estilo, quedando el resto como uso exclusivo de decoración e ilusión.
Pero, por muy precioso que sea el teatro (pues realmente es algo impresionante), no deja de ser una creación que no hace sino dar un paso a un teatro más elitista, más restringido y más estructurado (separación actor-espectador). No obstante, este es mi vago punto de vista.
De todas formas, la gran separación de estas dos unidades no vendrá de la mano de nuestros amigos renacentistas, sino que se asentará más adelante, si no me equivoco hacia el germen realista.
Y la re-unión de tales unidades, como grandes revolucionarios que somos, vendrá de la mano del siglo XX.
¿No os produce un gran estado de nostalgia haber perdido, aun sin haber estado presente en el desarrollo, ese gran lazo entre actor y reactor? ¡Qué pena tan grande, pienso yo, no poder consultar al público!
Ahora sí, que consultar e interesarse por, no es ofertar tras la demanda. Es ofertar, y ya.
Sergio
viernes, 8 de abril de 2011
Los locos abren los caminos que más tarde recorren los sabios.
Ayer fue día de conferencias y obra de teatro por la tarde. La verdad es que salí contento, de ambas. Me gustaría hacer un remix de todo lo planteado ayer.
Se organizaron, como ya he dicho, unas jornadas de "Estética y artes teatrales" con dos mesas diferentes. Una de ellas a cargo de Alberto Conejero, Adrián Pradier, Juan Manuel Gómez (profesores de la Esad Cyl) y Sixto J. Castro, a la cuál (desgraciadamente) no pude asistir, y otra a cargo de María Adánez (actriz), Ignacio Amestoy (dramaturgo), Carlos Marchena (director) y Rodrigo Zaparaín (arquitecto y escenógrafo).
Dicho esto, hablaré de la mesa a la que asistí, especialmente de Ignacio Amestoy, el cual, a través de su fantástico manierismo, consiguió captar la atención del público absorbiéndonos en su profundo discurso. Hablando de modernidad líquida como hecho difícilmente controlable, nos comentó que el principal problema actual en el panorama teatral era, indiscutiblemente, la necesidad de reeducación del espectador. Dicho con mis propias palabras, vengo a decir lo que ya ayer él nos advirtió, y es que es el "mal entendimiento" a voluntad de una parte de los productores y directores de los conceptos "oferta" y "demanda" lo que lleva, desde hace un tiempo, acostumbrando al espectador a la comodidad espectacular. Y es que, ¿para qué ofertar mis intereses e inquietudes? ¡Mejor ofertar los intereses e inquietudes del público! Más dinero y más éxito... ´
Sí, pero menos experimentación. Si arte significa contemplar al público, acomodarle en su asiento, mostrar mayor espectáculo tecnológico y menor espectáculo actoral y textual y arraigarnos a un arte primitivo, me desapunto. Nuestro amigo John Cage nos decía que "la palabra experimental es válida siempre que se entienda como [...] un acto cuyo resultado es desconocido". Sin arriesgar, no se evoluciona. ¿Para qué, entonces, mostrarle al espectador lo que él quiere? Es precisamente en la oferta donde tenemos que apuntar nuestra atención. Ahí está la clave. En presentar novedades (con un elenco, por favor, de verdad) y fracasar. Todos los grandes genios han fracasado en su vida. Pero han aportado a la humanidad (nada más grande que esto) nuevas incógnitas que resolver.
Sólo daré un dato: los porcentajes en el ámbito teatral madrileño oscilan entre un 70% de asistencia a musicales y un 30% de asistencia al resto de espectáculos teatrales. Algo infinitamente dramático cuando hablamos de que los musicales, por norma general, son creados (copiados, mejor dicho) para contentar las necesidades de un público que busca en el arte únicamente la satisfacción personal.
Escuchemos a Amestoy gritarnos, mientras giramos en torno a un teatro a la italiana: ¡El teatro es contemporaneidad! ¡No os preocupéis tanto de los bronces y de los terciopelos y preocuparos por un teatro abierto!
Y qué alegría haber contemplado ayer Escenas mínimas, un espectáculo de ya ex alumnos licenciados en la Esad Cyl (centro donde estudio) con un trabajo tan potente y una propuesta tan alternativa. De verdad, qué alegría.
Y cuánto trabajo por delante.
Sergio
Ayer fue día de conferencias y obra de teatro por la tarde. La verdad es que salí contento, de ambas. Me gustaría hacer un remix de todo lo planteado ayer.
Se organizaron, como ya he dicho, unas jornadas de "Estética y artes teatrales" con dos mesas diferentes. Una de ellas a cargo de Alberto Conejero, Adrián Pradier, Juan Manuel Gómez (profesores de la Esad Cyl) y Sixto J. Castro, a la cuál (desgraciadamente) no pude asistir, y otra a cargo de María Adánez (actriz), Ignacio Amestoy (dramaturgo), Carlos Marchena (director) y Rodrigo Zaparaín (arquitecto y escenógrafo).
Dicho esto, hablaré de la mesa a la que asistí, especialmente de Ignacio Amestoy, el cual, a través de su fantástico manierismo, consiguió captar la atención del público absorbiéndonos en su profundo discurso. Hablando de modernidad líquida como hecho difícilmente controlable, nos comentó que el principal problema actual en el panorama teatral era, indiscutiblemente, la necesidad de reeducación del espectador. Dicho con mis propias palabras, vengo a decir lo que ya ayer él nos advirtió, y es que es el "mal entendimiento" a voluntad de una parte de los productores y directores de los conceptos "oferta" y "demanda" lo que lleva, desde hace un tiempo, acostumbrando al espectador a la comodidad espectacular. Y es que, ¿para qué ofertar mis intereses e inquietudes? ¡Mejor ofertar los intereses e inquietudes del público! Más dinero y más éxito... ´
Sí, pero menos experimentación. Si arte significa contemplar al público, acomodarle en su asiento, mostrar mayor espectáculo tecnológico y menor espectáculo actoral y textual y arraigarnos a un arte primitivo, me desapunto. Nuestro amigo John Cage nos decía que "la palabra experimental es válida siempre que se entienda como [...] un acto cuyo resultado es desconocido". Sin arriesgar, no se evoluciona. ¿Para qué, entonces, mostrarle al espectador lo que él quiere? Es precisamente en la oferta donde tenemos que apuntar nuestra atención. Ahí está la clave. En presentar novedades (con un elenco, por favor, de verdad) y fracasar. Todos los grandes genios han fracasado en su vida. Pero han aportado a la humanidad (nada más grande que esto) nuevas incógnitas que resolver.
Sólo daré un dato: los porcentajes en el ámbito teatral madrileño oscilan entre un 70% de asistencia a musicales y un 30% de asistencia al resto de espectáculos teatrales. Algo infinitamente dramático cuando hablamos de que los musicales, por norma general, son creados (copiados, mejor dicho) para contentar las necesidades de un público que busca en el arte únicamente la satisfacción personal.
Escuchemos a Amestoy gritarnos, mientras giramos en torno a un teatro a la italiana: ¡El teatro es contemporaneidad! ¡No os preocupéis tanto de los bronces y de los terciopelos y preocuparos por un teatro abierto!
Y qué alegría haber contemplado ayer Escenas mínimas, un espectáculo de ya ex alumnos licenciados en la Esad Cyl (centro donde estudio) con un trabajo tan potente y una propuesta tan alternativa. De verdad, qué alegría.
Y cuánto trabajo por delante.
Sergio
martes, 5 de abril de 2011
Mediante el acero de la disciplina, forjarás un carácter colmado de coraje y de paz. [...]
Siento actualizar últimamente tan de vez en cuando, pero mi tiempo se va comprimiendo. Arte Dramático, esa carrera tan ridícula, es bastante exigente. Y debería serlo más, la verdad, en otros ámbitos (como bien dice Stanislavski en el apartado de "La ética teatral" en su obra La construcción del personaje), pero en cuanto a cantidad de trabajo se refiere, creo que hay bastante.
Puede que no interese, pero ahora mismo tengo por delante: un ejercicio de imitación de un juguete y de un anciano para Expresión corporal, con todo lo que ello conlleva, junto a la creación de una partitura de ejercicios; practicar como mínimo semanalmente mis ejercicios anatómicos de Principios musicales y movimiento; un proyecto de investigación sobre Darren Aronosfky (director de películas como Cisne negro, Réquiem por un sueño, Pi, etc., que os recomiendo encarecidamente que veáis) para Teoría de la Interpretación; trabajo de improvisaciones sobre el cuento Young Sánchez, de nuevo, con todo lo que esto conlleva, que nos es poco, para Interpretación; leerme, de aquí a junio, dos libros semanales para Literatura dramática, junto a la exposición de El avaro de Moliére; otro proyecto de investigación sobre la recepción en el espectador del arte del siglo XX y todos los temas y enfoques que éste trata de abordar, con las lecturas correspondientes, como es El arte ensimismado, de Ventós (más que interesante, por cierto), para Historia de las artes del espectáculo; imitación de la voz de un compañero de clase tratando de encontrar los focos presentes, para Voz; realización de un cómic a través de la voz y apoyándonos en un contenido visual, junto a la práctica semanal de ejercicios de respiración, más empezar un trabajo en el que, a través de los ejercicios de respiración, tengo que señalar qué músculos se activan en mi cuerpo y completar el diario correspondiente a esta asignatura, Anatomía para la voz, desde octubre; práctica diaria alrededor de los 40 minutos de los estiramientos necesarios, para Prácticas de anatomía para el movimiento; realización de dos partituras, un Vals y una Marcha, para Fundamentos musicales; lectura de un poema en inglés para Inglés; y práctica semanal de los ejercicios de Acrobacia.
Sí, un agobio. Y esto sin contar con mis exámenes de junio, que abarcan desde el 3 hasta el 30 de tal mes, pues 13 asignaturas no se reparten fácilmente.
Sin embargo, como he comentado al principio, creo que, tras leer "La ética teatral" y habiéndome analizado a mí mismo, al resto de compañeros y al resto de grupos en mi Escuela, creo que el actor, entre todos los artistas escénicos, es el que menos disciplina tiene y el que menos exigencia se impone. Y es que, como bien comenta nuestro amigo Stanislavski, no es suficiente llegar a la hora de la clase, o a la hora del ensayo, o a la hora de la representación. El actor (al igual que el bailarín, que calienta y estira; el pianista, que calienta sus dedos; o el cantante, que calienta sus cuerdas vocales) ha de tener una preparación previa tanto corporal como mental para poder empezar el trabajo al nivel exigido que, además, debe ser subjetivamente alto. Un actor, aunque no de forma tan intensa en la mayoría de los casos, no deja de valerse de su cuerpo, de su voz, de su cabeza y de sus emociones para trabajar. Y, al contrario que cualquier otro artista plástico (los pintores, por ejemplo, pintan cuando ellos quieren), el actor ha de estar "inspirado" a tal o cual hora del día. Y esto es algo difícil cuando, tranquilamente, llegamos a la sala de ensayos cinco minutos antes de comenzar.
De la misma forma, comentar que el actor, al menos en España, tiende a ser muy "quejica". Cualquier ejercicio que implica un grado de trabajo considerablemente alto, hace que el actor se resienta. Y es que creo que, a nivel general, los actores no tienen verdaderamente el cuerpo dispuesto físicamente hablando al trabajo. Falta exigencia y disciplina. Al igual que debería ser impensable que un actor llegue tarde, o no vaya al ensayo (sea cual sea el motivo, el ensayo debería recaer en la mayor prioridad), o vaya con una ropa inadecuada (una camiseta roja o un dibujo resaltará en la indumentaria negra de los compañeros), etc. Un actor debe sentir el amor hacia el teatro tanto dentro como fuera de escena. Si queremos mostrar al público la grandeza del teatro, la grandeza de la vida, no podemos salir del teatro pisoteando todo ello. ¿De qué sirve entonces el trabajo escénico?
Si quieres ser actor, ¡te jodes! ¡Y disfrutas!, pero no trates el trabajo teatral con indiferencia, ¡porque la indiferencia no existe en escena! Nada puede serte indiferente, todo, absolutamente todo te provoca algo. Y si el teatro nos provoca indiferencia, o desprecio, plantéense abandonar. Nada más precioso que levantarte con ganas de ir a calentar para comenzar otro duro y apasionante viaje mágico.
Yo soy el primero, además, que he de aplicar a mi aprendizaje todo ello. Y sí, existen jornadas difíciles y tenemos derecho a reconocerlas como tal para apropiarlas al trabajo y saber jugar con ellas. Pero la canica ya está rodando. De los errores se aprende.
Sergio
Siento actualizar últimamente tan de vez en cuando, pero mi tiempo se va comprimiendo. Arte Dramático, esa carrera tan ridícula, es bastante exigente. Y debería serlo más, la verdad, en otros ámbitos (como bien dice Stanislavski en el apartado de "La ética teatral" en su obra La construcción del personaje), pero en cuanto a cantidad de trabajo se refiere, creo que hay bastante.
Puede que no interese, pero ahora mismo tengo por delante: un ejercicio de imitación de un juguete y de un anciano para Expresión corporal, con todo lo que ello conlleva, junto a la creación de una partitura de ejercicios; practicar como mínimo semanalmente mis ejercicios anatómicos de Principios musicales y movimiento; un proyecto de investigación sobre Darren Aronosfky (director de películas como Cisne negro, Réquiem por un sueño, Pi, etc., que os recomiendo encarecidamente que veáis) para Teoría de la Interpretación; trabajo de improvisaciones sobre el cuento Young Sánchez, de nuevo, con todo lo que esto conlleva, que nos es poco, para Interpretación; leerme, de aquí a junio, dos libros semanales para Literatura dramática, junto a la exposición de El avaro de Moliére; otro proyecto de investigación sobre la recepción en el espectador del arte del siglo XX y todos los temas y enfoques que éste trata de abordar, con las lecturas correspondientes, como es El arte ensimismado, de Ventós (más que interesante, por cierto), para Historia de las artes del espectáculo; imitación de la voz de un compañero de clase tratando de encontrar los focos presentes, para Voz; realización de un cómic a través de la voz y apoyándonos en un contenido visual, junto a la práctica semanal de ejercicios de respiración, más empezar un trabajo en el que, a través de los ejercicios de respiración, tengo que señalar qué músculos se activan en mi cuerpo y completar el diario correspondiente a esta asignatura, Anatomía para la voz, desde octubre; práctica diaria alrededor de los 40 minutos de los estiramientos necesarios, para Prácticas de anatomía para el movimiento; realización de dos partituras, un Vals y una Marcha, para Fundamentos musicales; lectura de un poema en inglés para Inglés; y práctica semanal de los ejercicios de Acrobacia.
Sí, un agobio. Y esto sin contar con mis exámenes de junio, que abarcan desde el 3 hasta el 30 de tal mes, pues 13 asignaturas no se reparten fácilmente.
Sin embargo, como he comentado al principio, creo que, tras leer "La ética teatral" y habiéndome analizado a mí mismo, al resto de compañeros y al resto de grupos en mi Escuela, creo que el actor, entre todos los artistas escénicos, es el que menos disciplina tiene y el que menos exigencia se impone. Y es que, como bien comenta nuestro amigo Stanislavski, no es suficiente llegar a la hora de la clase, o a la hora del ensayo, o a la hora de la representación. El actor (al igual que el bailarín, que calienta y estira; el pianista, que calienta sus dedos; o el cantante, que calienta sus cuerdas vocales) ha de tener una preparación previa tanto corporal como mental para poder empezar el trabajo al nivel exigido que, además, debe ser subjetivamente alto. Un actor, aunque no de forma tan intensa en la mayoría de los casos, no deja de valerse de su cuerpo, de su voz, de su cabeza y de sus emociones para trabajar. Y, al contrario que cualquier otro artista plástico (los pintores, por ejemplo, pintan cuando ellos quieren), el actor ha de estar "inspirado" a tal o cual hora del día. Y esto es algo difícil cuando, tranquilamente, llegamos a la sala de ensayos cinco minutos antes de comenzar.
De la misma forma, comentar que el actor, al menos en España, tiende a ser muy "quejica". Cualquier ejercicio que implica un grado de trabajo considerablemente alto, hace que el actor se resienta. Y es que creo que, a nivel general, los actores no tienen verdaderamente el cuerpo dispuesto físicamente hablando al trabajo. Falta exigencia y disciplina. Al igual que debería ser impensable que un actor llegue tarde, o no vaya al ensayo (sea cual sea el motivo, el ensayo debería recaer en la mayor prioridad), o vaya con una ropa inadecuada (una camiseta roja o un dibujo resaltará en la indumentaria negra de los compañeros), etc. Un actor debe sentir el amor hacia el teatro tanto dentro como fuera de escena. Si queremos mostrar al público la grandeza del teatro, la grandeza de la vida, no podemos salir del teatro pisoteando todo ello. ¿De qué sirve entonces el trabajo escénico?
Si quieres ser actor, ¡te jodes! ¡Y disfrutas!, pero no trates el trabajo teatral con indiferencia, ¡porque la indiferencia no existe en escena! Nada puede serte indiferente, todo, absolutamente todo te provoca algo. Y si el teatro nos provoca indiferencia, o desprecio, plantéense abandonar. Nada más precioso que levantarte con ganas de ir a calentar para comenzar otro duro y apasionante viaje mágico.
Yo soy el primero, además, que he de aplicar a mi aprendizaje todo ello. Y sí, existen jornadas difíciles y tenemos derecho a reconocerlas como tal para apropiarlas al trabajo y saber jugar con ellas. Pero la canica ya está rodando. De los errores se aprende.
Sergio
miércoles, 23 de marzo de 2011
Nadie es perfecto.
Supongo que hay momentos tan tristes en la vida que consiguen anularte completamente. E igual que siempre cuento lo bonito de Arte Dramático, he tenido ya muchos, pero muchos momentos tristes y malos. Porque las cosas no te salen. O porque salen demasiado bien. Porque no te encuentras. O porque te encuentras demasiado bien.
A veces no se qué soy ni quién soy. Supongo que os habrá pasado más de una vez. Pero en clase descubro todas las semanas una pequeñita parte de mí que no conocía hasta entonces. Y asusta. Asusta mucho. No saber qué haces ni para qué lo haces. Y sentirte pesado y dependiente de los demás. Y querer mostrar que no eres una persona débil y que puedes afrontar todo lo que la vida supone tú solo.
Y que hayan pasado casi tres meses sin ver a mi familia, a mis amigos... Y sentirte solo, muy solo. Y además perdido en un laberinto muy grande, incluso infinito. Y ver que las cosas van y vienen injustamente sin tu poder controlarlas. Simplemente se aguantan y se aguantan. Y cuando tienes ganas de llorar y de estirarte de los pelos, tener que ir a clase a hacer cosas que tu cuerpo rechaza en ese momento. Y hacer un personaje alegre cuando ya no recuerdas lo que significa esa palabra.
Cuanta pena, de verdad. Y cuanta oscuridad. Y cuanta nostalgia...
Sergio
Supongo que hay momentos tan tristes en la vida que consiguen anularte completamente. E igual que siempre cuento lo bonito de Arte Dramático, he tenido ya muchos, pero muchos momentos tristes y malos. Porque las cosas no te salen. O porque salen demasiado bien. Porque no te encuentras. O porque te encuentras demasiado bien.
A veces no se qué soy ni quién soy. Supongo que os habrá pasado más de una vez. Pero en clase descubro todas las semanas una pequeñita parte de mí que no conocía hasta entonces. Y asusta. Asusta mucho. No saber qué haces ni para qué lo haces. Y sentirte pesado y dependiente de los demás. Y querer mostrar que no eres una persona débil y que puedes afrontar todo lo que la vida supone tú solo.
Y que hayan pasado casi tres meses sin ver a mi familia, a mis amigos... Y sentirte solo, muy solo. Y además perdido en un laberinto muy grande, incluso infinito. Y ver que las cosas van y vienen injustamente sin tu poder controlarlas. Simplemente se aguantan y se aguantan. Y cuando tienes ganas de llorar y de estirarte de los pelos, tener que ir a clase a hacer cosas que tu cuerpo rechaza en ese momento. Y hacer un personaje alegre cuando ya no recuerdas lo que significa esa palabra.
Cuanta pena, de verdad. Y cuanta oscuridad. Y cuanta nostalgia...
Sergio
lunes, 14 de marzo de 2011
No porque todo el mundo crea en una mentira se convierte en verdad.
Vivimos en una especie de gran falacia. Somos realmente ignorantes respecto a lo que nos rodea. Y no hablo de nuestro ámbito más íntimo, pues sería un tema a tratar bastante deprimente, sino de un ámbito mayor, bastante mayor.
Gracias a quien sea estoy estudiando Arte Dramático. Lógicamente, esto ha supuesto una elección (y, por tanto, ha supuesto desechar otras), de forma que estoy conociendo cosas de este ámbito que antes ni imaginaba. No podéis imaginaros la cantidad de barreras que nos rodean. Creemos que hemos visto todo yendo al teatro para ver Romeo y Julieta o El lago de los cisnes, pero esto sólo constituye el 0.1% de la cantidad de géneros y espectáculos que nos rodean.
En clase de Danza y puesta en escena (una asignatura más que interesante), estamos viendo toda la danza moderna y contemporánea. Nombres conocidos, oídos... Pero apuesto cualquier cosa a que no has visto un espectáculo de danza contemporánea en directo, tal como de Cunningham (hacia el minuto 3.35), Nikolais o Pendleton. [Para los que busquéis que os guste, recomiendo el tercero]. Yo tampoco.
Pues señores, señoras, el arte evoluciona. Que en España tengamos que pagar 50 euros para ir a ver un ballet y 30 para ir a ver una obra de teatro, tales como los que he citado anteriormente, no quiere decir que en el resto del mundo nos hayamos anclado en "lo de siempre". Que no está mal, sin duda. De hecho, está mejor que bien. Pero ya basta de meterle a la sociedad en la cabeza que la danza son puntas y el teatro es verso. Que también existe la contemporaneidad en todos los sentidos de la palabra. Y que teatros como el Principal de Zaragoza o el Calderón de Valladolid se empeñen en mostrar un repertorio generalmente (siempre hay excepciones) clásico sin poder optar el público a ver diferentes tipos de espectáculo, no quiere decir que no exista. Imagino que grandes ciudades como Madrid tendrán más abanico de opciones. Pero España no es Madrid.
Y, por mucho que se insista, no creáis que El circo de los horrores es un espectáculo circense contemporáneo en el sentido innovador, diferente y con calidad. Y pongo este ejemplo porque, a pesar de que no sé de quién depende la publicidad, sí sé que esta puede ser fomentada por diferentes estratos. Y es precisamente horrible ver como se fomentan espectáculos como este por medio de la radio y demás, mientras espectáculos de salas alternativas o incluso los propios Teatros municipales tienen una publicidad prácticamente nula. (De nuevo, insisto en las dos ciudades en las que me baso).
Me consuela, sin embargo, este fin de semana pasado. Estuve en Madrid y, la verdad, fue genial visitar el centro. Te alegra ver tanto arte moviéndose por las calles. Y no hablo de calidad, sino de alegría. Es genial ver corros de gente alrededor de un mago, o de una persona disfrazada, o de un espectáculo de marionetas. Como también fue genial ver La sonrisa etrusca, protagonizada por Héctor Alterio y en la que (lo siento, tengo que decirlo), interviene mi profesor de Interpretación Carlos. La historia me pareció sublime. Y los actores también. Con decir que salí con una paz interior enorme (con lo que yo soy, que no paro de moverme)... Aunque sí es cierto, me confieso, que poco me duró la paz. En cuanto puse los pies en la tierra y me volví a dar cuenta de que había visto ni más ni menos a mi propio profesor hacer una interpretación increíble, reapareció esa energía en mi cuerpo que necesitaba sacar.
¿Existirá la suerte?
Sergio
Vivimos en una especie de gran falacia. Somos realmente ignorantes respecto a lo que nos rodea. Y no hablo de nuestro ámbito más íntimo, pues sería un tema a tratar bastante deprimente, sino de un ámbito mayor, bastante mayor.
Gracias a quien sea estoy estudiando Arte Dramático. Lógicamente, esto ha supuesto una elección (y, por tanto, ha supuesto desechar otras), de forma que estoy conociendo cosas de este ámbito que antes ni imaginaba. No podéis imaginaros la cantidad de barreras que nos rodean. Creemos que hemos visto todo yendo al teatro para ver Romeo y Julieta o El lago de los cisnes, pero esto sólo constituye el 0.1% de la cantidad de géneros y espectáculos que nos rodean.
En clase de Danza y puesta en escena (una asignatura más que interesante), estamos viendo toda la danza moderna y contemporánea. Nombres conocidos, oídos... Pero apuesto cualquier cosa a que no has visto un espectáculo de danza contemporánea en directo, tal como de Cunningham (hacia el minuto 3.35), Nikolais o Pendleton. [Para los que busquéis que os guste, recomiendo el tercero]. Yo tampoco.
Pues señores, señoras, el arte evoluciona. Que en España tengamos que pagar 50 euros para ir a ver un ballet y 30 para ir a ver una obra de teatro, tales como los que he citado anteriormente, no quiere decir que en el resto del mundo nos hayamos anclado en "lo de siempre". Que no está mal, sin duda. De hecho, está mejor que bien. Pero ya basta de meterle a la sociedad en la cabeza que la danza son puntas y el teatro es verso. Que también existe la contemporaneidad en todos los sentidos de la palabra. Y que teatros como el Principal de Zaragoza o el Calderón de Valladolid se empeñen en mostrar un repertorio generalmente (siempre hay excepciones) clásico sin poder optar el público a ver diferentes tipos de espectáculo, no quiere decir que no exista. Imagino que grandes ciudades como Madrid tendrán más abanico de opciones. Pero España no es Madrid.
Y, por mucho que se insista, no creáis que El circo de los horrores es un espectáculo circense contemporáneo en el sentido innovador, diferente y con calidad. Y pongo este ejemplo porque, a pesar de que no sé de quién depende la publicidad, sí sé que esta puede ser fomentada por diferentes estratos. Y es precisamente horrible ver como se fomentan espectáculos como este por medio de la radio y demás, mientras espectáculos de salas alternativas o incluso los propios Teatros municipales tienen una publicidad prácticamente nula. (De nuevo, insisto en las dos ciudades en las que me baso).
Me consuela, sin embargo, este fin de semana pasado. Estuve en Madrid y, la verdad, fue genial visitar el centro. Te alegra ver tanto arte moviéndose por las calles. Y no hablo de calidad, sino de alegría. Es genial ver corros de gente alrededor de un mago, o de una persona disfrazada, o de un espectáculo de marionetas. Como también fue genial ver La sonrisa etrusca, protagonizada por Héctor Alterio y en la que (lo siento, tengo que decirlo), interviene mi profesor de Interpretación Carlos. La historia me pareció sublime. Y los actores también. Con decir que salí con una paz interior enorme (con lo que yo soy, que no paro de moverme)... Aunque sí es cierto, me confieso, que poco me duró la paz. En cuanto puse los pies en la tierra y me volví a dar cuenta de que había visto ni más ni menos a mi propio profesor hacer una interpretación increíble, reapareció esa energía en mi cuerpo que necesitaba sacar.
¿Existirá la suerte?
Sergio
jueves, 3 de marzo de 2011
El arte no es un espejo para reflejar la realidad, sino un martillo para darle forma.
"Los antiguos maestros de las culturas europea y asiática podrían incluso gritarnos: Mirad nuestras creaciones. No se limitan a ser reproducciones de nuestras nimias vidas personales, de nuestros deseos o nuestros restringidos entornos propios. A diferencia de los artistas actuales nos olvidamos de nosotros mismos para convertirnos en servidores conscientes y activos de las imágenes de otro mundo. Es cierto que nos negamos a ser esclavos de esas visiones desorientadas. Pero las incorporamos a nuestro trabajo como una inesperada bendición. ¿Por qué creáis entonces tantos ejemplos de fealdad y enfermedad y tantas caóticas contorsiones? ¿No será sencillamente porque os preocupáis demasiado por vosotros mismos y no por vuestro arte?", dice Michael Chejov en su libro Sobre la técnica de la actuación.
No sé si llego a comprender bien este fragmento. Pero por lo que leo, bien dice que el artista que se "preocupa demasiado por sí mismo" crea como resultado "ejemplos de fealdad y enfermedad".
Sí es cierto que un artista que no escucha no puede tener la condición de artista. Es algo necesario. ¿De dónde, entonces, va a tomar el pintor, el escultor, el actor, etc. toda su creación? Poca sensibilidad debe tener un "artista" que no escucha y no comprende el entorno que le rodea.
Pero, dicho esto, ¿es necesario que el artista se olvide de sí mismo en tanto que existe para "servir" al arte? El simple hecho de pensar que una obra artística no puede existir sin un artista creador ya nos indica que el "arte" necesita de alguien para ser expresado. De ahí que sea imposible ver a dos Ofelia idénticas en la faz de la tierra, pues el artista hace uso de "su" imaginación para dar cuerpo a esa expresión no materializada. Y no hay dos imaginaciones iguales. Nunca.
Tampoco creo en el concepto de servidor o esclavo como sinónimo de artista o arte. Simplemente, arte y artista son dos esencias misteriosas que se asocian la una a la otra de una forma completamente mágica para el único hecho de materializar lo que anteriormente solo flotaba, tanto en la cabeza del artista como fuera de ella. Nos resulta muy fácil, no obstante, comprender la cabeza de un artista como creadora de una esencia flotante. Sin embargo, no nos resulta tan fácil comprender esa esencia flotante como un hecho objetivo, fuera de la cabeza del artista, que flota en armonía con la naturaleza a la espera de un medio de expresión. Y digo yo, ¿qué es la naturaleza si no arte? ¿Donde están arraigadas la mayoría de las obras de arte?
Resultados artísticos concebidos como prácticamente perfectos, como puede ser el David de Miguel Ángel, toman su esencia de lo más profundo de la naturaleza. Porque, aunque sea actualmente inconcebible, el hombre toma sus raíces como fruto de ésta. Pero, sin duda alguna, lo que hace que el David de Miguel Ángel sea tal cosa, no es solo su esencia artística objetiva (que también) sino la esencia artística subjetiva del creador, Miguel Ángel. Él, y nadie más, fue el encargado de coger el martillo por el mango y dibujar su realidad, la realidad del David.
Sergio
"Los antiguos maestros de las culturas europea y asiática podrían incluso gritarnos: Mirad nuestras creaciones. No se limitan a ser reproducciones de nuestras nimias vidas personales, de nuestros deseos o nuestros restringidos entornos propios. A diferencia de los artistas actuales nos olvidamos de nosotros mismos para convertirnos en servidores conscientes y activos de las imágenes de otro mundo. Es cierto que nos negamos a ser esclavos de esas visiones desorientadas. Pero las incorporamos a nuestro trabajo como una inesperada bendición. ¿Por qué creáis entonces tantos ejemplos de fealdad y enfermedad y tantas caóticas contorsiones? ¿No será sencillamente porque os preocupáis demasiado por vosotros mismos y no por vuestro arte?", dice Michael Chejov en su libro Sobre la técnica de la actuación.
No sé si llego a comprender bien este fragmento. Pero por lo que leo, bien dice que el artista que se "preocupa demasiado por sí mismo" crea como resultado "ejemplos de fealdad y enfermedad".
Sí es cierto que un artista que no escucha no puede tener la condición de artista. Es algo necesario. ¿De dónde, entonces, va a tomar el pintor, el escultor, el actor, etc. toda su creación? Poca sensibilidad debe tener un "artista" que no escucha y no comprende el entorno que le rodea.
Pero, dicho esto, ¿es necesario que el artista se olvide de sí mismo en tanto que existe para "servir" al arte? El simple hecho de pensar que una obra artística no puede existir sin un artista creador ya nos indica que el "arte" necesita de alguien para ser expresado. De ahí que sea imposible ver a dos Ofelia idénticas en la faz de la tierra, pues el artista hace uso de "su" imaginación para dar cuerpo a esa expresión no materializada. Y no hay dos imaginaciones iguales. Nunca.
Tampoco creo en el concepto de servidor o esclavo como sinónimo de artista o arte. Simplemente, arte y artista son dos esencias misteriosas que se asocian la una a la otra de una forma completamente mágica para el único hecho de materializar lo que anteriormente solo flotaba, tanto en la cabeza del artista como fuera de ella. Nos resulta muy fácil, no obstante, comprender la cabeza de un artista como creadora de una esencia flotante. Sin embargo, no nos resulta tan fácil comprender esa esencia flotante como un hecho objetivo, fuera de la cabeza del artista, que flota en armonía con la naturaleza a la espera de un medio de expresión. Y digo yo, ¿qué es la naturaleza si no arte? ¿Donde están arraigadas la mayoría de las obras de arte?
Resultados artísticos concebidos como prácticamente perfectos, como puede ser el David de Miguel Ángel, toman su esencia de lo más profundo de la naturaleza. Porque, aunque sea actualmente inconcebible, el hombre toma sus raíces como fruto de ésta. Pero, sin duda alguna, lo que hace que el David de Miguel Ángel sea tal cosa, no es solo su esencia artística objetiva (que también) sino la esencia artística subjetiva del creador, Miguel Ángel. Él, y nadie más, fue el encargado de coger el martillo por el mango y dibujar su realidad, la realidad del David.
Sergio
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